jueves, 28 de noviembre de 2013

Sin escala


Sin escala







Abrí el grifo y dejé correr el agua como en una tormenta espectacular. No sabía, por ese entonces, en dónde estaba mi mente, no tenía noción de mi cuerpo ni de nada. Dejé correr el grifo, ya lo dije, y me quedé ahí, de cuclillas, contemplándolo en silencio. Fui a la calle, a donde viven los que escapan de todo o de algo, al menos de una sola cosa deben escapar. Mi mente se nublaba de espacios, se llenaba de símil alegría. Sangre seca en los anaqueles, sonidos de un espacial viaje. La ruta acompañada del placer eterno y yo allí, sin saber nada de mí.


Me detuve frente a una puerta ¿Quién viviría allí? Golpeé una, dos, tres veces: Nada. La miré fijo, los demás estaban con las nuevas ideas del mentalismo, yo no podía siquiera saber en dónde me encontraba. La puerta marrón se abrió de repente: Un viejo de piel seca y semi roído por el espacio – tiempo me observaba con la mirada recorriendo mi cuerpo actual. Lo miré, apenas podía creer que la puerta al fin se abriera, que existiera algo más allá de eso. Decidí darme la vuelta y marcharme. Una voz, otra más, luces destellantes sobre mi espalda; me quedé quieto como una piedra y me pregunté por qué las piedras están en donde están. La boca del viejo se abría como una fosa eterna, me desesperé y metí mi puño en ella, mientras tanto, todo se fundía en delicioso caos experimental. Los cerrojos vacíos eran una especie de augurio que yo había visto en sueños viejos, no quería recordarlos. <<Sal de aquí>> dijo el viejo con la voz temblorosa, yo me desarmé en un millón de partes, cada uno de mis átomos comenzó a arder de miedo o algo parecido. La bocaza se fue cerrando despacio hasta desaparecer entre la piel antigua.


Old Money, la chica de mis sueños, ella también estaba con eso del mentalismo. La invité a salir pero me encerró en su cuarto y entonces hicimos el amor como dos condenados a muerte. No recuerdo casi nada excepto el vai ven de sus piernas suaves. Se contorneaba en una danza sub acuática y yo, al fin, sentía que era un cardumen de esperanzas. Me detuve justo a tiempo, su millonario esposo llegó y ella se asustó un poco, apenas podía ponerse nuevamente su vestido. Me escondí en el baño y abrí el grifo, no podía dejar de hacerlo cada vez que veía uno. <<Querida ¿Qué es ese sonido?>> se escuchaba la voz de su marido como en un tono similar al del viejo, ¿Sería él? Quise salir, pero el grifo se quedaría solo y entonces yo no podría detenerlo, no podría verlo correr, no podría descubrir quién era yo. Las voces de los cielos se manifestaron en sus jadeos, él le estaba haciendo el amor nuevamente, ella solo estaba fingiendo, muchas veces me dijo que me amaba a mí. Mentira, ella no me amaba para nada y yo tampoco a ella, pero todos solemos jugar a eso de declararnos amores de nylon. Necesitaba salir, temía que el agua que corría se llevara mi cuerpo, que era lo único que me quedaba. Mi corazón de lanzallamas hacía arder todo mi interior y yo lo sabía más que nadie. En realidad nunca me había fijado en eso.


Minimalismo, debería haberlo aplicado cuando no lo hice y viceversa, todo esto podría resumirse a un sentimiento: Estoy solo, estoy perdido, no sé quién soy ¿Cómo se le llama a eso? Entonces sentía que volaba sobre una mariposa, acaso nunca fui gigante, nada de eso. Le arranqué las escamas, se prendió fuego y caía en picada, yo no quería detenerla. Me ví encerrado en su capullo por un largo tiempo, ya casi no podía respirar así que me dormí; al despertar lo único que vi fue a un horrible gusano que se tragaba una hoja de mi jardín - “Estoy en casa”- pensé. Pero ahora era demasiado pequeño y tenía hambre, mucho hambre. Me dejé caer y corrí hacia la entrada, cada paso que daba me volvía más y más gigante, pensé que estaba creciendo, que volvería a mi tamaño natural, pero luego de volver a mi estatura antigua, seguí creciendo y me vi en plena pelea con un escuadrón de hombrecitos que me disparaban directamente al pecho. Suerte que mi corazón era de acero por ese entonces.


Con cada disparo que me daban, yo me iba haciendo más y más pequeño. Tuve la idea de correr desesperadamente hasta algún lugar, qué importaba, y llegué a otra puerta. Esta vez la tiré abajo, podía pasar pero tuve que agacharme bastante. Corrí hacia el baño, me dolía todo el cuerpo, abrí el grifo y, cuando vi mi oportunidad, me trepé hasta la pileta y me dejé llevar por el agua. Aún no sé quién soy.


miércoles, 6 de noviembre de 2013

Y los dias se mostraban salvajes.

El agua de la lluvia escurría en el vidrio de su ventana como la resina de un árbol herido. No veía más allá de aquella realidad remota e indiferente. La voz de Cecilia le llegaba desde la otra habitación.  Lo invitaba a un ritual que él ya no soportaba, que no disfrutaba desde hacía mucho tiempo. Una luz pastosa inundaba el cuarto y las piernas de Cecilia eran un abrazo agotador, pertenecientes al pasado. Ya no la amaba.


La tarde estaba a punto de morir. Leonardo se preguntaba cuántas tardes mueren cada año, se preguntaba, también, qué era un año. Y las respuestas eran desafiantes, inconexas, surrealistas. La luna se iba apostando lentamente, dejando al sol en un sueño; la noche traía un manojo de llaves y monedas en el bolsillo, cigarrillos por la mitad y el espejo de todas las almas solitarias que rondan en el  planeta. Sin darse cuenta cómo y cuándo, Leonardo recordaba el momento en el que había conocido a Julio, su mejor compañía por ese entonces. Decidió ir a verlo, aún siendo tarde y teniendo que volver a casa.


Creo que esto es insoportable, Julio, Cecilia me tiene harto.


Julio lo miraba y lo entendía perfectamente.


Deberías hablar con ella, tiene que entender que te hace mal vivir así, que todos necesitamos comprensión.- Las palabras parecían salirle del pecho. Usaba un tono suave y calmo, aplastado y ligero.


No lo sé… es tan difícil hablar con ella…


Y conversaban, mientras la luna descendía sobre sus cabezas.  En el campo, muy lejos de ellos dos, las ranas estarían croando historias viejas; bajo sus pies, miles de ratas discutían la manera de cómo seguir gobernando al mundo. Mientras tanto, se hacía de noche en la ciudad más triste del mundo. La mesa de roble se había manchado con vino, y había quemaduras de cigarrillos en los bordes, cenizas en el piso. Las palabras brotaban sinceras y se reventaban en el aire espeso de la sala. Las miradas, los sentimientos de afecto mutuo, todo aquello ocurría allí y Cecilia estaría en la cama dando vueltas y vueltas, vociferando insultos a su marido, quien la recordaba, quien no la quería ver.


Su concepto de amor es…- Leonardo no sabía qué decir ¿Habría amor en su mujer?-  Antes, ella, tenía otro humor, me dejaba ser como yo soy- continuaba y su mirada se cristalizaba, se quedaba fija en un punto.- Ahora parece que me utiliza, que…


Silencio matinal, el sol comenzaba a calentar la hierba de aquel lejano campo, la tierra en donde las ranas comenzaban a ocultarse. Julio lo tomó del brazo y lo miró fijo, los rostros de los dos se quedaron quietos. Sentían que eran amigos de toda la vida, desde antes de la vida.


No tenés que volver… -le dijo con el tono más firme de toda la reunión.


Ambos rostros se desvanecieron. La luz entraba tímidamente por la ventana y les daba el mensaje: ES TARDE. Los dos comprendieron que en verdad, era todo muy prematuro.



Era sábado por la mañana, hacía una semana que Leonardo y Cecilia no peleaban. Irían de viaje al Sur, a la casa de unos amigos que se habían mudado del tumulto y la basura de la urbe. Fundido el corazón, el hombre conducía su auto por la ruta en silencio, la mujer miraba por la ventanilla, contemplaba el paisaje cada vez más bello, cada vez más puro. En la radio anunciaban productos nuevos y soluciones magistrales para todo. El silencio se prolongaba a espacios increíbles. Una nube se deshacía en el cielo, viajaba despacio y se rompía lentamente. Tal vez era un suicidio colosal, lleno de poesía, de magia. Y la ruta se iba desvaneciendo y luego crecía y se mezclaba con las ruedas. Ellos dos guardaban silencios verbales, pero en sus cabezas corrían las palabras, se chocaban con los muros de la impotencia y luego se desangraban mortíferamente, como si sus vidas no valieran nada.


Alejandro y Valeria eran constituían un matrimonio joven. Habían tenido a un hijo, Luciano, que contaba ya dos años. El pequeño era el orgullo y la satisfacción de los dos.


Un día, cuando tengan un hijo, van a ver como les cambia la vida, es maravilloso.- decía Valeria, claramente fascinada por su cría. Y Leonardo dibujaba una sonrisa estéril en su rostro deprimido, no quería que tal suceso se diera en su círculo infernal con Cecilia.


La tarde pasó despacio, agónica. Se estaba haciendo de noche. Alejandro preparaba la cena. Leonardo se quedó a su lado y platicaban de cosas banales, sin sentido. No le gustaba nada; antes, Alejandro, solía ser divertido, ahora ya no, o al menos a Leonardo ya no le causaba ninguna gracia. Como cambian las personas. Y en cada palabra vacía, el corazón de Leonardo jugaba una vuelta más y sorteaba una lágrima que él se guardaba para su interior, acaso nunca le había sido fácil llorar. Se adormecía, le pesaban los ojos, quería escapar. Una luz verdosa y tranquila se apostó en su inconsciente y le hizo dar vueltas y vueltas por una especie de laberinto. Cuando despertó, notó que  Alejandro seguía hablando.


…Este trabajo es así: O te pones firme, o te aniquilan…- incluso la voz le había cambiado con el tiempo, era ya otro monigote del mundo, uno más.


Yo me siento tranquilo con lo que hago.- respondió intuitivamente Leonardo.- Mi padre fue relojero y yo sigo con eso, creo que la herencia está viva…


Y tus hijos también lo van a ser.- Y la sonrisa estúpida otra vez.- Los hijos aprenden de ver a uno, Leo; por ejemplo, Luciano, ya me ve llegar y se sienta en el lugar que yo elijo en la mesa.- larga una carcajada de viejo.- ¡Es un fenómeno!.- ¿Sabría el significado de fenómeno?


Yo… bueno, yo no sé si quiero tener hijos.- replicó débilmente.


¡Pero mírala a Cecilia! Está encantada con la idea.


Otra vez Cecilia ¿Y él?


La verdad es que no quiero, al menos por ahora.- Se sentía aliviado por haber reparado la situación, al menos por un tiempo no tendría que volver a tocar el tema.


Es toda una decisión, Leo, es toda una decisión.


Otra vez las frases armadas e inútiles.


Dos días de visita, dos días lejos de sí mismo, perpetuando el asombro de cómo el tiempo puede cambiar a las personas y ¿Por qué? Cambiar para mal, para nada… Se terminaba, volvían a sus vidas, a la rutina de los enojos y los reclamos sin sentido. Amor, que mal me has hecho.


El lecho nupcial como una piedra rosa llena de luces incandescentes, de ceremonias ridículas. El pasado fue mejor en este caso, podría decirse, pero el pasado había sido un engaño. Todas farsas y máscaras por seguir  la vida como se ve en la televisión.


Fue muchas veces a visitar a Julio, a sentirse protegido por esas palabras de aliento y de advertencia. Esas palabras de amigo.


En una ronda de lamentos, el vino, néctar de los desposeídos, era la pólvora para disparar contra la situación, dejar todo atrás. Una lágrima caía de los ojos de Leandro y la mano, con tacto como de pétalo de Julio la secó. Sus labios se rozaron con temor ¡Eso está mal, está mal! Pero los ojos cerrados y la respiración suave. Se besaron y solo la mano de Julio tocó la mejilla de Leandro. Los dos se amaban, se necesitaban, se complementaban. Luego se miraron fijo, ninguno hizo más que eso. Leandro desapareció como una nube de humo en el aire.


Cecilia estaba recostada en un sillón. Los ojos rojos, la mirada fija en la botella. Se sentía sola, no había sabido proteger a aquel hombre que ella quería. Se sintió miserable, débil. Leandro lo advirtió en seguida, ella estaba destruida. Se sentó a su lado y la abrazó, apretándola contra su pecho. Ella quiso besarlo, pero el hombre la evitó. Prefería no volver a besarla.


Dormían ansiosos por despertar y hablarse. Ella le pediría perdón, él le diría adiós.


La noche siguiente, Leandro volvió a ver a Julio. Primero las caricias, luego los dos cuerpos desnudos entre las sábanas. Se sentían felices, eternos, uno al lado del otro. La espalda de Julio era blanca como el resto de su piel. Leandro hizo un movimiento y sus piernas se estremecieron.


martes, 5 de noviembre de 2013

Lo que vos pedís es morir cabalgando en un corcel de porcelana

Te diste un tiempo para parar, ron glop
armando filas equinas de la última, son dos
Fundido a Negro.

Lo que te pasó fue que te comieron la frente
y miraste a un costado para gritar nauseabundo

Y asi, igual, lo que vos querías era morir cabalgando en un corcel de porcelana

Tinta y 'mocha', reducido a nada; los ojos de la bestia se comieron tus señales.
Luna sacra, pavimento...
Y lo que vos deseabas era morir cabalgando en un corcel de porcelana
Fundido a Negro.