viernes, 3 de agosto de 2012

El Búho






Por Federico Ambesi - Portada Agostina Mauro.


¿De cuántos colores está hecho el mundo?
Los dos se miraron a los ojos, estaban sentados en una piedra... o en la nada.
- Mira Francisco, los cerezos, esta roca, el mismo humo de tu cigarrillo... todos son colores y son parte de esta obra que ves.
- También la sangre, el odio y el fuego - agregó Francisco mirando hacia el vacío.
- ¿Cuál es el color del odio?
Un perro herido, débil y sangriento pasó delante de los dos. Las miradas hacia el animal llegaron como rayos húmedos, mas ninguno hizo nada.
-¿Sabés cuánto hace que no voy a una plaza? - dijo Mariana y entonces los dos fueron a la más cercana.

En la plaza había más ruido y música; un vendedor de golosinas mostraba su miseria para lograr una venta, las madres de unos chicos miraban a otros chicos para ver como iban vestidos, un loco solitario estaba encima de su cuaderno, nadie sabe si escribiendo o dibujando. Los olores y sonidos de los árboles se mezclaban con los gases de los vehículos. Francisco no sabía si era un paraíso venido a menos o un infierno hermoso, lo que si observó fue que, a pesar de todo, prevalecía la belleza.
Algunas aves no dejaban de cantar, otras se detenían como automáticas y el sol cada vez era más suave, pero los autos seguían. Francisco y Mariana no decían nada, luego se miraron y después levantaron sus miradas, tal vez al cielo, tal vez a la nada.

- Hoy no hagamos el amor. Hoy hablemos en francés y comamos chocolate; después, acompáñame a mirar al cielo para buscar mi nombre en el.
- ¿Y si el cielo no es nada Mariana?
- Yo creo que si...

Los Milka estuvieron deliciosos, más que nada el de almendras.

Era la tarde. Los dos estaban de nuevo en la roca, esta vez contemplando un árbol.
- Está inclinado, ¿lo ves?
- No...
- Míralo bien... está inclinado Francisco.
- ¿Siguiendo qué reglas? ¿en qué sentido?

Se fueron de allí. No toleraban esa realidad del pino "torcido".
 Caminaron por el puerto. Él asustado y ella pensando, nunca se sabrá en qué pensaba Mariana aquella tarde y menos, a qué le temía Francisco.
 Fueron hacia otra plaza, entonces vieron mil ruedas, como si fueran historias girando con furia por el suelo, mil ruedas hacían arder al lugar.

- Tómame una fotografía.
 Mariana lucía hermosa posando al lado de aquel ceibo, lleno de flores y hormigas. Guardaron la foto en polaroid en su bolso de tela mientras hacían el camino de regreso a casa.
 Francisco hablaba poco, menos que de costumbre. Se cruzaron varias veces a una madre con sus dos hijos.
- Yo no sé que voy a hacer cuando se me termine la angustia.
- Francisco, ¿por qué tenés angustia?
- Será que nunca he visto brillando a Sakura o porque nunca fui escuchado por el sol...
 - Si te lo propones, la vida es una letanía ¿te acordás de aquellas ruedas? giraban con toda su energía una y otra vez para volver al mismo lugar - dijo Mariana mientras se vestía, luego de levantarse de la cama y agregó: - Esta tarde cuando vayamos al parque, veremos a las mismas personas con diferentes vestidos ir de un lado al otro, pasándonos de lejos y cerca, algunos pensando, otros fumando, otros riendo y odiando. Ambos coincidieron en que Mariana tenía razón y se quedaron en casa.

Al fin ser parte de esta rueda, de este giro monstruoso y bello, todo eso era aterrador para ellos. Mariana lo besó en la frente a Francisco, quien observaba pasar un búho por la ventana; se fue al baño e hizo retumbar los ventanales cuando se pegó un tiro en medio de la cabeza.
Francisco, por su parte, quiso salir una vez más. Tomó su abrigo y se dirigió a la plaza.
- ¡Creo que los conté! - dijo con entusiasmo, pero al no recibir respuesta se sintió muy mal y volvió a casa.
Antes de dispararse volvió a imaginar a aquel búho que pasaba por su ventana.

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