domingo, 16 de febrero de 2014

Borrador.

Two days with a Boa Constrictor



El sur, amigo mío, el sur; decía ella con los ojos apenas cerrados y el aire templado acariciando su rostro. Fridrich la miraba y se sonreía con aire de defensor. "¿Habrán alas suficientes para que vuelen todos esos ángeles?" pensaba mientras la veía delirar de fiebre, sentada en una silla de oscuro y muerto roble. La ventana abierta seguía dejando penetrar aquel aire inusual en de otoño temprano.


"Vas a quererme siempre, Gabriel, no vas a dejarme" se la escuchaba decir en su delirio. Obviamente el tal Gabriel no existía y ella seguía delirando. Fridrich, por su parte, dejaba de contemplar a Violeta y se dedicaba a leer el diario


"CAE UN AVION EN MEDIO DEL MAR"


Tal vez los peces quisieran conquistar el cielo, habrían comenzado una guerra contra los aviones, luego vendrían los globos aerostaticos, los helicopteros y al fin las aves; cuando se encontraran con las estrellas y los cometas y los planetas y toda esa masa de objetos, declararían un arrepentimiento absoluto y volverían a la mar.


Fridrich dejaba de lado lo habitual y se había declarado ya algunos meses atras, como espectador de su propio sueño; es decir, que recopilaba información variada "Ron glop", la procesaba en un sueño mordido por pedazos y a los reultados los vomitaba a la mañana siguiente en distintas formas.



{Todo un gentleman, apura el trago y se deja vencer. "He perdido todo, lo he perdido, no hay duda"}



Luego, al atardecer, volvía a su rosa y la miraba. Que hermosa era Violeta con sus ojos verdes, sus rasgos checos mezclados con aquella América que ella nunca vió. Podría morirse y seguir siendo hermosa, podrìa montar un rinoceronte y parecer un ángel... "¿Habrán alas para todos esos ángeles?" volvía a meditar. Todo era silencio y pétalos de marfil blanco. Dale un puñado de sombras a aquella luz ¡Aguarda, no quiero morir asì! Y como navegando en el lomo de una mosca se hundieron los dos en la noche, cuando a Violeta se le calmaba un poco la cabeza y Fridrich dejaba de estar tan loco. Tal vez fuera porque ninguno disfrutaba el día.


Y así por las noches comenzaban a vivir y a morir al mismo tiempo. Son abejas púrpura que derraman mieles plateadas, ojos arrancados de raíz que han sido hundidos en tarros de cerveza fría. Algunas veces se besaban y otras se intentaban suicidar juntos. La primera vez dejaron abierta la llave de gas y se acostaron, pero los salvó un vecino que asustado por el "insoportable olor a gas", decidió tocar la puerta. Maldito idiota, no entiende nada.



- Espero que esta vez no llame a la puerta ese imbécil de al lado - le dijo Violeta.


Fridrich estaba dudando ¿Debían matarse hoy? Pero los planteos nunca lo llevaban hacia nada bueno. Unas moneditas de níquel adornaban la mesita de luz. Violeta casi las tira al suelo, odiaba ver monedas, pero sintió pena y las dejó.



- ¿Qué te parece si bailamos antes de morir?


- ¡Magnífico, mi querido Fridrich! ¿Qué danza te apetece?


- Algo de twist, mi queridísima Violeta.



Swing trop roche, je ne suis pas an papillón. La calma y el pick up et Smoking cigarrettes under la noche azul. Las piernitas se movían al ritmo que pocos comprenden, dice swing, tango va, el revólver marcado con fuego. Así se terminaba el baile, estában exhaustos y ni siquiera tenían ganas de morir.


El amor es digital, casi siempre invisible. El amor es un sentir, no tiene forma ni cuerpo... Pero de todas formas muere ¿Còmo es eso? Se preguntarán muchos. "No lo sabemos, Mi General", dicen los plomos y la batalla imposible explota en mocha y troca virtud.



- Vamos a pedir arándanos para la tarde - decía ella peinandose el cabello.



Y con el culo al descubierto y algo de frío en el abdómen, Fridrich se quedaba sentado como un escriba egipcio, en el borde de la cama.



- Está bien, como te guste, pero hoy no me pidas morir... Por favor no me lo pidas.



- Podría hacerte el favor de no pedirlo, pero sabes bien que no me es posible dejar de desearlo. Casualmente, hace unos días, te habías ido a comprar libros de esos que te molan y yo salí a la vereda con mi vestido azul que tanto nos gusta a los dos ¿Lo recuerdas?



- Claro... Pero ¿Qué más pasó?



- Salí a la calle y me llené de alcohol el vestido, encendí un fósforo y ¿Sabes qué? El imbécil del gas vino corriendo a impedirlo... Si no fuera por ese indecente, las cosas me hubieran salido muy bien.



Este reproche era tan solo una parte de lo que Fridrich estaba acostumbrado a escuchar. Pero el muy necio se la pasaba postergando la muerte.



{Si ella hubiera sabido que yo era el que le daba aviso al vecino imbécil... Si ella recordara que ese imbécil es su hermano... ¡Pero yo mismo terminé acabando con ella! Hubiese sido imposible vivir así, entre rejas, ahora vivo entre algodones.}


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