viernes, 21 de febrero de 2014

Comic

En la penumbra de la oscura gloria. Mark y sus ojos ciegos se quedaban en una delicada calma. Tiempos que nunca se habían mostrado hermosos y una pizca de motores de vida, de esos que nos hacen sonreír una vez y nunca más. Los recuerdos de una voz que lo hacían ilusionarse, iban muriendo de a poco a causa de la música del bar más negro de la ciudad. Y en ese tumulto de sonidos y aroma a cerveza caliente, repasaba el encendedor todavía caliente con el dedo mientras calaba el cigarro. No sería la última vez que le ardieran los ojos que le quemaron al nacer y que lo habían dejado ciego, ciego para que no viera, aunque pocos saben que los ojos pueden funcionar perfectamente pero no ver nada. La percepción más hermosa era una puerta a la loca fantasía de dejarse llevar por sueños sin remiendo, confiables solo cuando el subconsciente se hace notar y aparece ahí como siempre. No lo molestaban nunca los faroles ni la luna, no sabía de qué se trataba aquella palabra aunque se la nombraban en varias ocasiones.


Ya es tarde, Mark, deberías irte. – le dijo el viejo que siempre lo acompañaba allí.


Lucero, ¿Puedo pedirte un favor?


Dime, dime lo que necesites, chico. – dijo y se le notaban las botellitas de cerveza en la voz.


Quiero hablar con ella, al menos una vez.


¡Otra vez, hombre! ¿No ves que es la chica del jefe? Te van a cortar la garganta…


Solo conozco su voz cantando la mierda de Sinatra y Edith Piaf, quiero que me hable, necesito saber algo sobre ella.


Edith Piaf… - decía el viejo Lucero como si no le hablara a nadie – como me gustaba escucharla…


Mark estaba alucinado con la chica que cantaba todos los jueves en el lugar. Nina era la novia de turno del dueño de aquel aposento. Muchos hombres habían intentado acercarse a ella, pero Nina los rechazaba y, si tenían mala suerte, Renzo los hacía golpear por intentar quitarle a su chica. Todo era de lo más cruel en aquel lugar, pero era uno de los pocos lugares que abrían sus puertas los días de semana.


Ante la negativa del viejo, Mark comenzó a andar por el bar con la esperanza de encontrarla. De pronto se encontró frente a la barra y sintió un perfume tan enigmático como perverso. Su cabeza le decía “Es ella” y no tuvo dudas. Tanteando con disimulo, encendió un cigarrillo y se acercó.


¿Nina? – preguntó con un tono calmo.


Así es… - respondió ella con indiferencia.


Me llamo Mark, vengo muy seguido a este lugar y te he escuchado cantar. Debo decirte que he quedado encantado con tu voz.


¿Sabes que corres un riesgo muy grande al acercarte a mí?


Lo sé, me dijeron que perdería mi garganta. ¿Puedo invitarte una copa al menos? Una sola y me iré…


Hoy no, no tengo ganas de tomar nada.


No quedaba más, caminaría solitario hasta su casa, se quitaría la ropa y se tumbaría en la cama, la misma fría cama de siempre.



miércoles, 19 de febrero de 2014

Violento amor



Las hojas del roble se secaban lentamente en el jardín de Alba. Ella miraba como las estaciones cambiaban velozmente y se dejaba llevar por el ritmo casi seductor de aquella brisa seca de otoño. Mientras se acomodaba los codos en el marco de la ventana para no lastimarse con la chapa, bebía de su vaso de whisky y los ojos se le enrojecían como si el pasado consumo de alquitrán la hubiese afectado por más tiempo del habitual. Los días anteriores habían resultado malos y no podía permitirse que la vida la trate así, aunque pensaba en que tal vez ella misma modelaba aquellas cosas. Se acomodó su lacio cabello que le escurría en la frente y dio un último sorbo, luego dejó caer el vaso al suelo y este se rompió en pequeños fragmentos que se confundían con la llovizna que recién aparecía. Los pasos de María se iban escuchando cada vez más cerca. Sintió sus manos alrededor de la cintura y el aliento fresco le acarició el cuello. Vió por última vez al roble que se humedecía con la lluvia que iba creciendo y volviéndose más y más fuerte. Se dió media vuelta y tomó también a María por la cintura, cuando los dos cuerpos estuvieron cerca se besaron con una sombría repetición de labios que buscaban ahogados una garganta llena de llantos y palabras atrofiadas. Las nubes se iban esparciendo con agonía y las manos seguían aquel rumbo. No tenían otra cosa que hacer hasta que la desnudez las llamó y se vieron con los ojos cerrados, mientras sus carnes se prendían fuego. Lluvia en el fuego y amores que decían mucho. Los párpados caídos y con candado no permitirían que se apague aquella flama lúdica y negra. Una inclinación de María y el beso del mismísimo demonio entre las piernas delgadas que se estremecían mientras dejaban de rozar la pared. Los codos volvían a posarse sobre el marco de la ventana por la que entraban las últimas gotitas de lluvia que estaba ya a punto de acabar.



Había amanecido un poco más tarde que de costumbre. Tomó agua directamente del grifo y sin mirarse al espejo, siguió caminando desnuda hasta el comedor. María estaba comiéndose una rosa y estaba vestida, en una mano la flor, en la otra una taza de té. Al verla recordó aquel cuerpo desnudo moviéndose como una sombra que huye de la luz. Se exitó una vez más pero no hizo nada, tan solo la besó en la mejilla y se sirvió un poco de té. Las dos estaban en silencio y así permanecieron durante toda la mañana, tan solo se podían escuchar los sonidos provocados por los movimientos y el ruido de los besos en las mejillas, no necesitaban decir nada para entenderse. Les gustaba así, aunque a veces no paraban de hablar. A eso de las doce del medio día, María se había cambiado para salir. Llevaba un sobretodo beige y unas botas negras, parecía que solo se había puesto aquel moño azul sobre su cabello rubio para darle algo más de color al gris cielo que había tocado aquel día. Alba le dijo adiós y movió una mano mientras le sonreía. - Adiós - dijo María y cerró la puerta. La soledad le era amena. Podía sentir que algo renacía en su interior cuando se encontraba sola y cubierta por su propia mente. Estiró las piernas, ora la izquierda, ora la derecha, y se vistió. De pronto vio por la ventana que el cielo comenzaba a ceder terreno al sol y un rayo leve cruzó el vidrio húmedo. Lo miró y sintió deseos de besarlo, de tocarlo, de comérselo y luego de escupirlo. Al fin se quedó sentada en un sillón hasta que lentamente se fue recostando hasta adormecerse. Así pasaron algunas horas y seguía allí tan sola como antes. De pronto una imagen se le cruzó por sus pensamientos huidizos: Los labios que ella deseaba se transformaban en una bocaza llena de espinas y el aliento floral de María era un horrible aroma a muerte. Se levantó de un salto. "¿Sería un sueño?", pensó. No podía volver al estado de relajación y encendió un cigarrillo. Mientras los minutos corrían, Alba se ponía más tensa. La impresión no había sido pasajera y se le agolpaban los pensamientos como una torre de naipes al derrumbarse. Estaba exaltada y le comenzaban a sudar las manos, la piel se le enfriaba y los ojos se le dilataron como nunca antes. Creía que algo sucedería al llegar la noche. - No me quiero morir, no quiero morirme. - se decía a sí misma. Y sin pensarlo, la imágen y el olor a muerte le volvían a aparecer cada vez más fuertes, cada vez más reales hasta que se meó y cayó rendida al suelo.


Ahora en sueños, Alba veía un camino vacío que parecía no tener fin y con un paso que parecía ser levitación, lo andaba con cautela. No llegaba a nada, algunos cáctus aparecían de la nada y se secaban, quedándose sin espinas ni flores. Un pétalo seco en el suelo le llamó la atención, quiso buscar algún rastro de su perfume y allí volvía aquella boca tremenda con el perfume mortífero.


"¡Déjame en paz, monstruo horrible! Tú no eres mi María." Decía sin saber a quien o a qué le hablaba. Despertó y tuvo miedo de cambiarse la ropa húmeda. Miró la hora y sintió miedo, María estaba próxima a llegar.


La puerta hacía ruido de llave que entra, cerradura que cede, llave que sale. Se abría despacio y María cruzaba el umbral buscando con la mirada a su amada. Lejos de sentir aquellas manos que la habían sujetado con tanta pasión la noche anterior, solo sintió que su nuca era perforada por el filo de una cuchilla. La sangre que brotaba de la herida iba entibiandole la espalda, a la vez que todo su cuerpo de ponía cada vez más frío. Lo último que escuchó fue la voz de Alba pidiéndole perdón, pero no pudo verla. Sus ojos de caramelo se quedaron abiertos como si buscara una respuesta visual. Alba se arrodilló al lado del cadáver y dió un grito mirando al techo. Le besó los muertos labios con un beso muerto y el aliento que quería complementarse con la frescura perdida de la boca de María. El arma seguía incrustada allí y no hubo, en ese momento, una mano que la intentara sacar.


domingo, 16 de febrero de 2014

Borrador.

Two days with a Boa Constrictor



El sur, amigo mío, el sur; decía ella con los ojos apenas cerrados y el aire templado acariciando su rostro. Fridrich la miraba y se sonreía con aire de defensor. "¿Habrán alas suficientes para que vuelen todos esos ángeles?" pensaba mientras la veía delirar de fiebre, sentada en una silla de oscuro y muerto roble. La ventana abierta seguía dejando penetrar aquel aire inusual en de otoño temprano.


"Vas a quererme siempre, Gabriel, no vas a dejarme" se la escuchaba decir en su delirio. Obviamente el tal Gabriel no existía y ella seguía delirando. Fridrich, por su parte, dejaba de contemplar a Violeta y se dedicaba a leer el diario


"CAE UN AVION EN MEDIO DEL MAR"


Tal vez los peces quisieran conquistar el cielo, habrían comenzado una guerra contra los aviones, luego vendrían los globos aerostaticos, los helicopteros y al fin las aves; cuando se encontraran con las estrellas y los cometas y los planetas y toda esa masa de objetos, declararían un arrepentimiento absoluto y volverían a la mar.


Fridrich dejaba de lado lo habitual y se había declarado ya algunos meses atras, como espectador de su propio sueño; es decir, que recopilaba información variada "Ron glop", la procesaba en un sueño mordido por pedazos y a los reultados los vomitaba a la mañana siguiente en distintas formas.



{Todo un gentleman, apura el trago y se deja vencer. "He perdido todo, lo he perdido, no hay duda"}



Luego, al atardecer, volvía a su rosa y la miraba. Que hermosa era Violeta con sus ojos verdes, sus rasgos checos mezclados con aquella América que ella nunca vió. Podría morirse y seguir siendo hermosa, podrìa montar un rinoceronte y parecer un ángel... "¿Habrán alas para todos esos ángeles?" volvía a meditar. Todo era silencio y pétalos de marfil blanco. Dale un puñado de sombras a aquella luz ¡Aguarda, no quiero morir asì! Y como navegando en el lomo de una mosca se hundieron los dos en la noche, cuando a Violeta se le calmaba un poco la cabeza y Fridrich dejaba de estar tan loco. Tal vez fuera porque ninguno disfrutaba el día.


Y así por las noches comenzaban a vivir y a morir al mismo tiempo. Son abejas púrpura que derraman mieles plateadas, ojos arrancados de raíz que han sido hundidos en tarros de cerveza fría. Algunas veces se besaban y otras se intentaban suicidar juntos. La primera vez dejaron abierta la llave de gas y se acostaron, pero los salvó un vecino que asustado por el "insoportable olor a gas", decidió tocar la puerta. Maldito idiota, no entiende nada.



- Espero que esta vez no llame a la puerta ese imbécil de al lado - le dijo Violeta.


Fridrich estaba dudando ¿Debían matarse hoy? Pero los planteos nunca lo llevaban hacia nada bueno. Unas moneditas de níquel adornaban la mesita de luz. Violeta casi las tira al suelo, odiaba ver monedas, pero sintió pena y las dejó.



- ¿Qué te parece si bailamos antes de morir?


- ¡Magnífico, mi querido Fridrich! ¿Qué danza te apetece?


- Algo de twist, mi queridísima Violeta.



Swing trop roche, je ne suis pas an papillón. La calma y el pick up et Smoking cigarrettes under la noche azul. Las piernitas se movían al ritmo que pocos comprenden, dice swing, tango va, el revólver marcado con fuego. Así se terminaba el baile, estában exhaustos y ni siquiera tenían ganas de morir.


El amor es digital, casi siempre invisible. El amor es un sentir, no tiene forma ni cuerpo... Pero de todas formas muere ¿Còmo es eso? Se preguntarán muchos. "No lo sabemos, Mi General", dicen los plomos y la batalla imposible explota en mocha y troca virtud.



- Vamos a pedir arándanos para la tarde - decía ella peinandose el cabello.



Y con el culo al descubierto y algo de frío en el abdómen, Fridrich se quedaba sentado como un escriba egipcio, en el borde de la cama.



- Está bien, como te guste, pero hoy no me pidas morir... Por favor no me lo pidas.



- Podría hacerte el favor de no pedirlo, pero sabes bien que no me es posible dejar de desearlo. Casualmente, hace unos días, te habías ido a comprar libros de esos que te molan y yo salí a la vereda con mi vestido azul que tanto nos gusta a los dos ¿Lo recuerdas?



- Claro... Pero ¿Qué más pasó?



- Salí a la calle y me llené de alcohol el vestido, encendí un fósforo y ¿Sabes qué? El imbécil del gas vino corriendo a impedirlo... Si no fuera por ese indecente, las cosas me hubieran salido muy bien.



Este reproche era tan solo una parte de lo que Fridrich estaba acostumbrado a escuchar. Pero el muy necio se la pasaba postergando la muerte.



{Si ella hubiera sabido que yo era el que le daba aviso al vecino imbécil... Si ella recordara que ese imbécil es su hermano... ¡Pero yo mismo terminé acabando con ella! Hubiese sido imposible vivir así, entre rejas, ahora vivo entre algodones.}


miércoles, 12 de febrero de 2014

Una tarde de lo más corriente *

Radek dejaba caer una matchbox en el suelo cuando estaba por pasar el tren. Es que se sentaba a fantasear con aquello que escupe fantasias en los cerebros. Primero bajaba la gente más enérgica, verdaderas ratas; los enamorados iban segundos, formaban micro cadenas tomados de las manos de a dos o de a tres y luego venían las viejas gordas, rebotando entre las puertas automáticas como globos terráqueos deambulantes... Así pasaban las viejas raquiticas, los enfermos y por último, casi cuando estaban por cerrarse las dos puertas, los poetas. Ellos si que están cansados, deambulan por las calles y parecen anémicos, incluso los que lucen un gran estómago andan como hambrientos y parecen sufrir de un leve estado febril. Uno de esos cinco o seis mil poetas que bajaron del tren era su amigo, Djerk.



- ¿Cómo has viajado? - preguntó Radek con un gesto que no se decidía por ser simpático o necio.


- Odio los trenes ¿Para qué me haces esa pregunta?



Levantó su matchbox del suelo y caminaron hasta encontrar la casa de Elvira.



- Mis buenos muchachos - dijo Elvira - han llegado justo para ayudarme a solucionar un problema... Un inmenso problema que me está costando mucho trabajo solucionar.



- Perfecto, un poeta y un pensador ayudando a... ¿Qué sos vois? Dime - preguntaba Djerk con un tono enfermizo.


- ¿Es que debo ser algo? Un poeta no ve más allá de las etiquetas?


- Definitivamente, lo hacemos, pero necesito encontrar algo en las personas... De hecho, Radek tiene el tag de pensador porque no es nada más que un mantenido, quiero decir que vive de rentas y no ha pasado por nada como para que le tengamos siquiera... Lástima.



- Lástima? - Se quejó Radek. Yo no quiero tu lástima. La pena de un poeta en ruinas, de un vagabundo de la nada, de un tesorero de barrio pobre. No, eso no quiero.



Elvira miraba a Djerk con ojos de furia. Le parecía que su último viaje lo había convertido en alguien mucho más cruel.



- Et vous te ries por el frío en mi interior... Puedo verlo, Elvira. Pero no debes reir, ¡Eso no! Porque estoy hecho de diversos materiales, aunque son rosas y puñales mis manos, esta boca escupe cristales que cortan la carne, que matan la sonrisa y ...



- ¡Ya basta! Esa forma de hablarle a mi Elvira, a mi hermosa Elvira ...  No, no voy a permitirlo.



Radek se exponía como nunca antes lo había hecho. Exclamaba su amor de un modo tímido pero combativo, defendiendo a su amada a toda costa, incluso de las palabras de un poeta ácido. Sería una batalla tener que enfrentar la burla de Djerk, sin duda, pero lo peor, lo más aterrador, sería tener que pelear primero con la duda de saber qué pensaba Elvira del asunto y luego, en el peor de los casos enfrentar el rechazo, mas si Elvira se entregara a sus brazos como en una novelita de almíbar, el dragón de aquel cuento de hadas sería el primer enemigo nuevamente. Burlándose de ellos dos con esas palabras cada vez más fantasy.



- ¡Bueno, si! Estoy profundamente enamorado de ti, oh, Elvira mía ¡Cuánto tiempo he vivido así!



Caminaban los tres casi en fila india buscando algún lugar vacío para sentarse y tomar algunas cervezas. Encontraron un cafetin llamado "Enola Gay" y entraron. Las mesas estaban humedas y corría un aire de coffee - Show - Nekro. Sin preguntarles nada, un viejo que oficiaba de mozo, cobrador y como encargado de limpieza, venía cargando con una sola mano tres jarras de cerveza. Tan solo Djerk se quedó mirando aquella hazaña. "Es un truco con los tendones" - explicaba el viejo con aire risueño.



- Pues bien - dijo Radek


- Pues bien... - dijo Djerk


- Muy bien - dijo Elvira y continuó - me temo que tengo que explicar aquello de lo que vengo hablando, intentando hablar, desde que llegaron... El asunto es severo, lleno de muchos pensamientos que pueden llegar a lo grosero, bailar con el miedo o ser simplemente porciones de vida desparramadas en ...



- Eso dejamelo a mí - interrumpió Djerk.



Radek tan solo bebía de la jarra y jugaba con los fósforos, cuando escuchaba la voz de Djerk hacer algun comentario sentía que pasaba un tren y entonces los dejaba caer sobre la mesa, para disimular.



- Elvira... Siento muchisimo interrumpirte, lamento ¡Oh no sabes cómo lamento!, tener que decirte esto, pero la cuestión es que me voy a tener que ir.


- La estábamos pasando tan bien ¿Tú que opinas, Djerk?


- Pas mal...


- Ya lo veo! - lanzaba Radek su grito ahogado - quieren hacerme creer que les agrada mi compañia, que pefieren que yo este con ustedes y que pongamos monedas en el jukebox, pero no, nada de eso. Quieren aburrirme, cansarme para que hoy me quede, si, pero que la próxima no los quiera acompañar y así sucesivamente. Y ya los imagino en el futuro, teniendo hijos y bromeando "Por qué no lo llamamos como nuestro amiguito: Radek?"



- Continúa, Elvira, quiero oír lo que dices.



Así Elvira hablaba de su supuesto gran problema mientras los dos escuchaban como buenos caballeritos y dibujaban gestos de preocupación conforme el relato se volvía más complicado.



- Yo creo que deberías hablarlo bien, esas cosas se solucionan del modo más pacífico y racional. Otro modo de actuar podría empeorar el asunto, creo yo.



Radek guardaba silencio, clavaba los ojos en los labios movedizos de Elvira, arrancaba la mirada y se ponía a observar como fluían lentamente las palabras del poeta que ahora parecía estar delirando por la fiebre.



- Oh, bien... - empezó Radek con malicia - bien, bien, pero bien... ¿Qué se traman? Quiero escucharlo ahora mismo, quiero que me digan de qué estan hablando ya mismo.



- Djerk, ¿Puedo confiar en ti? - preguntó Elvira mientras Radek digitaba los botones del jukebox.


- ¡Los Doors, me encanta esta música! - celebraba Djerk. - Vamos, cuentame, soy todo oídos.



- Lo que sucede es que... Bueno, estoy muy enamorada de alguien, pero creo que no me corresponde.



- Quién es el desdichado hombre que padece tu enamoriento, mi dulce Elvira?



- Es mi instructor de Tae Kwon Do,  Francis Lee. Oh, lo amo tanto...


- Amor... Amor, amor ¡Que ironia! ¿Pero cuál es el problema?



- El problema es que... - de pronto Elvira dejó de hablar y mirando a Radek, que recién volvía a sentarse, le dijo: ¡Aguarda! Hey, Radek! ¿Por qué no has dicho una sola palabra desde que llegaste a casa?