La monja susurró en mi oído y entonces supe lo que quería. Le arranqué el gris traje de sirvienta y vi su espalda tatuada, su secreto de dragón chino.
Aún recuerdo sus jadeos y sus piernas. Al verla desfilar con sus "hermanas" me río y también quiero vomitar ¡Maldita hipocresía! La santa bailó conmigo.
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