martes, 25 de noviembre de 2014

Dios desde la ventana de su coche me dijo...

    Dios me pidió fuego, tiene un Benson entre los dedos y quiere pitar antes de irse a dormir. Lo miro a los ojos, a mi imagen y semejanza. Me presenta a su mujer, se parece a mi esperanza, él le hace el amor de modo extraño, ella grita de placer, yo me enfado, "No le hagas eso, ella es mía". Dios no dice nada, me hace un gesto, casi me saca el fire del bolsillo, se entusiasma con mi dinero. "Dame tus zapatos, chico, pero antes deberás lustrarlos muy bien, no lo olvides, yo soy Dio..." Dios no puede decir su nombre completo, está lleno de excentricidades. Una muy grande es esa que lo hace vivir en el cielo, al que él hace llamar Paraíso. Los medios criticaban a Jackson... ironía básica nivel uno.
Pude sentarme a su lado, mientras fumaba su maldito cigarro en calma. Quise encenderme uno, pero Dios no me devolvió el fire, que mal que lo hace. Craiando me dijo que está cansado, que quiere unas vacaciones en el Brasil, que le duele la espalda de tanto rezar.

- Vaya, tú rezas... ¿A quién le rezas?

- ¿El huevo o la gallina?-contestó irónico.

Con razón es Dios. Le ofrecí jugar al póker, dijo que no. Jugamos al dominó. Aburrido, cansado. Volvió a fumar, se había adueñado del encendedor, saqué un cigarro y se hizo el amable y me lo encendió con mi propio fire .

- ¿Por qué dejas que provoquemos incendios? -le dije queriendo aprovechar la oportunidad.
- Ustedes lo inventaron, yo no sabía nada de eso antes de que ustedes llegaran. -guardaba el humo entre los dientes, lo mordía- Dejen de hacerlo, manchan la Tierra...
- ¿Cómo es eso de que nosotros llegamos? Yo creí que...
- ¡Ja!

No dijo más nada al respecto, incluso me ignoró durante los diez minutos siguientes en los que le pregunté varias veces lo mismo.

- Hombre, me tienes cansado, no te soporto más... Bueno, no te pongas así, vamos a tomar algunos tragos.


Nos fuimos al bar y nos emborrachamos. Al día siguiente comenzó una guerra, una de las más grandes del mundo. Dios me miró desde la ventana de su coche y me dijo: "Así nacen las guerras, pero me sentiría muy mal si les sacara los bares... en realidad, es un círculo vicioso ¿Me comprendes?

Ídolo

Lo vi al demonio dormido en el pavimento, la débil llovizna mojaba su lomo infernal. No lo dudé un solo segundo y me acerqué para ayudarlo a levantarse. Era pesado como él mismo y me costó mucho trabajo subirlo a mi automóvil. Lo acosté en el asiento trasero y manejé bajó la lluvia hasta llegar a mi casa. Una vez allí lo acosté en el sofá y fue entonces que se despertó. Sus ojos amarillos me intimidaron, pero fui valiente y no bajé la mirada, no quise incomodar a mi huésped que inmediatamente se levantó y, de pie, firme, se quedó mirándome con rabia. Le había molestado que yo lo ayudara y no lo ocultaba. Un pobre e insignificante mortal ayudando a uno de los demonios más poderosos y temidos de todos los infiernos, eso era inadmisible para él.

- Tu hospitalidad... -me dijo titubeando, lo cual me llamó mucho la atención, ¿Un demonio dubitativo?- Me llenas de agradecimiento, hijo mío.
- No podía haber hecho otra cosa -le respondí-, el suelo no es lugar para nadie y la lluvia está muy fría como para soportarla.

Me preguntó si podía darme un abrazo pero no respondí, en realidad, no quería. Se quedó en el mismo lugar y le dije que podía sentarse, incluso recostarse y descansar. Le ofrecí prepararle una taza de té y aceptó con ganas, puesto que esa noche hacía mucho frío.
La lluvia era incesante, varios rayos se colgaban del negro cielo, hacían una voltereta y desaparecían chocando contra la superficie. Que me parta un rayo, el demonio se había quedado dormido y yo con la taza de té humeando en mis manos. Me tomé el té y encendí el cigarrillo. Él se despertó cuando sintió el sonido del encendedor.

- ¿Me convidas uno? -preguntó.

Claro que sí, no le iba a negar un cigarro por más que fuera un demonio. Así que fumamos tranquilamente y en silencio, todo un ritual, allí con el demonio, uno de los más temidos de los siete infiernos. Cruzaba las piernas con elegancia y estilo. Sus párpados se iban cerrando lentamente, lo había perdido todo aquí en la ciudad y necesitaba descansar antes de volver a su lugar, algo así me dijo. Era la hora de dormir, al día siguiente yo tenía que ir al trabajo, a mi infierno terrenal. Se acostó y se tapó con una de las mejores frazadas que pude ofrecerle, una de lana. Dormí muy poco, me preocupaba lo que podría hacer aquel demonio durante mi sueño. Pero mis temores eran infundados, el demonio despertó más tarde que yo y todo se veía en orden. Pensé que amanecería hambriento, entonces preparé el desayuno que ni siquiera tocó. Más tarde me diría que los demonios no comen y se disculpó por no habérmelo dicho antes, al menos a tiempo para que no se enfriara y yo pudiera aprovecharlo. No importaba, mi puesto de trabajo era seguro por el momento y podía pagarme varios desayunos más. Le pregunté a qué hora se iría, diciéndole que podía quedarse cuanto tiempo fuera necesario, pero me dijo que pensaba marcharse antes de que yo regresara. Arregló el sofá y dobló la frazada de lana prolijamente, lista para volver a guardarla.

- Puedes mirar la televisión, tal vez haya algo que te interese -le dije.

Al parecer los demonios no miran televisión. Algunos dicen que es porque están muy ocupados enojándose por todo y tratando de ver de qué manera pueden hacer el mal, pero mi huésped al menos parecía ser alguien muy pacífico y no hacía ninguna de esas cosas. Bien por él.
Cuando llegué lo vi tumbado en el sofá, roncando como el Diablo. Se había tomado todas las botellas de vodka que había en mi casa. Eso sí que les gusta a ellos: beber y beber alcohol, eso y fumar cigarros. Al anochecer traté de despertarlo, me costaba mucho trabajo así que lo dejé dos horas más y al fin abrió los ojos, bostezó y se disculpó por los problemas ocasionados. Le dije que no era nada, pero que no era bueno tomar así... no dijo nada sobre eso.
Justo a las doce de la noche dio su aviso de que se marchaba y me sentí un poco solo, entonces le pregunté por un amigo que había fallecido hacía poco tiempo. Pedí que me informara si sabía algo de él y entonces...

- Soy yo, ¿No te acuerdas de mí? ¡Vaya que es difícil reconocerme ahora! He venido a visitarte pero tenía prohibido revelar mi identidad sin que me lo preguntaras... Bueno, la verdad es que, quien no parece estar bien, eres tú. Y ese empleo tuyo... -dijo bajando la voz, como si se compadeciera de mí- es peor que el infierno, allí sí que la pasamos bien..., deberías venir cuando te aburras de todo esto.


Indudablemente, era él. 

Como jardines en invierno

Dos rebeldes y endemoniadas pendejas. Adolescentes y perversas, odiaban, decían ellas, a todo lo que tuviera que ver con el mundo. Se dice que ningún hombre las desnudó jamás, por eso el sueño estaba intacto. Solo ellas dos se vieron el sexo y creyeron amarse mutuamente. Mas nada de amor había en esas dos hembras que recientemente habían descubierto sus impudicias. Cabe decir que todos estaban enloquecidos, llenos de rumores que las infamias inventadas los regocijaban a más no poder. Eran los de afuera los miserables que espiaban el placer emanado por los dos cuerpos salvajes con almas negras.

Reposo el mío, como un sapo negro en Berlín. Mi alma estaba triste. Dicen que el gran dolor de mi vida no es para tanto, eso es porque no me ven. Si la sangre es vida, yo por vida tenía mugre.
Paso a contar mis agonías, siendo yo hijo de mi abuela y hermano de mi padre, quien lea estas negras páginas podrá adivinar que nunca he sido feliz. ¿Es un diablo peor el que siempre está en el medio de la vida y el dolor?
Me criaron en ese misterio insistente de la destrucción. Con voces calladas, mintiendo, siempre mintiendo. Una abuela distante, una madre que nunca existió, la misma carne para ambas, la misma calumnia. Tan solo verla ahí: Una imagen austera y muda. Apenas balbucea. No creo que reconozca a los hijos que tuvo en el vientre. La bañan dos enfermeras y se caga encima. Tengo ganas de matarla, de que su sangre en el suelo me pague el dolor… Pero yo no soy así. Además me regocijaba verla como en estado de putrefacción. Sostiene una cruz entre las manos ¡Ja! una cruz, como si eso pudiera hacer que la perdonen, como si quisiera dar lástima. Y el tarado que te cuida, te paga todas las necesidades…
A todo esto que yo digo, nadie comprende por qué la leyenda de las colegialas ha dado inicio a todo esto. Ellas tan sangrientas y yo tan desdichado, algo nos puso en la misma senda a pesar de la diferencia de edad. Es que el destino es así, hace lo que quiere con nosotros. Cómo dos niñas han llegado a mi vida o cómo habré llegado yo a la de ellas, eso nadie lo entiende, ni siquiera nosotros tres. No fue un romance, ni siquiera una pasión. Fue algo que sucedió como puede suceder en esta vida cualquier cosa. Todos somos presos de la vida hasta que algo nos libera, aunque eso no quiere decir que la vida, para algunos, no pueda ser hermosa. Y yo solo conocí un tiempo de felicidad dentro de mis fantasías, es que ante tanto dolor solamente me quedaba eso: la fantasía de creer y soñar. Aunque ese sueño tuviera un fin, un despertar.
El cielo nervioso comenzaba a sollozar, debajo de su poderío estaba yo sentado en un banco de plaza. Un libro entre mis manos pero ni siquiera había pasado dos páginas, me importaba muy poco lo que pudiera pasarle al doctor Rieux. Recordaba la secuencia que me había contado mi padre – hermano entre lágrimas y suplicas de perdón:

“Una noche la vi llorar y hacia ella fui. Me abrazó y me pidió que no la dejara, que me quedara a su lado. En ese momento, no sé cómo explicarlo, pero todos mis miedos brotaron al mismo tiempo y me abracé a ella, quien me sostenía y luego, sin darme cuenta del preciso momento, los labios de mi madre tocaban los míos… y me dejé llevar…”

Un cerdo. Toda una basura ¿Acaso esa explicación podría mitigar mi dolor? Nada de eso, sentí asco por los dos, asco por mí y una furia incontenible contra el mundo. Entonces mi procedencia me llenó las venas y salté como un loco del asiento al verlas pasar. Corrían para refugiarse de la lluvia, corrían riendo como dos locas que eran. Les extendí mi paraguas con una sonrisa y me miraron con ojos soñadores. Hermosas las dos, hermanas de sangre, hermanas de verdad, hermanas que se amaban y jugaban con los demás. Yo me sentía una rata y las veía como un paraíso, no lo pensé, solo esperaba a mi muerte y nada más me importaba. Me quedé parado frente a ellas y las dos me seguían sosteniendo la mirada hasta que una comenzó a reír.

- ¿Vas a quedarte ahí toda la tarde?

- ¿Cómo se llaman?

- Carolina. -dijo una.

- Y yo Alexia… ¿Vos?

- Alejandro.

Volvían a sonreír las dos al mismo tiempo. Una sombra les cruzó el rostro y entonces las gotitas de lluvia me mojaban los zapatos y sus caras de porcelana.

- Somos indias – dijo Carolina riéndose como la chiquilla que era.

- ¿Indias?

- Indias – insistió.

- Cuéntenme más.

- Contanos algo vos.

- ¿Yo?

- Nos aburrís – se quejó Alexia.

- No se vayan, déjenme conocerlas por favor.

Pero llovía demasiado y entonces me agradecieron por el paraguas y se fueron. Antes de desaparecer entre las demás personas una de ellas se volvió hacia mí y me gritó: “Mañana te lo devolvemos, esperanos”.
Y esperé ese momento como no se imaginan. Ni siquiera había dormido, sentía que era la última chance de mi vida. Toda la noche pensando en lo que me dijo el desgraciado que dormía en el cuarto de al lado, al mismo tiempo me imaginaba a la vieja que nunca pudo decirme nada, que tampoco pudo pedirme perdón; la misma vieja que estaba en una habitación custodiada por la enfermera que vivía con nosotros para cuidar de ella. Hasta a la pobre mujer la había condenado esa maldita, ningún sueldo paga el asco y el fastidio que causa aquella tarea. Me imaginé una solución improbable: matarlos a los dos. Pero, insisto, yo no era así. Además la pobre enfermera no tenía que soportar una situación así.
Llegó el sol y con él los quejidos de la vieja. Todas las mañanas comenzaba a gritar como si estuviera agonizando y solo se calmaba cuando Lola, la enfermera, le daba sus pastillas. Yo me tapaba los oídos como un niño para no escuchar nada. Mi padre corría a ver el espectáculo y Lola, muy tranquila, se hacía notar, tal vez pretendía un aumento de sueldo. Hay que decir que no estábamos mal económicamente. Mi abuelo había muerto hacía mucho tiempo, no llegué a conocerlo, y había dejado una importante herencia. Los malditos vivían de rentas y nunca hacían nada más que controlar a los deudores. Yo no quería seguir sus pasos y había estudiado abogacía en la universidad, aunque tuve que dejar luego de dos años y ahora vivía como un parásito más. En cierta forma, lo único que yo esperaba era que los dos murieran para quedarme con su fortuna, nada más. Y ahora sí, lo confieso, tal vez no los mataba por eso, por mi propia seguridad… yo sí era así.
Llegué a la plaza. Todo húmedo, la lluvia nos había dado lugar para la cita y eso me tranquilizaba. Nunca llegué a pensar que estuviera mal tener citas con adolescentes. Ellas no fueron y me quedé sentado en un banco, esperando a que algo sucediera, algo fuera de lo común. Me daba lo mismo si tenían que morir unos cuantos o si tenían que cortarme la cabeza, quería que suceda algo. Entonces me masacraba pensando si ellas se estarían burlando de mí, tal vez alguien las vio esconderse a mi llegada y entonces las dos se reían burlándose de mi demonio sentado. Me enfurecí y comencé a observar por todos los rincones, miraba a cada uno de los que estaban allí y nadie reunía las características de ellas dos. Pero no, no quería regresar a donde vivía. El solo hecho de pensar que mi padre estaba allí me hacía arder la carne del cuerpo. Naturalmente, como hacen todos los hombres solitarios, me largué a caminar durante horas, llegando así a estar frente a avenidas que nunca antes había visto, iglesias en las que nadie rezaba y rodeado de rostros, no personas, de eso no estoy seguro, que tal vez ni siquiera tuvieran voz propia. En eso pude distinguir entre tantas sombras  a un correcto ser, a decir verdad, luego descubrí que este aparentemente tipo “correcto”, era un desfachatado sin escrúpulos, algo peor que yo.
Tan  solo una mirada y el desafío sería permanente. tampoco yo dije esta boca es mía, pero nos acercamos lentamente uno hacia el otro.

- Está aburrida la ciudad, ¿No le parece?

- Demasiado… la verdad es que ya no me interesa esta ciudad.

- Dese una vuelta a la manzana, tratando de estar aquí nuevamente dentro de diez minutos.

- ¿Para qué?

- Pensé que estaba aburrido, además lo veo sin auto… podría ser interesante, ¿No le parece?

- No lo sé…

- ¿Cómo quiere saberlo si aún no lo ha intentado? Dígame una cosa, ¿Alguna vez hizo esto?

- Doy muchas vueltas – contesté.

- Me refiero a hablar con un desconocido. –dijo con tono serio.

- Creo que es usted el primero –mentí.

- ¿Acaso no somos todos desconocidos?

Y viendo lo que me decía, analizando brevemente sus palabras, decidí que sería al menos interesante seguirle el juego, ver hasta dónde quería llegar. Si resultaba ser un ladrón (porque a estas alturas yo ya no lo veía como a un hombre correcto), no habría problemas, además yo estaba deseando que algo sucediera y por primera vez lo que pedía en silencio se estaba dando. Así que comencé a caminar lentamente, tratando de no exceder los diez minutos apenas pautados con el misterioso caballero. Debo decir que esa vuelta a la manzana fue absolutamente debeladora para mí. Las luces de la calle se mezclaban con los rostros desfigurados de transeúntes llenos de historias y yo era uno más de ellos, por primera vez en la vida me sentí como uno más. Iba ya por la segunda cuadra cuando lo vi que pasaba por la vereda de enfrente, entonces adiviné que él también había dado una vuelta y supuse que me contaría lo que vio, esperando que hiciéramos una comparación de ambas observaciones. Pero no fue así, solamente me quedó mirando mientras pitaba un cigarrillo y me preguntaba qué me había parecido aquel juego. Le conté lo que había observado y mis impresiones le causaron risa. Sinceramente no sentí miedo alguno y nos estrechamos la mano. Dos hombres desconocidos, adultos, pero jugando como niños a dar vueltas por cualquier lugar. No me venía nada mal, porque por primera vez alguien me preguntaba qué me había pasado, cómo me sentí, y todas esas cosas.
Volviendo a casa en el taxi solamente podía pensar en los extraños sucesos que había entrado mi vida. primero las dos chicas que se aparecían en el parque a las que tuve que acercarme yo y que luego me traicionarían haciéndome esperarlas en vano; por último estaba aquel juego con el desconocido y todo el estúpido misterio que lo envolvía. Mi hermano, o mi padre, o lo que fuera, me esperaba con la cena servida. Después de aquel día en que me confesó todo, no habíamos hablado. Ahora me esperaba en silencio, con el televisor apagado y la vieja dormida.

- Estuve pensando mucho durante estos días –me dijo con voz grave.- Y he resuelto que así no podemos vivir.

- ¿Alguna vez pensaste que esto es vivir?

- Hijo, yo sé que…

- ¡Hijo nada! –le grité- Hijo las pelotas, hijo de mi hermano y de mi abuela ¿Qué carajo me decís hijo?

- Tratemos de hablar tranquilos los dos, que ya hay suficiente alboroto acá y esto no nos ayuda de nada.

Por primera vez mi padre trataba de hacer bien las cosas. Al menos eso me pareció a mí, aunque luego mis impresiones se desvanecían al escuchar las palabras que el desgraciado estaba emitiendo:

“Vamos a matarla, está todo arreglado con Lola.”

- ¿Cuándo?

- Cuando la podamos hacer firmar, Lola me pidió un tiempo para lograrlo.

- ¿Y eso para qué va a servir?

- Te doy tu parte, me agarro la mía y vida nueva los dos ¿Qué te parece?

- Me parece bien. –le dije y mi cabeza se disparaba a la deriva, armando planes aún más tremendos que podrían dejarme en la ruina, pero con el alma llena de sensación de justicia.

La cena terminó en silencio y cuando Lola se presentó, nadie dijo nada. Actuábamos según lo acordado: guardar el más absoluto silencio. El plan estaba armado y, aunque yo no participaría, tenía una parte en el asunto: callar.
La tarde siguiente volví a la plaza. Esperaba que las hermanas se aparecieran. Un poco de esperanza existía en mí y además necesitaba una presencia grata, alguien a quien no despreciara.

- Vos nos querés para coger, ¿No? –me dijo una vocecita desde atrás.

- Las dos aparecieron inmediatamente y la sorpresa fue tan grande que me quedé mudo.

- Miralo, no dice nada… quiere coger con nosotras – decía Alexia sonriendo. – Pues no vamos a acostarnos con vos nunca, sos muy feo.

- Sí, ya sé que soy horrible, chicas, pero no es eso, no quiero acostarme con ustedes.

- ¿Entonces por qué nos venís a esperar?

- Ustedes tienen algo… algo que me hace sentir menos mal.

- ¿Qué tenemos?

- No lo sé… -dije pensativo.

- Tu amigo no nos gusta para nada, ¿sabes?

- ¿Me vieron?

- Te vimos.

- ¿Por qué no me saludaron?

- No te conocemos…

- ¿Ahora vinieron a verme?

- Y…, si vos nos estuviste llamando.

- ¿Cuándo?

- Anoche –me dijeron al mismo tiempo.

Me quedé deslumbrado, aquello no tenía explicación alguna. Elegí creer, sinceramente tenía miedo que mis dudas las alejaran, que resolvieran que yo no estaba a su altura.

 - De verdad –dije.- no pretendo acostarme con ustedes.

Y se fueron.
Ellas, tan hermosas, llenas de tanto misterio y generadoras de sentimientos tan extraños. Dos hermanas tan preciosas y aún así no formaban parte de mis deseos ni mis perversiones. Dos gemas en la noche más pobre del mundo. Dos… solamente dos.
“Hijo de puta”, pensé horrorizado, y la imagen del hombre de la tarde anterior se acercaba a mí. Me miraba con esos ojos llenos de rencor y de miedo, no era como yo lo recordaba. Los demonios en su piel, en todo su ser. Su alma negra, melancólica. Venía con unos naipes de póker en sus manos, barajando los ases y las picas, los corazones y los tréboles… otro juego, una vez más. No sé por qué sentía yo tanto miedo, si antes habíamos vivido cosas tan buenas los dos juntos.

- No quiero jugar –le dije.


- ¿Por qué?

- Porque mis amigas no te quieren.

- ¿Y ellas qué tienen que ver?

- Ellas son buenas conmigo…

- ¿Sí?

- Sí. –contesté con firmeza.

Entonces se fue vociferando palabras ininteligibles, maldiciones tal vez. Por mi parte no tenía más que hacer. Estaba llegando la luna lentamente, casi con timidez y las estrellas merodeaban los portales de la noche para aparecer bailarinas una vez que su reina les diera la orden.
De la plaza a mi casa, de mi casa al mismo banco de la plaza para esperar a las mismas personas. Sin saber por qué, mi amigo ahora me generaba miedo y todo porque a ellas no les gustaba ¿qué pasaba? Alguien tenía que ayudarme y nadie lo hacía. Pero yo estaba en medio de dos mundos, uno con dos reinas liberales y malditas; un solo diablo el otro… un diablo lleno de juegos.




II

- ¡Ya entiendo tu artimaña, joker burlón, todo ha sido una de
tus bromas!

- ¡Uh, me atrapaste!

- ¿Me toca ahora a mí ser el joker?

- Naturalmente…

- Quiero saber algo más.

- Seguí jugando…

Esa fue la última charla que tuvimos aquel hombre misterioso y yo. Me daba su trono ante su obvia derrota. Me tocaba ser a mí el macabro y no tenía intención de quedarme quieto y callado. El plan de mi progenitor se había puesto en marcha, Lola ya tenía la firma de la vieja luego de inducirla. La matarían, el hijo y amante de la maldita vieja sería también su verdugo. Tenía todo en su sucia cabeza y contaba con mi palabra de silencio… qué necio, qué confianzudo el viejo.
Nos reunimos las dos chicas y yo. Vestían de colegialas y sus ojos parecían tener la misma mirada. Me sonreían, se acercaban como jugando y luego se alejaban.

- Vamos a terminar seduciéndote si no tomas las medidas correctas, ¿lo sabías?

- Eso nunca, no me interesan de ese modo.

- ¿Entonces?

- Solo quiero que sean mis amigas, que me escuchen, que se rían conmigo y que ya dejen de burlarme…

- Contános qué te pasa.

- Quiero matar a mi padre…

- Nosotras lo haremos.

- ¿De verdad?

- Nunca mentimos…

- ¿Y por qué lo harían?

- Por nada, no sentimos culpa de nada… y te debemos un paraguas, ¿no es cierto? –y echaron a reír.

- Me cuesta creerles…

- Malo, sos muy malo, muy malo, sí.

- Yo no soy malo –dije tímidamente.

- Querés matar a tu padre… eso te hace malo. –dijo Carolina.

- Sí, muy malo. –dijo después Alexia.

- Entonces no me ayuden, ustedes no son malas.

Volvieron a reírse.

- Nosotras somos lo que queremos, y no queremos ser malas, pero sí ayudarte.

- Y… ¿No creen en Dios?

- Acá el loco sos vos, nosotras no.

Pasaron varios días, ya he perdido la cuenta y la fecha se acercaba. Mi progenitor haría cadáver a su madre esa misma noche. Al menos eso tenía en mente, pero lo que no sabía el pobre diablo, era que dos adolescentes malditas de belleza radiante y malicia igualmente calificada, iban tras sus pasos.
Según el plan, yo debía quedarme en un hotel lejos de mi casa a la espera de un llamado que me daría aviso cuando la vieja pasara del otro lado. Pero lo que yo en realidad esperaba era el anuncio de mis dos sicarios. Ya imaginaba al mendigo muerto y a Lola asustada, ahora ella sí merecía pasar por algo horrible, maldita codiciosa que buscaba dinero a cambio de muerte. Intuí que fue ella quien urdió el plan, pues ahora las pagaría. Si bien ella no estaba anotada en los cuadernos de la muerte, aquella miseria jamás se borraría de su recuerdo… y yo, yo me revolcaba en el placer de saberla herida.
“Un llamado para usted”, dijo el encargado del hotel. Atendí el teléfono, esperaba la voz de las mocosas, pero no, era el triste tono de mi progenitor: “Todo listo”, me decía.
¿Qué había salido mal? Me quedé con la boca abierta y colgué. Traté de recomponerme para pensar, esperaba que las dos macabras me llamasen para decirme qué había pasado, pero nada de eso, durante toda la noche estuve despierto y nadie más llamó. No lograba explicarme el silencio de esas dos. Luego pensé que una vez más me habían engañado, que seguían burlándose de mí. Nadie mata a otro solo porque se lo digan, es estúpido creerle a un sicario que se ofrece así como así. Yo era el necio, no merecía el bastón del joker.

- ¿Ellas eran buenas?

- Ya no quiero saber nada de eso, se terminó.

- Sigo siendo dueño de…

- Lo sé, no estuve a la altura –le dije.

- Naturalmente.

Lola y yo nos casamos al poco tiempo del hecho. Esta decisión no había sido llamada por los sentimientos, mucho menos por dinero, sino porque ninguno de los dos tenía a dónde ir. Con iguales partes de nuestra indebida herencia compramos una pequeña casa al sur de la ciudad. Vivíamos como una pareja que llevaba más de treinta años de casados y no hacíamos nada juntos, ni siquiera para ser felices. Seguramente ella tendía un amante, porque no hubiese soportado mi indiferencia de no ser que se apoyaba en alguien más. Aunque no es justo considerarla como infiel, ya que ninguno de los dos se expuso ante el otro sentimentalmente, todo fue una especie de conveniencia, de apariencia, nada más. Los detalles del homicidio me los guardo por si alguna vez soy llamado a declarar, aunque el plan había sido bien trazado y no se levantaron sospechas contra Lola y yo.
Una tarde yo me dedicaba a contemplar las cenizas de un cigarrillo y diagramaba historias y siluetas en el cenicero cuando sonó el timbre de casa. Si bien habían pasado varios meses sin ver a las chicas, tuve la intuición de que se trataba de alguno de ellos. Abrí la puerta con ansiosas expectativas, en cierto modo me alegraba de que vinieran a verme, a pesar de que hayan fallado en su misión. Al ver a la persona detrás de la entrada, mi corazón tuvo que contenerse las ganas de abrazarla. Se trataba de Alexia, que no respondió cuando le pregunté por su hermana.

- Vengo a despedirme de vos y a pedirte disculpas por lo sucedido, no fue nuestra intención.

- Pero ¿por qué han desaparecido tanto tiempo?

- Nosotras –comenzó diciendo Alexia cuando la voz de Lola se oyó a mis espaldas.

- ¿Con quién hablas?

Y al volver la vista hacia adelante, Alexia ya no estaba allí. Quise decir algo pero no salían palabras de mi boca, entonces Lola agregó:

- No es la primera vez que te escucho hablar solo… ¿seguro que estás bien?

Tampoco pude decir algo. Al lado de ella estaba el joker vestido con un traje azul y barajando sus naipes una vez más.