¿Hubiese sido más simple para Maitena ser como todas las demás mujeres?
Aquel abril solitario fue un puñal vibrante en su espalda, que hacía desangrar sus recuerdos
alegres como en una obra cruel sobre homicidas. Aquella espada del olvido la dejó pensando más
de mil noches mientras, en el marco de la puerta, armaba cigarrillos con sus delicadas manos. La
vida le había puesto una trampa, o una prueba que nunca pudo superar y la suma de derrotas ha
de hacer rendirse a los competidores más débiles.
Todos los días Maitena contaba las hojas de un viejo roble del jardín, otoño llegaba, las
hormigas lo mataban. Volvía a su refugio intelectual, el cual le hacia expandirse mas no hay refugio
tan sagrado como el amor y ella poco lo había sentido, todos esos caballeros desalmados la habían
herido de forma horrible y la vida pasaba sin sentido por la ventana, como aquel necio vecino de
doce años que apenas si tenía un rostro visible.
Salió la triste Maitena una vez de su hogar y cruzó las diez calles que la alejaban del puente que
cruzaba el río. Hermosas las gotas de agua más brillantes, el fondo del río era la tumba de los
secretos, era la tumba de los amores pasajeros y Maitena los observaba. Dejó correr su
pensamiento sobre aquellos tiempos alegres, cuando sus primeros besos le enseñaban más de lo
que comprendía hasta ese entonces y justo al darse cuenta dejaba de pensar. La química del
mundo se había dispuesto a que, por el aire, vuele la fragancia de un rosedal. Ella siguió aquel
perfume y sus pies se movían como serpientes por el cemento de las calles, esquivando siempre a
los demás seres humanos. Llegó y una flor muerta fue la que le dio la bienvenida ¿Por qué morirán
las flores?
A la sombra de sus recuerdos se sentó una tarde de lluvia, leía un libro y tomaba un café; dejaba a
su mente expresarse y sus ojos destellaban arrabales anónimos con voces de otoños cortados. La
obra llegaba a su parte final y el público ya estaba cansado. Maitena abrió los ojos luego de un
agónico pensamiento.
Correrán las hojas con el viento para jugar a la ronda, pero no serán eternas; las hojas son como
las flores. Maitena, canción de cuna; Maitena, espacio en el tormento... niña suave, melodía de sal;
la que nunca se detiene pero siempre está quieta. Corazón.
Volvió a ver al río, sonrió con ironía pero luego se arrepintió y destejió su mueca desprolijamente.
Aún sus mejillas estaban tiesas cuando en la inmensidad del río se sumergió para buscar aquellos
recuerdos que otros habían dejado, que habían perdido. Ni los peces sabían su nombre, ni las
piedras la recordaban y eso que ella las había dejado caer.
Maitena ¿en dónde estarás? Melodía de canciones de amor no más... quiero ver en tus ojos el
canto de aquel gorrión y escuchar en tu voz la tranquilidad del mar.
Ahora que está despierta, rezaremos a ningún lado; Dios no existe, es todo un cuento. Maitena
vive en sus propios recuerdos.
alegres como en una obra cruel sobre homicidas. Aquella espada del olvido la dejó pensando más
de mil noches mientras, en el marco de la puerta, armaba cigarrillos con sus delicadas manos. La
vida le había puesto una trampa, o una prueba que nunca pudo superar y la suma de derrotas ha
de hacer rendirse a los competidores más débiles.
Todos los días Maitena contaba las hojas de un viejo roble del jardín, otoño llegaba, las
hormigas lo mataban. Volvía a su refugio intelectual, el cual le hacia expandirse mas no hay refugio
tan sagrado como el amor y ella poco lo había sentido, todos esos caballeros desalmados la habían
herido de forma horrible y la vida pasaba sin sentido por la ventana, como aquel necio vecino de
doce años que apenas si tenía un rostro visible.
Salió la triste Maitena una vez de su hogar y cruzó las diez calles que la alejaban del puente que
cruzaba el río. Hermosas las gotas de agua más brillantes, el fondo del río era la tumba de los
secretos, era la tumba de los amores pasajeros y Maitena los observaba. Dejó correr su
pensamiento sobre aquellos tiempos alegres, cuando sus primeros besos le enseñaban más de lo
que comprendía hasta ese entonces y justo al darse cuenta dejaba de pensar. La química del
mundo se había dispuesto a que, por el aire, vuele la fragancia de un rosedal. Ella siguió aquel
perfume y sus pies se movían como serpientes por el cemento de las calles, esquivando siempre a
los demás seres humanos. Llegó y una flor muerta fue la que le dio la bienvenida ¿Por qué morirán
las flores?
A la sombra de sus recuerdos se sentó una tarde de lluvia, leía un libro y tomaba un café; dejaba a
su mente expresarse y sus ojos destellaban arrabales anónimos con voces de otoños cortados. La
obra llegaba a su parte final y el público ya estaba cansado. Maitena abrió los ojos luego de un
agónico pensamiento.
Correrán las hojas con el viento para jugar a la ronda, pero no serán eternas; las hojas son como
las flores. Maitena, canción de cuna; Maitena, espacio en el tormento... niña suave, melodía de sal;
la que nunca se detiene pero siempre está quieta. Corazón.
Volvió a ver al río, sonrió con ironía pero luego se arrepintió y destejió su mueca desprolijamente.
Aún sus mejillas estaban tiesas cuando en la inmensidad del río se sumergió para buscar aquellos
recuerdos que otros habían dejado, que habían perdido. Ni los peces sabían su nombre, ni las
piedras la recordaban y eso que ella las había dejado caer.
Maitena ¿en dónde estarás? Melodía de canciones de amor no más... quiero ver en tus ojos el
canto de aquel gorrión y escuchar en tu voz la tranquilidad del mar.
Ahora que está despierta, rezaremos a ningún lado; Dios no existe, es todo un cuento. Maitena
vive en sus propios recuerdos.
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