Cuestiones. Se
encontraba absorto en cuestiones y de ahí no salía su vida. Su mente divagaba
tanto que a veces la realidad se mezclaba con las alusinaciones. Todo
permanecía quieto, en el mismo espacio, tan solo se movía para ceder ante los
destrozos. En ningún lugar de su cabeza había espacio para proyectar, todo era
eso, cuestiones problemáticas y entonces las alusinaciones que, de algún modo,
lo engañaban para poder seguir. Tomó una taza de café y se sentó en la sala. El
aroma tan particular y el humo lo conmovían. Sacudió la cabeza. De repente le
vino un lapso de vida. Tal vez las cosas se aclararan desde entonces, tal
vez... nada de eso. Todo ocurría en la muerte de la tarde, con el cielo casi a
oscuras, el sol a punto de desaparecer; igual que en su cabeza, todo estaba a
medias, nada era completo. Se levantó y enseguida comenzó a mirar por la
ventana queriendo ver a qué se enfrentaría al cruzar la puerta. Lo que había
era lo mismo, un poco más de nada. Se dejó caer en el sillón y entrecerró los
ojos, con una mano se tomaba la cabeza dándose a sí mismo una pose trágica. Se
resfregó los ojos y bostezó dos veces. Un sonido se apaerició de repente y se
alargaba cada vez más. Primero pensó que se trataba de algún insecto y no le
dió importancia alguna, mas como el sonido insistía en hacerse notar, comenzó a
buscarlo con la mirada. Se preguntó por qué hacía esto, pero no quiso buscarle
la solución, siguió con la vista a todo lo que le parecía, de momento, que
estaba haciendo aquel ruido. Y no pudo descubrir nada, nada en la sala estaba
haciendo ningún sonido. Se puso de pie y revisó los electrodomésticos. Nada.
Fue a su cuarto, pero de allí tampoco venía aquel ruido, aunque todavía se
escuchaba, como a lo lejos y difuso. Siguió buscando por toda la casa y era
como si el intruso se escondiera. Pensó en ponerle un nombre, ¿Cómo podemos
llamar a un sonido si no sabemos de dónde proviene? Se llenó de nombres que
descartó enseguida para reemplazar rápidamente por otros, todos muy absurdos o
que no llegaban a darle alguna solución. Aparentemente el ruido seguiría allí.
Temió que aquello fuera eterno, que nunca acabara y que fuera su única compañía
para siempre. Esta idea lo asustó y volvió a su sillón, esta vez subió las
rodillas a la altura del pecho y se abrazó las piernas él mismo, como queriendo
protegerse de algo. En ningún momento se le ocurrió pensar en que tal molestia
provenía del más allá. Ignoraba lo que no conocía y poca importancia le daba a
aquellas cosas de las que hablan en las iglesias y lugares por el estilo. Tan solo
un segundo más y podría volverse loco. No dejaba de tener miedo, entonces cerró
los ojos y comenzó a hamacarse. "Parezco un loco", pensó. Abrió los
ojos, quería ver de nuevo, tal vez así pasara el tiempo y aquel ruido infernal
dejara de buscarlo. Una vez más revolvía la habitación con la mirada, había que
encontrar una solución y de inmediato.
Eran las nueve de la
noche. En la calle no se movía casi nadie. Un barrio en los suburbios, lleno de
casitas con familias en las que entraban las personas más cansadas y aburridas
del mundo, nada podía pasar. Entonces ¿por qué no dejaba ya de molestarlo aquel
ruido? ¿Acaso pasarían los días enteros hasta que alguien hiciera algo? Se
había rendido, creía que no estaba a su alcance el cese del ruido y que tendría que buscar a otro que lo
hiciera por el. Digitaba lentamente, pensando cada vez que lo hacía, hasta que
el teléfono le indicó que la llamada se había realizado. Al otro lado estaba
Martín, un viejo conocido suyo.
- ¿Hola?
- Martin, necesito
ayuda... es que... hay algo en mi casa, no sé qué puede ser.
- ¿Javier, sos vos?
¿Qué pasa?
- Hay un sonido que me
está volviendo loco... me está asustando ¿Podrías venir?
- No lo sé... en verdad
estoy muy ocupado.
Claro, así sería la
cosa. Entonces no llamó. Cuando del otro lado atendieron, simplemente cortó y
volvió a su sillón ¿A quién podría confiarle su angustia de aquella noche? Le
parecía hasta ridículo que alguien le creyera lo que pasaba. "Es un ruido
¿Tanto te molesta?", le dirían seguramente. No, nada se podía hacer, en
nadie se podía confiar. Estaba solo en esto y solo tenía que salir.
La calle, claro, allí
no lo perseguiría el sonido. Luego, cuando estuvo a un paso de salir, se le
ocurrió que, a lo mejor, si lo dejaba solo, el sonido haría de las suyas y se prolongaría
por toda la casa, ya no solo en la sala y entonces él ya no podría volver
nunca. Si no tenía su casa, ya nada tendría y pasaría el resto de su vida como
inquilino de un monstruo, o peor, en la calle. Biiiip, biiiip, seguía el
sonido, alargándose cada vez más. Biiiiiiiiiiiiiiip.
Las doce, culminación
de una noche, comienzo de un nuevo día. Se detuvo en esto, meditó sobre la
situación que, solo por momentos, le parecía ridícula, pero enseguida volvía a
prestarle atención y todo comenzaba otra vez. "¡El diablo te lleve, sonido
del infierno!", gritaba con fuerza, apretando los dientes después de cada
palabra. Estaba rabioso y comenzó a romper todo lo que veía. Los platos se
estrellaban en el suelo, la mesa hizo un estruendo que por un segundo silenció
al ruido que lo atormentaba, entonces se calmó y puso de pie al mueble, luego
lo tiró y notó que cada vez que un sonido seco se producía, el ruido paraba al
menos por un segundo. Era en ese segundo cuando su mente se aclaraba y así se
desarrollaban ideas que lo ayudaban, que le servirían para deshacerse del
problema. Rápidamente se puso en marcha. Juntó trabajosamente todos los muebles
de su casa y los colocó con la distancia suficiente para que, al caer, no se
chocaran entre sí. Una vez que tuvo todo listo comenzó a hacerlos caer, uno
detrás del otro y así se produjo una secuncia de sonidos que le daban tiempo,
tiempo para pensar. Cuando ya todo estaba en el suelo, el ruido volvía a
presentarse, intacto, no se debilitaba con nada, tan solo se apagaba por un
mísero segundo cuando un sonido seco tomaba la atmósfera. Pero al cabo de
algunos minutos la tarea se le hizo imposible, el solo hecho de levantar los
muebles uno por uno (téngase en cuenta el ropero de dos metros, la mesa de
algarrobo, las alacenas que desamuró de las paredes, dos puertas y una
biblioteca.), le produjo un agotamiento físico que no pudo soportar. Se rindió.
De nuevo en el sillón, lo único que hacía era maldecir una y otra vez hasta que
tuvo una idea: al día siguiente compraría un bombo. "Claro, si toco el
bombo, voy a poder concentrar más segundos a mi favor y así poder pensar bien,
casi sin interrupciones. Ahora, lo único que tengo que hacer es esperar a que
amanezca, no voy a conseguir nada a esta hora, maldición ¿Por qué no pasó
antes, cuando estaba aburrido y sin nada que hacer? Bueno, tranquilo - se decía
a sí mismo.- en algunas horas esto se termina, solo tengo que esperar a que
sean... a eso de las diez, sí, supongo que a esa hora voy a encontrar algún
lugar abierto en donde comprar un bombo y así pondré fin a esta locura. Por lo
pronto tengo que guardar la calma y..." Así estuvo hasta entrada la
madrugada, hablando solo, hasta que calló en un sueño profundo.
"¡Qué tarde que se
me hizo!", dijo cuando se despertó a la una de la tarde del día siguiente.
"Ese ruido maldito debe andar por ahí, queriendo volver y yo sin nada para
enfrentarlo. Pero no, acá no vuelve el muy condenado". Salió y caminó con
paso ligero hasta la avenida, en donde creía haber visto una casa de música
alguna vez. La encontró, era un lugar chico al que nunca había entrado. Al cabo
de un momento salió con un enorme bombo y en su rostro se dibujaba una sonrisa
victoriosa. Aunque eso tan solo sería el comienzo, pensaba que pronto se
acabaría aquella desagradable situación que lo tenía tan preocupado.
Bom, bom, bom..., hacía
sonar el bombo. Estuvo haciéndolo sonar durante media hora, aprovechando lapsos
de pensamiento que le duraban un segundo. Parecía no haberse dado cuenta que,
desde el momento en el que se había quedado dormido, hasta ahora que tocaba
aquel bombo sin cesar, el ruido de la víspera no había vuelto y que todo
aquello era un sin sentido. Nada, seguía y seguía...
Los vecinos, extrañados
por la actividad de este hombre que vivía solo y de cuya casa se oía un bombo
interminable, comenzaron a crear toda clase de suposiciones acerca de las
actividades que este realizaba: "Nunca habla con nadie", "Tiene
cara de loco", "A mi me mira feo", todo así. Mientras todo esto
se decía, el sonido era el mismo: Bom, bom, bom... Trataba de pensar.