Lo
vi al demonio dormido en el pavimento, la débil llovizna mojaba su lomo
infernal. No lo dudé un solo segundo y me acerqué para ayudarlo a levantarse.
Era pesado como él mismo y me costó mucho trabajo subirlo a mi automóvil. Lo
acosté en el asiento trasero y manejé bajó la lluvia hasta llegar a mi casa.
Una vez allí lo acosté en el sofá y fue entonces que se despertó. Sus ojos
amarillos me intimidaron, pero fui valiente y no bajé la mirada, no quise
incomodar a mi huésped que inmediatamente se levantó y, de pie, firme, se quedó
mirándome con rabia. Le había molestado que yo lo ayudara y no lo ocultaba. Un
pobre e insignificante mortal ayudando a uno de los demonios más poderosos y
temidos de todos los infiernos, eso era inadmisible para él.
-
Tu hospitalidad... -me dijo titubeando, lo cual me llamó mucho la atención, ¿Un
demonio dubitativo?- Me llenas de agradecimiento, hijo mío.
-
No podía haber hecho otra cosa -le respondí-, el suelo no es lugar para nadie y
la lluvia está muy fría como para soportarla.
Me
preguntó si podía darme un abrazo pero no respondí, en realidad, no quería. Se
quedó en el mismo lugar y le dije que podía sentarse, incluso recostarse y
descansar. Le ofrecí prepararle una taza de té y aceptó con ganas, puesto que
esa noche hacía mucho frío.
La
lluvia era incesante, varios rayos se colgaban del negro cielo, hacían una
voltereta y desaparecían chocando contra la superficie. Que me parta un rayo,
el demonio se había quedado dormido y yo con la taza de té humeando en mis
manos. Me tomé el té y encendí el cigarrillo. Él se despertó cuando sintió el
sonido del encendedor.
-
¿Me convidas uno? -preguntó.
Claro
que sí, no le iba a negar un cigarro por más que fuera un demonio. Así que
fumamos tranquilamente y en silencio, todo un ritual, allí con el demonio, uno
de los más temidos de los siete infiernos. Cruzaba las piernas con elegancia y
estilo. Sus párpados se iban cerrando lentamente, lo había perdido todo aquí en
la ciudad y necesitaba descansar antes de volver a su lugar, algo así me dijo.
Era la hora de dormir, al día siguiente yo tenía que ir al trabajo, a mi
infierno terrenal. Se acostó y se tapó con una de las mejores frazadas que pude
ofrecerle, una de lana. Dormí muy poco, me preocupaba lo que podría hacer aquel
demonio durante mi sueño. Pero mis temores eran infundados, el demonio despertó
más tarde que yo y todo se veía en orden. Pensé que amanecería hambriento,
entonces preparé el desayuno que ni siquiera tocó. Más tarde me diría que los
demonios no comen y se disculpó por no habérmelo dicho antes, al menos a tiempo
para que no se enfriara y yo pudiera aprovecharlo. No importaba, mi puesto de
trabajo era seguro por el momento y podía pagarme varios desayunos más. Le
pregunté a qué hora se iría, diciéndole que podía quedarse cuanto tiempo fuera
necesario, pero me dijo que pensaba marcharse antes de que yo regresara.
Arregló el sofá y dobló la frazada de lana prolijamente, lista para volver a
guardarla.
-
Puedes mirar la televisión, tal vez haya algo que te interese -le dije.
Al parecer
los demonios no miran televisión. Algunos dicen que es porque están muy
ocupados enojándose por todo y tratando de ver de qué manera pueden hacer el
mal, pero mi huésped al menos parecía ser alguien muy pacífico y no hacía
ninguna de esas cosas. Bien por él.
Cuando
llegué lo vi tumbado en el sofá, roncando como el Diablo. Se había tomado todas
las botellas de vodka que había en mi casa. Eso sí que les gusta a ellos: beber
y beber alcohol, eso y fumar cigarros. Al anochecer traté de despertarlo, me costaba
mucho trabajo así que lo dejé dos horas más y al fin abrió los ojos, bostezó y
se disculpó por los problemas ocasionados. Le dije que no era nada, pero que no
era bueno tomar así... no dijo nada sobre eso.
Justo
a las doce de la noche dio su aviso de que se marchaba y me sentí un poco solo,
entonces le pregunté por un amigo que había fallecido hacía poco tiempo. Pedí
que me informara si sabía algo de él y entonces...
-
Soy yo, ¿No te acuerdas de mí? ¡Vaya que es difícil reconocerme ahora! He venido
a visitarte pero tenía prohibido revelar mi identidad sin que me lo
preguntaras... Bueno, la verdad es que, quien no parece estar bien, eres tú. Y
ese empleo tuyo... -dijo bajando la voz, como si se compadeciera de mí- es peor
que el infierno, allí sí que la pasamos bien..., deberías venir cuando te
aburras de todo esto.
Indudablemente,
era él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario