Estaba a punto de irse, a punto de dejar de existir, ya no vería al sol nunca más. Ella lo amaba, iba a extrañarlo eternamente. Como de la nada comenzó a recordar aquel parque en el que se encontraron mil veces a escondidas cuando éran jóvenes. Los recuerdos aparecían y se desvanecían en sus lágrimas como si se tratara de un juego. Absurdo era insistirle a la vida que lo perdonase, a la muerte que lo olvide. Comprendió, en ese instante, que las luces nunca han de brillar por siempre, que incluso las estrellas mueren; ellas que parecen ser eternas, no lo serán jamaz.
Los ojos de aquella mujer reflejaban una historia y un presente, estaban rojos como la sangre, mas la pasión en su mirada había desaparecido, sus ojos estaban rojos por el llanto atroz que no la dejaba ver, ni siquiera, un dejo de esperanza. Él continuaba allí, alejándose, mientras no podía moverse.
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