Federico Ambesi
Eliza había sido el amor de mi vida. Luego desapareció.
Apareció desnuda en un sueño, yo desperté después de trazar su contorno en un lienzo
porque, mientras la dibujaba, sentí que estaba soñando el sueño más hermoso que nunca
haya tenido.
Mis días de infierno habían terminado cuando la conocí en aquel bar. No podía creerlo
cuando la vi, era la chica que había soñado y que luego, anonadado por su belleza, retraté
según mis recuerdos en un lienzo que no se habría imaginado nunca ser portador de
tanta hermosura... si tan solo el lienzo pudiese sentir la suavidad de su piel...
Me acerqué y le hablé, yo no era de esos tipos galanes pero la fuerza que me impulsaba era
tan enorme que no dejé pasar esta chance. Como por arte de magia comenzamos a
encontrar cosas en común entre los dos; hablamos de bastante y reímos como si nos
hubiesemos conocido desde siempre, claro, yo la conocía de aquel sueño pero ella no me
había visto antes... al menos eso creo. Dejamos ese bar y fuimos a otro. Ella pidió Campari
y se reía con ganas, yo tomé una cerveza y me reía menos porque no podía dejar de verla.
Sin más que decir nos fuimos a mi casa y pasamos allí la noche, juntos, alocados como
nunca antes. Tal vez el exceso de alcohol en nuestra sangre había ayudado pero sentíamos
un amor enorme uno por el otro. Sé que suena difícil de creer pero era así, nos amamos en
ese mismo instante.
Quiso partir por la mañana y como un necio le rogué que se quedara, pero con su voz
suave me dijo que debía partir, que volvería. Admito que no le creí, que sentí un dolor
inmenso y todas esas cosas que se sienten cuando un amor se va. Ese día me emborraché y
pinté algunos paisajes difuminados con soles borrosos y risas retorcidas, luego me dormí
en mi sillón y me despertó el ladrido de un perro vagabundo como mi corazón,
vagabundo y miserable a la espera de amores que no llegaban nunca, quebrado por un
amor fugaz que me había hecho bien hasta partirme en dos como un puñal endiablado.
Dos semanas más tarde apareció Eliza con un vestido blanco y flores rojas en sus manos.
Se quedó en casa una, dos tres semanas y fueron los días más hermosos de mi vida.
Fuimos al teatro under a ver una obra del mejor actor del circulo, Rosendo Flores, creador
del personaje "Moskito" un loco que creía vivir en la época de la dictadura y, de manera
extravagante e irónica, se escondía de ciertos personajes de la política actual. Eliza no lo
conocía, pero le gustó tanto como a mi aunque ella prefería ver a "Tauno" aquel madrileño
obeso que retrataba perfectamente las locuras de un borracho español en una guerra de un
país ajeno al suyo. Nos encantaban esas obras e íbamos a verlas los jueves a la medianoche
en el teatrito de la Avenida, debajo de un restaurante judío, las noches intermedias las
pasábamos en algún cine o en cualquier bar escondido de la ciudad hablando de cosas que
no podíamos hablar con nadie más, que otro no comprendería.
Una vez salíamos del teatrito y Eliza me interrumpió la risa, dijo que se sentía mal y que
quería que deje de hablar, me pidió que no hable y eso fué lo que hize durante el camino .
Llegamos a casa y no dijo ni una sola palabra, se acostó a dormir y ni siquiera me dijio
buenas noches. No sabía yo lo que le sucedía a mi pobre Eliza, nunca la había visto
melancólica pero comprendí que era imposible que alguien estuviera siempre sonriente,
que las personas somos cajas de sorpresas los unos para los otros y, en ese mismo
momento, aprendí cosas de mi mismo que nunca hubiera aprendido de otra manera. La
noche siguiente me contó sus motivos, la pérdida de su padre. Y me dijo que me vió como
un reemplazo, como un sedante ante tanto dolor, me pidió perdón y me dijo que volvería
a vivir con su hermano, que me había amado pero que no podía y, más aún, que no debía
continuar. Maldije el momento en que la conocí, insulté a mis sueños y al pobre pincel que
le dio vida a mi imaginación... la dejé ir.
Pasaba los días alcoholizado, fumaba más de lo que respiraba y solo podía trazar
alquitrán en lienzos que luego destruía furioso. Una noche salí borracho a la calle, un auto
se acercaba a mi inmundo cuerpo que estaba parado en medio de la avenida vociferando
insultos quién sabe a qué. Hizo sonar sus bocinas iracundas, las cuales entendí como voces
infernales y entonces enfoqué mis insultos hacia ellas, el conductor no detuvo su motor
pero logró esquivarme y luego no recuerdo más nada, solo que amanecí tirado en la
vereda bajo la mirada de un sol exaltado de viernes. No podía pensar claramente así que
decidí quedarme en la cama por un tiempo, no pintar nada y calmar mi miseria
sentimental con algunos libros de Rimbaud y Antonin Artaud, cigarrillos y más alcohol.
Eliza, la hermosa Eliza, volvió. Dejó sus ropas en el suelo y caminó desnuda hacia mi
cama, yo no comprendía bien pero mi corazón latía como una metralla cuando la vi
acercándose a mi, igual que en mi sueño. La besé en el cuello y en la cintura, recorrí con mi
boca toda su hermosura e hicimos el amor, fue hermoso y triste a la vez porque, parte de
mi, tenía miedo de que se vaya otra vez.
Ay Eliza, si pudieras escucharme ahora te diría tantas cosas, te preguntaría tantas otras...
Recuerdo cuando una noche al volver del cine nos agarró la lluvia y nos besamos en
medio de la calle, parecíamos dos locos necios pero seguíamos siendo ese apocalipsis,ese
mágico final de algo que nunca comprendimos; vos, con tu vestido negro engalanabas la
noche y yo, con mis zapatos viejos y arruinados era la comedia italiana. Fue hermoso
cuando llegó la luz. Esa misma noche corrimos tras una nube que se escapaba de nosotros,
no me olvido más tu risa enloquecida mientras los dos movíamos las manos mirando a la
nube que no nos prestaba atención. Luego llegamos al puente y te quisiste sentar pero te
dio vértigo y me pediste que te relate como se veía el río desde allí... No puedo
comprender ahora que han pasado tantos años, como fue que esa vez te fuiste y mucho
menos por qué volviste sin querer explicarme nada, sin contarme como te fue en esa
eternidad en la que estuvimos separados ¿Qué respuesta habrás encontrado aquella tarde
de Domingo para tirarte al río desde aquel puente que antes te asustaba? ¿Acaso cuando
reías de lo que te contaba yo mientras miraba el río aquella noche, estabas pensando en
esto? Nunca comprenderé, Eliza... nunca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario