No podían verlo ni dejar de mirarlo, lo adoraban hombres y flores, las mujeres y el carbón. Pedía que hagan espacio cada vez que escuchaba aquella música, y en el inevitable apogeo de los presentes, él los deleitaba con una danza estremecedora, encantadora y fatal.
No eran muchos los que soportaban verlo bailar, muchos debían pagarle con algo, El Demonio Bailarin elegía siempre sus almas.
No hay tiempo para otra historia, debo partir, porque él está danzando.
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