Por Federico Ambesi - Portada Agostina Mauro.
¿De cuántos colores está hecho el mundo?
Los dos se miraron a los ojos, estaban sentados en una
piedra... o en la nada.
- Mira Francisco, los cerezos, esta roca, el mismo humo
de tu cigarrillo... todos son colores y son parte de esta obra que ves.
- También la sangre, el odio y el fuego - agregó
Francisco mirando hacia el vacío.
- ¿Cuál es el color del odio?
Un perro herido, débil y sangriento pasó delante de los
dos. Las miradas hacia el animal llegaron como rayos húmedos, mas ninguno hizo
nada.
-¿Sabés cuánto hace que no voy a una plaza? - dijo
Mariana y entonces los dos fueron a la más cercana.
En la plaza había más ruido y música; un vendedor de
golosinas mostraba su miseria para lograr una venta, las madres de unos chicos
miraban a otros chicos para ver como iban vestidos, un loco solitario estaba
encima de su cuaderno, nadie sabe si escribiendo o dibujando. Los olores y
sonidos de los árboles se mezclaban con los gases de los vehículos. Francisco
no sabía si era un paraíso venido a menos o un infierno hermoso, lo que si
observó fue que, a pesar de todo, prevalecía la belleza.
Algunas aves no dejaban de cantar, otras se detenían como
automáticas y el sol cada vez era más suave, pero los autos seguían. Francisco
y Mariana no decían nada, luego se miraron y después levantaron sus miradas,
tal vez al cielo, tal vez a la nada.
- Hoy no hagamos el amor. Hoy hablemos en francés y comamos
chocolate; después, acompáñame a mirar al cielo para buscar mi nombre en el.
- ¿Y si el cielo no es nada Mariana?
- Yo creo que si...
Los Milka estuvieron deliciosos, más que nada el de
almendras.
Era la tarde. Los dos estaban de nuevo en la roca, esta
vez contemplando un árbol.
- Está inclinado, ¿lo ves?
- No...
- Míralo bien... está inclinado Francisco.
- ¿Siguiendo qué reglas? ¿en qué sentido?
Se fueron de allí. No toleraban esa realidad del pino
"torcido".
Caminaron por el puerto. Él asustado y ella
pensando, nunca se sabrá en qué pensaba Mariana aquella tarde y menos, a qué le
temía Francisco.
Fueron hacia otra plaza, entonces vieron mil
ruedas, como si fueran historias girando con furia por el suelo, mil ruedas
hacían arder al lugar.
- Tómame una fotografía.
Mariana lucía hermosa posando al lado de aquel
ceibo, lleno de flores y hormigas. Guardaron la foto en polaroid en su bolso de
tela mientras hacían el camino de regreso a casa.
Francisco hablaba poco, menos que de costumbre. Se
cruzaron varias veces a una madre con sus dos hijos.
- Yo no sé que voy a hacer cuando se me termine la
angustia.
- Francisco, ¿por qué tenés angustia?
- Será que nunca he visto brillando a Sakura o porque
nunca fui escuchado por el sol...
- Si te lo propones, la vida es una letanía ¿te
acordás de aquellas ruedas? giraban con toda su energía una y otra vez para
volver al mismo lugar - dijo Mariana mientras se vestía, luego de levantarse de
la cama y agregó: - Esta tarde cuando vayamos al parque, veremos a las mismas
personas con diferentes vestidos ir de un lado al otro, pasándonos de lejos y
cerca, algunos pensando, otros fumando, otros riendo y odiando. Ambos
coincidieron en que Mariana tenía razón y se quedaron en casa.
Al fin ser parte de esta rueda, de este giro monstruoso y
bello, todo eso era aterrador para ellos. Mariana lo besó en la frente a
Francisco, quien observaba pasar un búho por la ventana; se fue al baño e hizo
retumbar los ventanales cuando se pegó un tiro en medio de la cabeza.
Francisco, por su parte, quiso salir una vez más. Tomó su
abrigo y se dirigió a la plaza.
- ¡Creo que los conté! - dijo con entusiasmo, pero al no
recibir respuesta se sintió muy mal y volvió a casa.
Antes de dispararse volvió a imaginar a aquel búho que
pasaba por su ventana.
Portada: Agostina Mauro
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