viernes, 17 de agosto de 2012

El último llanto en aquel bar




Federico Ambesi



 Hoy apenas recuerdo aquellos últimos días. Tal vez esta enfermedad que me aqueja tanto sea la consecuencia de todo aquello que he vivido... ¿quién sabe cómo van a suceder las cosas? un día somos reyes y al otro solo consecuencias, un día despertamos, salimos sonrientes al mundo a enfrentar eso a lo que le llaman vida y no sabemos con que nos vamos a encontrar o, más peligroso, con quien...


Evo y yo éramos dos amigos muy unidos, casi nunca dejábamos de vernos y, si esto pasaba, sabíamos en donde encontrarnos siempre el uno al otro. Nuestro punto de encuentro era el bar de la avenida, lugar en donde siempre lo encontraba a Evo cuando no atendía el teléfono, incluso era absurdo llamar, yo sabía que allí estaría él; sentado en la mesa que estaba pegada a la pared, bajo un enorme cuadro de Einstein en una pose clásica. Solíamos pedir varias cervezas y fumábamos cuanto soportaran nuestras bocas. Yo sé que, en secreto, Evo me llamaba "Aliento de Dragón"  dado que el alcohol y el humo secaban mi boca y poco humedecía mi garganta aquella última cerveza con sabor a desconsuelo que me dejaba tambaleando al salir del bar como si hubiese peleado la última batalla con quien sabe que asunto. Así pasábamos los días, conversabamos de las cosas que nos pasaban, reíamos de los círculos (no puedo decirles a que cosa llamábamos circulos pero es gracioso recordarlo) o tan solo dejábamos que las platicas nos lleven a los recobecos menos explorados de nuestras mentes por las demás personas que poco comprendían nuestro razonamiento, tal vez correcto, tal vez ilógico.
 Una tarde, cerca de las siete y media, llegué al bar y lo vi sentado en el lugar de siempre, enroscado en sus pensamientos, fumando como si eso le solucionara los problemas, tomando aquella cerveza negra como si fuese una compañía (¡Ah que cruel compañera, pero que sublime que era!) Me senté y sin saludarlo tomé uno de sus cigarros de su cajilla cuidada y semi vacía, pedí a la camarera una cerveza y mientras esa mujer de barrio se alejaba, miré sus curvas con gozo y cierto aire de ironía.

- Así que llegaste - Su voz fría me era natural a esta altura de nuestra amistad.
- Aquí estoy. - No era necesario preguntarle como estaba, ambos sabíamos las dos respuestas, la que me diría y la real.
- La otra noche, cuando te fuiste, me quedé hasta tarde, casi amanezco acá adentro... decí que no tenía una moneda, sino salía muerto con las ganas que tenía de tomar. La volví a ver y me hizo mierda... creo que me dan ganas de darle un tiro en la cabeza, matarme yo y que se termine todo esto.
- Pero Evo... ¿Te pensás que es así de simple? si hacías eso acá adentro... iba a tener que limpiar todo la camarera, pobre mina ¿que culpa tiene ella?
Los dos nos largamos a reír. Supongo que el gusto que teníamos por el humor negro era algo que nos unía o, al menos, que nos permitía soportar el dolor.
Se estaban haciendo las ocho;  ya habíamos destruido dos cervezas. Salí a comprar cigarros, no iba a tardar mucho porque el kiosco estaba en la esquina, tan solo a media cuadra del bar. Lo dejé a Evo que volvió a encender un cigarrillo, supongo que el último de la cajilla, mientras yo me alejaba él se metía adentro de una nube de humo que nacía de sus labios mientras con los ojos melancólicos y apenas abiertos seguramente estaba naciendo una canción. Cuando entré de nuevo al bar vi que unos tipos horribles se habían sentado en la mesa de al lado, Evo apenas los miraba  vi en su rostro ese dejo de asco que tenía cuando se acercaba a el una persona de esas características, grosera, desagradable, ignorante... casi cualquier persona. Tomé asiento  le di la cajilla de cigarros la cual abrió al instante, creo que no alcanzó a respirar después del último cigarro y ya estaba encendiendo otro nuevo, yo hice lo mismo. Los tipos de al lado eran verdaderos canallas, estaban dando alaridos de perro y diciendo groserias a la sensual camarera que con timidez y obligación se había acercado a tomarles la orden. De buenas a primeras comenzaron a mirarnos  y yo no lo soporté, me levanté de mi silla y los desafié para que se vayan, supongo que no me importó que los cinco se hayan levantado porque yo les seguía diciendo lo mismo. Los cinco tipos se acercaron, Evo seguía en su silla chupando un cigarrillo recién encendido cuando uno me golpeó en la mandíbula y los demás se avalanzaron sobre mi para seguir golpeándome, entonces Evo se levantó, sacó una pistola de su cintura y le acertó tres tiros en la cabeza a uno de los estúpidos. Las pocas personas que había en el bar voltearon aterrorizadas mientras el arma de Evo aún ardía por el disparo. El tipo en el suelo, tres veces muerto, perdía un manantial de sangre y sus compañeros gritaban desconsolados mas ninguno se atrevió a acercarse de nuevo a nosotros. Supongo que Evo se dio cuenta de que alguien en el bar estaba tratando de llamar a la policía y salió corriendo; no sé porque yo hice lo mismo y así desaparecimos los dos aquella noche.
  Habremos corrido cerca de diez minutos zigzagueando por toda la ciudad, tratando de disimular cuando había mucha gente cerca pero el nerviosismo era tremendo. Al fin encontramos un bar en los suburbios. No había nadie en la calle, el lugar tenía varias fotos y retratos de líderes del comunismo y del socialismo: Imágenes del Che Guevara, Fidel Castro, Lennin y Marx eran el decorado predilecto de los dueños del lugar.
- ¿Que mierda hiciste? Nunca me dijiste que tenías eso...
- Marcos... ¿Que querías que haga, que deje que te peguen?
- Te hubieras metido a los golpes, los hacíamos pelota si queríamos...
- Dejate de joder que eran cinco. Me salió hacer esto, me arrepiento pero... ¿Que querés que haga ahora?
- No sé... ¿Ahora que hacemos?

Se acercó a nosotros un barbudo de pelo largo y canoso.
- ¿Van a tomar algo chicos?
- Una cerveza negra - dijo Evo con los ojos clavados en la esquina de la mesa, mientras exhalaba una bocanada de humo la cual parecía morder mientras hablaba.
Tomamos esa cerveza en silencio, cada tanto nos mirábamos pero ninguno decía nada. A las once y media el bar cerró, quedamos en la calle a la espera del destino.Sabíamos que no podíamos quedarnos allí mucho tiempo más, un simple oficial de policía que nos pidiese documentos, que no teníamos nunca encima, nos podía complicar la vida aún más.

- No te hagas drama... vos no disparaste, a vos no van a hacerte nada si contás como fue todo. Deciles mi nombre, mi dirección y lo que te pidan, deciles que hoy me fui a mi casa; yo me voy a escapar de acá...
-¿A dónde vas a ir?
- Tengo un primo, claro que nunca hablamos de él, es un imbécil el tipo pero si aparezco me va a cubrir. Lo que no sé es en donde mierda dejar esto - hizo un gesto señalando su cintura, la pistola.

Decidimos hacer justamente eso, yo volvería a casa a esperar a la policía  Evo se iba a escapar. Le dejé todo el dinero que llevaba encima y por primera vez le di un abrazo. Se fue como un zorro herido a toda prisa cruzando el puente con la culpa y la luna sobre sus espaldas...
Quién sabe hacia que rumbo, quién sabe si era real aquel primo, quien sabe si no volvió a usar aquella pistola nuevamente, esta vez sobre su propia cabeza como había insinuado tantas veces antes...

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