domingo, 26 de agosto de 2012

Abril, Maitena y el río

¿Hubiese sido más simple para Maitena ser como todas las demás mujeres?

Aquel abril solitario fue un puñal vibrante en su espalda, que hacía desangrar sus recuerdos
alegres como en una obra cruel sobre homicidas. Aquella espada del olvido la dejó pensando más
de mil noches mientras, en el marco de la puerta, armaba cigarrillos con sus delicadas manos. La
vida le había puesto una trampa, o una prueba que nunca pudo superar y la suma de derrotas ha
de hacer rendirse a los competidores más débiles.
Todos los días Maitena contaba las hojas de un viejo roble del jardín, otoño llegaba, las
hormigas lo mataban. Volvía a su refugio intelectual, el cual le hacia expandirse mas no hay refugio
tan sagrado como el amor y ella poco lo había sentido, todos esos caballeros desalmados la habían
herido de forma horrible y la vida pasaba sin sentido por la ventana, como aquel necio vecino de
doce años que apenas si tenía un rostro visible.
Salió la triste Maitena una vez de su hogar y cruzó las diez calles que la alejaban del puente que
cruzaba el río. Hermosas las gotas de agua más brillantes, el fondo del río era la tumba de los
secretos, era la tumba de los amores pasajeros y Maitena los observaba. Dejó correr su
pensamiento sobre aquellos tiempos alegres, cuando sus primeros besos le enseñaban más de lo
que comprendía hasta ese entonces y justo al darse cuenta dejaba de pensar. La química del
mundo se había dispuesto a que, por el aire, vuele la fragancia de un rosedal. Ella siguió aquel
perfume y sus pies se movían como serpientes por el cemento de las calles, esquivando siempre a
los demás seres humanos. Llegó y una flor muerta fue la que le dio la bienvenida ¿Por qué morirán
las flores?
A la sombra de sus recuerdos se sentó una tarde de lluvia, leía un libro y tomaba un café; dejaba a
su mente expresarse y sus ojos destellaban arrabales anónimos con voces de otoños cortados. La
obra llegaba a su parte final y el público ya estaba cansado. Maitena abrió los ojos luego de un
agónico pensamiento.
Correrán las hojas con el viento para jugar a la ronda, pero no serán eternas; las hojas son como
las flores. Maitena, canción de cuna; Maitena, espacio en el tormento... niña suave, melodía de sal;
la que nunca se detiene pero siempre está quieta. Corazón.
Volvió a ver al río, sonrió con ironía pero luego se arrepintió y destejió su mueca desprolijamente.
Aún sus mejillas estaban tiesas cuando en la inmensidad del río se sumergió para buscar aquellos
recuerdos que otros habían dejado, que habían perdido. Ni los peces sabían su nombre, ni las
piedras la recordaban y eso que ella las había dejado caer.
Maitena ¿en dónde estarás? Melodía de canciones de amor no más... quiero ver en tus ojos el
canto de aquel gorrión y escuchar en tu voz la tranquilidad del mar.
Ahora que está despierta, rezaremos a ningún lado; Dios no existe, es todo un cuento. Maitena
vive en sus propios recuerdos.

lunes, 20 de agosto de 2012

Los días de amor, de furia y funerales


Federico Ambesi

Eliza había sido el amor de mi vida. Luego desapareció.
Apareció desnuda en un sueño, yo desperté después de trazar su contorno en un lienzo
porque, mientras la dibujaba, sentí que estaba soñando el sueño más hermoso que nunca
haya tenido.


Mis días de infierno habían terminado cuando la conocí en aquel bar. No podía creerlo
cuando la vi, era la chica que había soñado y que luego, anonadado por su belleza, retraté
según mis recuerdos en un lienzo que no se habría imaginado nunca ser portador de
tanta hermosura... si tan solo el lienzo pudiese sentir la suavidad de su piel...
Me acerqué y le hablé, yo no era de esos tipos galanes pero la fuerza que me impulsaba era
tan enorme que no dejé pasar esta chance. Como por arte de magia comenzamos a
encontrar cosas en común entre los dos; hablamos de bastante y reímos como si nos
hubiesemos conocido desde siempre, claro, yo la conocía de aquel sueño pero ella no me
había visto antes... al menos eso creo. Dejamos ese bar y fuimos a otro. Ella pidió Campari
y se reía con ganas, yo tomé una cerveza y me reía menos porque no podía dejar de verla.
Sin más que decir nos fuimos a mi casa y pasamos allí la noche, juntos, alocados como
nunca antes. Tal vez el exceso de alcohol en nuestra sangre había ayudado pero sentíamos
un amor enorme uno por el otro. Sé que suena difícil de creer pero era así, nos amamos en
ese mismo instante.
Quiso partir por la mañana y como un necio le rogué que se quedara, pero con su voz
suave me dijo que debía partir, que volvería. Admito que no le creí, que sentí un dolor
inmenso y todas esas cosas que se sienten cuando un amor se va. Ese día me emborraché y
pinté algunos paisajes difuminados con soles borrosos y risas retorcidas, luego me dormí
en mi sillón y me despertó el ladrido de un perro vagabundo como mi corazón,
vagabundo y miserable a la espera de amores que no llegaban nunca, quebrado por un
amor fugaz que me había hecho bien hasta partirme en dos como un puñal endiablado.
Dos semanas más tarde apareció Eliza con un vestido blanco y flores rojas en sus manos.
Se quedó en casa una, dos tres semanas y fueron los días más hermosos de mi vida.
Fuimos al teatro under a ver una obra del mejor actor del circulo, Rosendo Flores, creador
del personaje "Moskito" un loco que creía vivir en la época de la dictadura y, de manera
extravagante e irónica, se escondía de ciertos personajes de la política actual. Eliza no lo
conocía, pero le gustó tanto como a mi aunque ella prefería ver a "Tauno" aquel madrileño
obeso que retrataba perfectamente las locuras de un borracho español en una guerra de un
país ajeno al suyo. Nos encantaban esas obras e íbamos a verlas los jueves a la medianoche
en el teatrito de la Avenida, debajo de un restaurante judío, las noches intermedias las
pasábamos en algún cine o en cualquier bar escondido de la ciudad hablando de cosas que
no podíamos hablar con nadie más, que otro no comprendería.
Una vez salíamos del teatrito y Eliza me interrumpió la risa, dijo que se sentía mal y que
quería que deje de hablar, me pidió que no hable y eso fué lo que hize durante el camino .
Llegamos a casa y no dijo ni una sola palabra, se acostó a dormir y ni siquiera me dijio
buenas noches. No sabía yo lo que le sucedía a mi pobre Eliza, nunca la había visto
melancólica pero comprendí que era imposible que alguien estuviera siempre sonriente,
que las personas somos cajas de sorpresas los unos para los otros y, en ese mismo
momento, aprendí cosas de mi mismo que nunca hubiera aprendido de otra manera. La
noche siguiente me contó sus motivos, la pérdida de su padre. Y me dijo que me vió como
un reemplazo, como un sedante ante tanto dolor, me pidió perdón y me dijo que volvería
a vivir con su hermano, que me había amado pero que no podía y, más aún, que no debía
continuar. Maldije el momento en que la conocí, insulté a mis sueños y al pobre pincel que
le dio vida a mi imaginación... la dejé ir.
Pasaba los días alcoholizado, fumaba más de lo que respiraba y solo podía trazar
alquitrán en lienzos que luego destruía furioso. Una noche salí borracho a la calle, un auto
se acercaba a mi inmundo cuerpo que estaba parado en medio de la avenida vociferando
insultos quién sabe a qué. Hizo sonar sus bocinas iracundas, las cuales entendí como voces
infernales y entonces enfoqué mis insultos hacia ellas, el conductor no detuvo su motor
pero logró esquivarme y luego no recuerdo más nada, solo que amanecí tirado en la
vereda bajo la mirada de un sol exaltado de viernes. No podía pensar claramente así que
decidí quedarme en la cama por un tiempo, no pintar nada y calmar mi miseria
sentimental con algunos libros de Rimbaud y Antonin Artaud, cigarrillos y más alcohol.
Eliza, la hermosa Eliza, volvió. Dejó sus ropas en el suelo y caminó desnuda hacia mi
cama, yo no comprendía bien pero mi corazón latía como una metralla cuando la vi
acercándose a mi, igual que en mi sueño. La besé en el cuello y en la cintura, recorrí con mi
boca toda su hermosura e hicimos el amor, fue hermoso y triste a la vez porque, parte de
mi, tenía miedo de que se vaya otra vez.
Ay Eliza, si pudieras escucharme ahora te diría tantas cosas, te preguntaría tantas otras...
Recuerdo cuando una noche al volver del cine nos agarró la lluvia y nos besamos en
medio de la calle, parecíamos dos locos necios pero seguíamos siendo ese apocalipsis,ese
mágico final de algo que nunca comprendimos; vos, con tu vestido negro engalanabas la
noche y yo, con mis zapatos viejos y arruinados era la comedia italiana. Fue hermoso
cuando llegó la luz. Esa misma noche corrimos tras una nube que se escapaba de nosotros,
no me olvido más tu risa enloquecida mientras los dos movíamos las manos mirando a la
nube que no nos prestaba atención. Luego llegamos al puente y te quisiste sentar pero te
dio vértigo y me pediste que te relate como se veía el río desde allí... No puedo
comprender ahora que han pasado tantos años, como fue que esa vez te fuiste y mucho
menos por qué volviste sin querer explicarme nada, sin contarme como te fue en esa
eternidad en la que estuvimos separados ¿Qué respuesta habrás encontrado aquella tarde
de Domingo para tirarte al río desde aquel puente que antes te asustaba? ¿Acaso cuando
reías de lo que te contaba yo mientras miraba el río aquella noche, estabas pensando en
esto? Nunca comprenderé, Eliza... nunca.

viernes, 17 de agosto de 2012

El último llanto en aquel bar




Federico Ambesi



 Hoy apenas recuerdo aquellos últimos días. Tal vez esta enfermedad que me aqueja tanto sea la consecuencia de todo aquello que he vivido... ¿quién sabe cómo van a suceder las cosas? un día somos reyes y al otro solo consecuencias, un día despertamos, salimos sonrientes al mundo a enfrentar eso a lo que le llaman vida y no sabemos con que nos vamos a encontrar o, más peligroso, con quien...


Evo y yo éramos dos amigos muy unidos, casi nunca dejábamos de vernos y, si esto pasaba, sabíamos en donde encontrarnos siempre el uno al otro. Nuestro punto de encuentro era el bar de la avenida, lugar en donde siempre lo encontraba a Evo cuando no atendía el teléfono, incluso era absurdo llamar, yo sabía que allí estaría él; sentado en la mesa que estaba pegada a la pared, bajo un enorme cuadro de Einstein en una pose clásica. Solíamos pedir varias cervezas y fumábamos cuanto soportaran nuestras bocas. Yo sé que, en secreto, Evo me llamaba "Aliento de Dragón"  dado que el alcohol y el humo secaban mi boca y poco humedecía mi garganta aquella última cerveza con sabor a desconsuelo que me dejaba tambaleando al salir del bar como si hubiese peleado la última batalla con quien sabe que asunto. Así pasábamos los días, conversabamos de las cosas que nos pasaban, reíamos de los círculos (no puedo decirles a que cosa llamábamos circulos pero es gracioso recordarlo) o tan solo dejábamos que las platicas nos lleven a los recobecos menos explorados de nuestras mentes por las demás personas que poco comprendían nuestro razonamiento, tal vez correcto, tal vez ilógico.
 Una tarde, cerca de las siete y media, llegué al bar y lo vi sentado en el lugar de siempre, enroscado en sus pensamientos, fumando como si eso le solucionara los problemas, tomando aquella cerveza negra como si fuese una compañía (¡Ah que cruel compañera, pero que sublime que era!) Me senté y sin saludarlo tomé uno de sus cigarros de su cajilla cuidada y semi vacía, pedí a la camarera una cerveza y mientras esa mujer de barrio se alejaba, miré sus curvas con gozo y cierto aire de ironía.

- Así que llegaste - Su voz fría me era natural a esta altura de nuestra amistad.
- Aquí estoy. - No era necesario preguntarle como estaba, ambos sabíamos las dos respuestas, la que me diría y la real.
- La otra noche, cuando te fuiste, me quedé hasta tarde, casi amanezco acá adentro... decí que no tenía una moneda, sino salía muerto con las ganas que tenía de tomar. La volví a ver y me hizo mierda... creo que me dan ganas de darle un tiro en la cabeza, matarme yo y que se termine todo esto.
- Pero Evo... ¿Te pensás que es así de simple? si hacías eso acá adentro... iba a tener que limpiar todo la camarera, pobre mina ¿que culpa tiene ella?
Los dos nos largamos a reír. Supongo que el gusto que teníamos por el humor negro era algo que nos unía o, al menos, que nos permitía soportar el dolor.
Se estaban haciendo las ocho;  ya habíamos destruido dos cervezas. Salí a comprar cigarros, no iba a tardar mucho porque el kiosco estaba en la esquina, tan solo a media cuadra del bar. Lo dejé a Evo que volvió a encender un cigarrillo, supongo que el último de la cajilla, mientras yo me alejaba él se metía adentro de una nube de humo que nacía de sus labios mientras con los ojos melancólicos y apenas abiertos seguramente estaba naciendo una canción. Cuando entré de nuevo al bar vi que unos tipos horribles se habían sentado en la mesa de al lado, Evo apenas los miraba  vi en su rostro ese dejo de asco que tenía cuando se acercaba a el una persona de esas características, grosera, desagradable, ignorante... casi cualquier persona. Tomé asiento  le di la cajilla de cigarros la cual abrió al instante, creo que no alcanzó a respirar después del último cigarro y ya estaba encendiendo otro nuevo, yo hice lo mismo. Los tipos de al lado eran verdaderos canallas, estaban dando alaridos de perro y diciendo groserias a la sensual camarera que con timidez y obligación se había acercado a tomarles la orden. De buenas a primeras comenzaron a mirarnos  y yo no lo soporté, me levanté de mi silla y los desafié para que se vayan, supongo que no me importó que los cinco se hayan levantado porque yo les seguía diciendo lo mismo. Los cinco tipos se acercaron, Evo seguía en su silla chupando un cigarrillo recién encendido cuando uno me golpeó en la mandíbula y los demás se avalanzaron sobre mi para seguir golpeándome, entonces Evo se levantó, sacó una pistola de su cintura y le acertó tres tiros en la cabeza a uno de los estúpidos. Las pocas personas que había en el bar voltearon aterrorizadas mientras el arma de Evo aún ardía por el disparo. El tipo en el suelo, tres veces muerto, perdía un manantial de sangre y sus compañeros gritaban desconsolados mas ninguno se atrevió a acercarse de nuevo a nosotros. Supongo que Evo se dio cuenta de que alguien en el bar estaba tratando de llamar a la policía y salió corriendo; no sé porque yo hice lo mismo y así desaparecimos los dos aquella noche.
  Habremos corrido cerca de diez minutos zigzagueando por toda la ciudad, tratando de disimular cuando había mucha gente cerca pero el nerviosismo era tremendo. Al fin encontramos un bar en los suburbios. No había nadie en la calle, el lugar tenía varias fotos y retratos de líderes del comunismo y del socialismo: Imágenes del Che Guevara, Fidel Castro, Lennin y Marx eran el decorado predilecto de los dueños del lugar.
- ¿Que mierda hiciste? Nunca me dijiste que tenías eso...
- Marcos... ¿Que querías que haga, que deje que te peguen?
- Te hubieras metido a los golpes, los hacíamos pelota si queríamos...
- Dejate de joder que eran cinco. Me salió hacer esto, me arrepiento pero... ¿Que querés que haga ahora?
- No sé... ¿Ahora que hacemos?

Se acercó a nosotros un barbudo de pelo largo y canoso.
- ¿Van a tomar algo chicos?
- Una cerveza negra - dijo Evo con los ojos clavados en la esquina de la mesa, mientras exhalaba una bocanada de humo la cual parecía morder mientras hablaba.
Tomamos esa cerveza en silencio, cada tanto nos mirábamos pero ninguno decía nada. A las once y media el bar cerró, quedamos en la calle a la espera del destino.Sabíamos que no podíamos quedarnos allí mucho tiempo más, un simple oficial de policía que nos pidiese documentos, que no teníamos nunca encima, nos podía complicar la vida aún más.

- No te hagas drama... vos no disparaste, a vos no van a hacerte nada si contás como fue todo. Deciles mi nombre, mi dirección y lo que te pidan, deciles que hoy me fui a mi casa; yo me voy a escapar de acá...
-¿A dónde vas a ir?
- Tengo un primo, claro que nunca hablamos de él, es un imbécil el tipo pero si aparezco me va a cubrir. Lo que no sé es en donde mierda dejar esto - hizo un gesto señalando su cintura, la pistola.

Decidimos hacer justamente eso, yo volvería a casa a esperar a la policía  Evo se iba a escapar. Le dejé todo el dinero que llevaba encima y por primera vez le di un abrazo. Se fue como un zorro herido a toda prisa cruzando el puente con la culpa y la luna sobre sus espaldas...
Quién sabe hacia que rumbo, quién sabe si era real aquel primo, quien sabe si no volvió a usar aquella pistola nuevamente, esta vez sobre su propia cabeza como había insinuado tantas veces antes...

sábado, 4 de agosto de 2012

El secreto mejor guardado de Mauricio

Lo más extraño para mi fue ver el living de Mauricio hecho un desastre. Él era uno de
esos tipos pulcros como la oscuridad, a la que le hacía tantos honores, y ese jueves por la
mañana, yo no podía creer que ese lugar fue el que habitó mi amigo Mauricio antes de
morir.
La noche del día miércoles estuvimos hasta tarde platicando sobre asuntos filosóficos y
patafísica, Mauricio, gran conocedor de aquella rimbombante ciencia, chupaba su cigarro
cada dos frases y exhalaba más humo del que entraba en su gran boca; yo lo escuchaba
atentamente, siempre me interesé por el pensamiento de este hombre culto aunque algo
alocado. A eso de las once de la noche decidí volver a mi casa, recuerdo que Mauricio me
acompañé hasta la salida y no lo volvía a ver mientras me alejaba con mi Volkswagen azul
por la pedregosa calle.
Los policías estaban desconcertados, la prensa inquieta, la inexplicable muerte de
Mauricio Di Cannari era todo un tema, un profesor de física de la Universidad de Buenos
Aires con estudios en París y Barcelona, lo volvían uno de esos tipos “importantes” para la
ciencia. Yo conocía aspectos íntimos de la vida de Mauricio, sus romances con Romina
Parla, la secretaria del gobernador de la Provincia de Buenos Aires y sus dos hijos, no
reconocidos, con una joven francesa en el año 1997, año en que Mauricio daba conferencias
a los franceses sobre sus nuevos estudios sobre física y matemáticas. Pero éramos pocos
los confidentes de aquel tipo misterioso, tan solo yo y Franco de la Serna sabíamos estos
escasos datos sobre Mauricio, quien prefería hablar de temas más profundos que la vida
privada, tanto la suya como la nuestra; creo que en los siete años de amistad que tuvimos,
Mauricio, no se aprendió nunca mi segundo nombre y, a veces, me pongo a pensar en que
no se sabía mi apellido tampoco <<Los nombres no importan, lo importante son los
hechos>> solía decirnos, y le hizo honores a su frase cuando publicó uno de sus libros más
interesantes bajo un pseudónimo. De todas formas teníamos un lazo de amistad enorme
los dos, y supongo que él lo tenía con de la Serna también, así que poco importaban los
nombres para nosotros.
El comisario que estaba bajo la jurisdicción en que Mauricio apareció muerto era un tipo
nuevo en la zona, estaba reemplazando al anterior que había sido encarcelado después de
salir a la luz un romance suyo con una menor de edad, al parecer era de mutuo acuerdo
pero la justicia no lo entendió así y la moral tampoco. Dejó a un oficial joven haciendo
guardia en la casa de Mauricio pero a mi me dejó ingresar bajo la orden del comisario ya
que me encontraban como testigo, extrañamente no me consideraban sospechoso así que
eso me dejaba pensar en la forma en la que murió mi amigo, ¿Se habría suicidado?
Mauricio no tenía mucama, tan solo una mujer extranjera venía a hacer la limpieza
semanal los fines de semana, la muerte había ocurrido en la madrugada del jueves así que
solo la localizaron para pedir datos sobre la gente que entraba en la casa, la mujer no pudo
aportar nada porque el hermético profesor no dejaba que nadie lo visitara en el horario en
que ella realizaba sus tareas, tampoco me había escuchado nombrar nunca y no pudo dar
datos exactos de la oficina ya que Mauricio no le permitía el ingreso. Había muchas dudas
sobre el caso, la policía no nos daba información y tanto de la Serna como yo, nos
encontrábamos con una gran incertidumbre.
La muerte de personas conocidas siempre crea una expectación extra en la gente y sobre
todo cuando no se dan datos sobre la investigación. Recuerdo que hasta los noticieros más
destacados ponían al aire informes banales acerca del caso e intentaban, siempre en vano,
hablar con el comisario o con el policía encargado de que nadie ingrese en la casa. Por
suerte yo no era nada conocido, un simple oficinista y nadie se percató de acercarse a mi,
tampoco a de la Serna porque apenas salía de su casa y muy pocos, sabían sobre su
amistad con Mauricio.
Una noche me encontraba sentado en mi sofá, el televisor estaba encendido pero no lo
estaba mirando, recuerdo algunas imágenes azules que se sacudían al ritmo de una música
espantosa, similar al heavy metal y los múltiples comerciales mostrando a gente alegre
consumir productos carísimos para la gente normal. Yo estaba ebrio y jugaba con un
revólver Webley Mk. VI, regalo de mi abuelo paterno. Por suerte me quedaba una sola
bala en el cargador ya que recuerdo haber gatillado dos o tres veces. Sonó el teléfono, lo
atendí como pude y se escuchó la voz del comisario, quería hablar conmigo acerca de la
muerte de Mauricio, traté de acomodar mi voz y le contesté que me encontraba enfermo
pero volvió a insistir una, dos, tres veces, hasta que tuve que aceptar.
La oficina estaba llena de un espeso humo, me hacía recordar a Mauricio. Con voz serena
me ofreció un vaso de agua el cual no acepté buscando el ofrecimiento de un café que fue
traído por su secretario. Se tomó un momento acomodando algunos archivos y
telefoneando a alguien, no recuerdo el nombre. Luego, cuando estuvo todo en silencio
comenzó a hablar. A duras penas comprendía sus palabras, supongo que el se había dado
cuenta de esto así que, con una paciencia que llegó a sorprenderme, a pesar de mi estado,
comenzó a hablar de nuevo. Me estaba mostrando los datos de la investigación. Mauricio
Di Cannari había muerto el jueves tres de agosto a las cuatro de la mañana luego de
dispararse con un revólver en su cabeza, el arma nunca había sido encontrada pero las
pericias habían determinado que nadie más entró a la casa después de mi aunque la
puerta trasera estaba abierta violentamente, se creía en mi inocencia porque yo había
abandonado la casa a las once de la noche y varios testigos confirmaron haberme visto
entrar mi auto al garaje alrededor de las once y media. ¿Cómo había muerto Mauricio
entonces? nadie se lo explicaba, los rastrillajes en busca del arma no habían tenido
resultados positivos, nadie sabía nada de su vida, en Francia y España no se tenían noticias
sobre Mauricio desde dos años atrás, etc.… nada llevaba al esclarecimiento de su muerte,
una muerte tan misteriosa como su vida.
Habían pasado tres semanas y la custodia ya no estaba más allí, los noticieros hablaban de
otros asuntos y otras historias falsas, la policía buscaba a un narcotraficante pero con poco
éxito y todo seguía igual, como si Mauricio hubiese hecho uno de sus viajes a la vieja
tierra.
No sé como llegué a aquel lugar, tal vez impulsado por mi propio ser o por la nada. Me
encontré de pronto en el portón de la casa de Mauricio, llevaba mi sobretodo negro y mis
guantes, contemplé la casa como si mi amigo estuviera allí dentro por unos segundos y
comencé a rodearla como un loco, caminé varios minutos por alrededor de aquella casa
extraña, observé el tejido de alambre enredado por las hiedras, miré los enormes pinos del
jardín pero nunca me detuve. Por fin observé que había un hueco en el alambrado y eso
que llaman intuición me hizo seguir un rastro inexistente, imaginé que alguien pudo haber
salido por allí, entonces tracé un camino, hasta ese entonces, imaginario. Caminé alrededor
de quince minutos, siempre guiado por ese pensamiento hasta que me encontré con la
siguiente vivienda, mucho más grande que la de Mauricio y con otro hueco en el
alambrado, me metí arrastrándome y me encontré con una arboleda enorme, la misma que
se dejaba ver desde la calle cuando iba llegando a la casa de Mauricio en mi auto azul. Dí
algunas vueltas hasta que encontré un revólver atado a una soga a la cual seguí hasta que
me llevó hasta un perro muerto, ahorcado porque la soga se había enredado en una rama.
“Astuto” pensé de inmediato y decidí no decirle nada a nadie hasta ahora… que estoy
muy ebrio y jugando con mi revólver.
01/08/12

Escrito en carne viva - Movimiento II

Los ojos apagados rezaban una muerte obvia
nos cubrimos de vida un momento tan solo para experimentar lo que se siente la luz del sol en nuestros hombros...

La paz del silencio, la monotonía cansadora del adiós absoluto


                                          ESTALLAR - EXISTIR - ABANDONARLO


Las sirenas lo advierten               los sonidos son más de lo que podemos entender - LA MIERDA EN LA CABEZA ES CARNE PODRIDA


Un sujeto nos espera, me espera, te espera... ya no lo se, ya no entiendo.

La opera del ultimo milenio muestra el desdén de todas las virtudes, de todas las falsedades

¡Ay si tan solo se tratara de un juego! mirad a los mortales rodando como bolas de mugre en la nada, me hacen explotar la mirada tan perdida, tan callada...

viernes, 3 de agosto de 2012

Hermosa y espectral flor



Las flores son los atavíos de las hadas que rondan hermosas en el seno del bosque perdido,
Ven a los pájaros cantores aproximarse, se dejan besar y ahí se quedan, hermosas y perfectas
Suelen ser los días, los años, el tiempo, aquello que las traiciona, las seca y las mata… Una canción siniestra las hizo esperar a que llegase el día eterno en que ninguna morirá


¿Podré verte alguna vez, a ti, flor espectral? Si tu canto es precioso pero sombrío, si tu melancolía es eterna… dame tu adiós mientras me duermo en tus brazos…

Se han secado las flores, la primavera nos traiciona una vez más
La belleza de los días ha explotado y se ha escapado ¿quién sabrá si así será eternamente? ¿Quién nos calmará el dolor? Un talismán es tu recuerdo, el cual yo guardo en el interior de mi memoria destrozada por el dolor… hermosa flor espectral déjame ser y estar…

El Búho






Por Federico Ambesi - Portada Agostina Mauro.


¿De cuántos colores está hecho el mundo?
Los dos se miraron a los ojos, estaban sentados en una piedra... o en la nada.
- Mira Francisco, los cerezos, esta roca, el mismo humo de tu cigarrillo... todos son colores y son parte de esta obra que ves.
- También la sangre, el odio y el fuego - agregó Francisco mirando hacia el vacío.
- ¿Cuál es el color del odio?
Un perro herido, débil y sangriento pasó delante de los dos. Las miradas hacia el animal llegaron como rayos húmedos, mas ninguno hizo nada.
-¿Sabés cuánto hace que no voy a una plaza? - dijo Mariana y entonces los dos fueron a la más cercana.

En la plaza había más ruido y música; un vendedor de golosinas mostraba su miseria para lograr una venta, las madres de unos chicos miraban a otros chicos para ver como iban vestidos, un loco solitario estaba encima de su cuaderno, nadie sabe si escribiendo o dibujando. Los olores y sonidos de los árboles se mezclaban con los gases de los vehículos. Francisco no sabía si era un paraíso venido a menos o un infierno hermoso, lo que si observó fue que, a pesar de todo, prevalecía la belleza.
Algunas aves no dejaban de cantar, otras se detenían como automáticas y el sol cada vez era más suave, pero los autos seguían. Francisco y Mariana no decían nada, luego se miraron y después levantaron sus miradas, tal vez al cielo, tal vez a la nada.

- Hoy no hagamos el amor. Hoy hablemos en francés y comamos chocolate; después, acompáñame a mirar al cielo para buscar mi nombre en el.
- ¿Y si el cielo no es nada Mariana?
- Yo creo que si...

Los Milka estuvieron deliciosos, más que nada el de almendras.

Era la tarde. Los dos estaban de nuevo en la roca, esta vez contemplando un árbol.
- Está inclinado, ¿lo ves?
- No...
- Míralo bien... está inclinado Francisco.
- ¿Siguiendo qué reglas? ¿en qué sentido?

Se fueron de allí. No toleraban esa realidad del pino "torcido".
 Caminaron por el puerto. Él asustado y ella pensando, nunca se sabrá en qué pensaba Mariana aquella tarde y menos, a qué le temía Francisco.
 Fueron hacia otra plaza, entonces vieron mil ruedas, como si fueran historias girando con furia por el suelo, mil ruedas hacían arder al lugar.

- Tómame una fotografía.
 Mariana lucía hermosa posando al lado de aquel ceibo, lleno de flores y hormigas. Guardaron la foto en polaroid en su bolso de tela mientras hacían el camino de regreso a casa.
 Francisco hablaba poco, menos que de costumbre. Se cruzaron varias veces a una madre con sus dos hijos.
- Yo no sé que voy a hacer cuando se me termine la angustia.
- Francisco, ¿por qué tenés angustia?
- Será que nunca he visto brillando a Sakura o porque nunca fui escuchado por el sol...
 - Si te lo propones, la vida es una letanía ¿te acordás de aquellas ruedas? giraban con toda su energía una y otra vez para volver al mismo lugar - dijo Mariana mientras se vestía, luego de levantarse de la cama y agregó: - Esta tarde cuando vayamos al parque, veremos a las mismas personas con diferentes vestidos ir de un lado al otro, pasándonos de lejos y cerca, algunos pensando, otros fumando, otros riendo y odiando. Ambos coincidieron en que Mariana tenía razón y se quedaron en casa.

Al fin ser parte de esta rueda, de este giro monstruoso y bello, todo eso era aterrador para ellos. Mariana lo besó en la frente a Francisco, quien observaba pasar un búho por la ventana; se fue al baño e hizo retumbar los ventanales cuando se pegó un tiro en medio de la cabeza.
Francisco, por su parte, quiso salir una vez más. Tomó su abrigo y se dirigió a la plaza.
- ¡Creo que los conté! - dijo con entusiasmo, pero al no recibir respuesta se sintió muy mal y volvió a casa.
Antes de dispararse volvió a imaginar a aquel búho que pasaba por su ventana.