miércoles, 19 de febrero de 2014

Violento amor



Las hojas del roble se secaban lentamente en el jardín de Alba. Ella miraba como las estaciones cambiaban velozmente y se dejaba llevar por el ritmo casi seductor de aquella brisa seca de otoño. Mientras se acomodaba los codos en el marco de la ventana para no lastimarse con la chapa, bebía de su vaso de whisky y los ojos se le enrojecían como si el pasado consumo de alquitrán la hubiese afectado por más tiempo del habitual. Los días anteriores habían resultado malos y no podía permitirse que la vida la trate así, aunque pensaba en que tal vez ella misma modelaba aquellas cosas. Se acomodó su lacio cabello que le escurría en la frente y dio un último sorbo, luego dejó caer el vaso al suelo y este se rompió en pequeños fragmentos que se confundían con la llovizna que recién aparecía. Los pasos de María se iban escuchando cada vez más cerca. Sintió sus manos alrededor de la cintura y el aliento fresco le acarició el cuello. Vió por última vez al roble que se humedecía con la lluvia que iba creciendo y volviéndose más y más fuerte. Se dió media vuelta y tomó también a María por la cintura, cuando los dos cuerpos estuvieron cerca se besaron con una sombría repetición de labios que buscaban ahogados una garganta llena de llantos y palabras atrofiadas. Las nubes se iban esparciendo con agonía y las manos seguían aquel rumbo. No tenían otra cosa que hacer hasta que la desnudez las llamó y se vieron con los ojos cerrados, mientras sus carnes se prendían fuego. Lluvia en el fuego y amores que decían mucho. Los párpados caídos y con candado no permitirían que se apague aquella flama lúdica y negra. Una inclinación de María y el beso del mismísimo demonio entre las piernas delgadas que se estremecían mientras dejaban de rozar la pared. Los codos volvían a posarse sobre el marco de la ventana por la que entraban las últimas gotitas de lluvia que estaba ya a punto de acabar.



Había amanecido un poco más tarde que de costumbre. Tomó agua directamente del grifo y sin mirarse al espejo, siguió caminando desnuda hasta el comedor. María estaba comiéndose una rosa y estaba vestida, en una mano la flor, en la otra una taza de té. Al verla recordó aquel cuerpo desnudo moviéndose como una sombra que huye de la luz. Se exitó una vez más pero no hizo nada, tan solo la besó en la mejilla y se sirvió un poco de té. Las dos estaban en silencio y así permanecieron durante toda la mañana, tan solo se podían escuchar los sonidos provocados por los movimientos y el ruido de los besos en las mejillas, no necesitaban decir nada para entenderse. Les gustaba así, aunque a veces no paraban de hablar. A eso de las doce del medio día, María se había cambiado para salir. Llevaba un sobretodo beige y unas botas negras, parecía que solo se había puesto aquel moño azul sobre su cabello rubio para darle algo más de color al gris cielo que había tocado aquel día. Alba le dijo adiós y movió una mano mientras le sonreía. - Adiós - dijo María y cerró la puerta. La soledad le era amena. Podía sentir que algo renacía en su interior cuando se encontraba sola y cubierta por su propia mente. Estiró las piernas, ora la izquierda, ora la derecha, y se vistió. De pronto vio por la ventana que el cielo comenzaba a ceder terreno al sol y un rayo leve cruzó el vidrio húmedo. Lo miró y sintió deseos de besarlo, de tocarlo, de comérselo y luego de escupirlo. Al fin se quedó sentada en un sillón hasta que lentamente se fue recostando hasta adormecerse. Así pasaron algunas horas y seguía allí tan sola como antes. De pronto una imagen se le cruzó por sus pensamientos huidizos: Los labios que ella deseaba se transformaban en una bocaza llena de espinas y el aliento floral de María era un horrible aroma a muerte. Se levantó de un salto. "¿Sería un sueño?", pensó. No podía volver al estado de relajación y encendió un cigarrillo. Mientras los minutos corrían, Alba se ponía más tensa. La impresión no había sido pasajera y se le agolpaban los pensamientos como una torre de naipes al derrumbarse. Estaba exaltada y le comenzaban a sudar las manos, la piel se le enfriaba y los ojos se le dilataron como nunca antes. Creía que algo sucedería al llegar la noche. - No me quiero morir, no quiero morirme. - se decía a sí misma. Y sin pensarlo, la imágen y el olor a muerte le volvían a aparecer cada vez más fuertes, cada vez más reales hasta que se meó y cayó rendida al suelo.


Ahora en sueños, Alba veía un camino vacío que parecía no tener fin y con un paso que parecía ser levitación, lo andaba con cautela. No llegaba a nada, algunos cáctus aparecían de la nada y se secaban, quedándose sin espinas ni flores. Un pétalo seco en el suelo le llamó la atención, quiso buscar algún rastro de su perfume y allí volvía aquella boca tremenda con el perfume mortífero.


"¡Déjame en paz, monstruo horrible! Tú no eres mi María." Decía sin saber a quien o a qué le hablaba. Despertó y tuvo miedo de cambiarse la ropa húmeda. Miró la hora y sintió miedo, María estaba próxima a llegar.


La puerta hacía ruido de llave que entra, cerradura que cede, llave que sale. Se abría despacio y María cruzaba el umbral buscando con la mirada a su amada. Lejos de sentir aquellas manos que la habían sujetado con tanta pasión la noche anterior, solo sintió que su nuca era perforada por el filo de una cuchilla. La sangre que brotaba de la herida iba entibiandole la espalda, a la vez que todo su cuerpo de ponía cada vez más frío. Lo último que escuchó fue la voz de Alba pidiéndole perdón, pero no pudo verla. Sus ojos de caramelo se quedaron abiertos como si buscara una respuesta visual. Alba se arrodilló al lado del cadáver y dió un grito mirando al techo. Le besó los muertos labios con un beso muerto y el aliento que quería complementarse con la frescura perdida de la boca de María. El arma seguía incrustada allí y no hubo, en ese momento, una mano que la intentara sacar.


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