- Nunca había visto rosas en una botella - dijo Clara antes de cerrar los ojos.
Mauro la había visto morir, en sus manos estaba ella tendida y ya sin vida; en sus ojos, mil pasados, todos con esa mujer. Como si no tuviera voz, Mauro solo derramaba lágrimas que rompían en las mejillas de Clara.
La dejó en la cama en donde habían dormido la noche anterior y se sentó a su lado. CÁNCER Y FLORES. Nadie lo había amado como ella y a nadie amaría tanto él.
En los muros se dibujaban recuerdos, nubes, luces y chocolates. Maldito el amor que no se va nunca. Toda la habitación jugaba con los recuerdos y Mauro era una marioneta de ellos.
El día del funeral, Mauro vestía de negro, como se debe, según la tradición. La madre de Clara lo miraba mal, él sabía que no tenía la culpa, el cáncer afecta a millones de personas. En uno de esos recuerdos recurrentes que sufría desde la muerte de Clara, le pareció oirla igual que esas veces en donde ella le pedía un chocolate a cambio de un beso. Salió corriendo mientras todos lo miraban y hablaban en voz baja. Volvió a los quince minutos con un chocolate y lo dejó en el cajón. Los ojos de los presentes se clavaron en Mauro quien de pronto dijo: "Ahora dame un beso" y se clavó un puñal en el medio del pecho. Ahora todos lo miraban, ya no correr como un loco, sino morir, como habrían de morir algún día.