Blog de cuentos, relatos cortos y poesías. Seguinos en Blogger y Facebook. Federico Ambesi.
lunes, 10 de septiembre de 2012
La claridad del sol
Todo lo que hacemos trae una consecuencia, cada sonrisa nos viene de una acción pasada, ya sean
errores o aciertos... es una rueda perfecta en la que estamos encerrados
A las largas horas de insomnio enardecidas de
pensamientos.
Amargos los días de brillantez apagada, desarmados los
últimos sueños que se volcaban de su bolsillo. Dime si alguna
vez has visto la claridad del sol en todo su esplendor.
Aquel verano de mil novecientos noventa y seis
las campanas del templo sonaban tan fuerte como un
trueno, anunciaban las seis de la tarde y esto poco
preocupaba a Martín quien había estado sentado frente
a aquel templo antiguo durante cinco horas. Pensaba el joven acerca del mundo, como las cosas sucedían,
tomaban forma y se desarmaban en un suspiro. Creyó
ver a Dios contemplándolo desde aquel viejo
campanario monstruoso en donde las campanas
pulcras, que descollaban a pesar de su altura, no
paraban de sonar. Sus ojos marrones, tapados de
inocencia y dolor veían otra vez pasar a Horacio, aquel
vagabundo loco que cruzaba la plaza principal varias
veces por día. Lo creyó libre de toda obligación, de
jefes y de preocupaciones, pero en su interior una voz
ronca le advirtió que la libertad es algo diferente,
entonces pensó en Horacio preso del frío, del hambre,
del mañana mismo. Algunas aves que revoloteaban
enloquecidas por la corriente del cielo cantaban
himnos de paz y guerra que Martín apenas lograba
comprender por la mitad.
Fue un espectáculo casual el encuentro con su propio
interior. El muchacho estaba mirando la calle desde la
ventana de su casa y creyó ver a su padre pasando en
bicicleta, lo extrañó una vez más, como cuando era
chico y salió a buscarlo, luego de correr ciego dos
cuadras, recordó que su padre había desaparecido una
vez y que solo en la leyenda de Jesús se puede volver a
vivir. Ya desnudo, a punto de entrar a bañarse, una
sombra cruzó el pasillo, la miró e intentó perseguirla mas no vió nada, volvió al mundo real (al menos a lo
que conocemos como mundo real) y se metió en la
ducha. Roco ladró dos veces, lo hizo pensar pero de
pronto se detuvo <<Lo asustó el televisor otra vez>>
pensó Martín; aquel Bull Dog francés era algo
atolondrado y solía romper el silencio con sus ladridos.
Nada era cierto hasta que se rompía, nada era verdad
hasta que causaba dolor...
La vió en el subterráneo y creyó haber visto a un
ángel gótico. Amanda estaba dibujando a un anciano
que se sentaba frente a ella. Él intentó espiar el dibujo y
ella lo advirtió, mas solo lo dejó ver los perfectos
trazos antes de bajarse, Martín debía continuar el viaje
pero un impulso, impropio de aquel muchacho tímido
y calculador lo guió a perseguirla. Subió las escaleras
como un rayo, vió a las diez mil personas trastornadas
sintió que cada una de ellas le clavó una mirada y diez
puñales, la perdió de vista, había mucha gente yendo y
viniendo por ahí. Al día siguiente lo volvería a
intentar.
Así mientras fumaba su último cigarro frente a las
campanas, mudas esta vez, no dejó de pensar ni por un
segundo en la chica del subte. La vió en el humo que
escupía de su boca y se sintió un dragón, comenzó a
imaginar:
Martín era un dragón solitario y débil, de tan débilucho que
era tan solo escupía humo de su cansada bocaza. Quizo
desplegar sus alas y alejarse de allí pero no sabía en donde
estaba, entonces comenzó a dar golpes contra el suelo, sin
duda alguna, él era más poderoso que el suelo y solo debía
juntar fuerzas para escupir una llamarada poderosa como
sus pensamientos y así destruir lo que lo estaba dañando mas
no supo que era aquello que lo aquejaba y se sintió peor...
cada vez peor.
"Cuantas veces estamos destruidos y no conocemos la causa
de nuestro dolor... cuantas veces somos dragones escupiendo
humo... " pensó Martín antes de arrojar la colilla
chamuscada de aquel cigarro silencioso. Miró a su
alrededor, pasaba Susana con sus dos hijos, sintió
repulsión por saber tanto sobre aquella mujer
cuarentona, mujer de la que solo sabía su nombre,
recién se enteraba que era madre.
Maldito sea el cielo... no la volvió a encontrar durante
tres días en los que viajó en el mismo subte, en el
mismo horario, en el mismo vagón. Amanda se alejaba
encriptada en misterio y era una espina que lo
atravesaba, por suerte Roco no lo dejaba nunca solo.
Nunca más supo de ella, nunca más la vió... pensó en que era algo triste y luego pensó en que, tal vez, no
debía hacerse problema por aquella chica, que era tan
solo un pasajero más de aquel subterráneo arrasador
que transportaba mundos de un lado al otro. Volvió a
ver aquellas campanas y sonrió cuando dejaron de
sonar, encendió un cigarro y se quedó allí sentado
durante algunas horas más. Ya estaba oscureciendo,
entonces apreció los pocos segundos de la claridad del
sol.
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yo no se mucho sobre esto, pero si se reconocer tu talento Federico. La vida es como una leyenda, no importa lo larga que sea, sino que este bien narrada. Éxitos!!
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