sábado, 13 de diciembre de 2014

Las Luces Azules

    Así como ya casi todos lo sabíamos, eran azules, eran luces verdaderamente azules. Yo lo sabía pero nunca pude verlo con mis propios ojos, no recuerdo quién me lo dijo por primera vez: "¿Sabes algo de las Luces Azules? Bueno; solían ser de mi abuelo pero el Estado se las quitó. Después de la guerra quedaron allí, solitarias, y nadie se anima a hacer nada con ellas más que mirarlas". Pero a mí no me importaban ni el Estado ni su abuelo, yo solo quería tener esas luces y poco me importaba lo que pudiera pasar. Pero no las quería como mi primo, él pensaba en quedárselas para sí y no enseñarselas a nadie más, ni siquiera a su abuelo, que tampoco las había visto y el pobre se estaba quedando ciego. Yo, en cambio, las quería para algo muy especial.
    Una vez, Eve me pidió que le cuente cómo era el cielo, porque ella creía que yo sabía volar, eso fue lo que le dije una vez. Entonces le conté que el cielo es lo más hermoso que hay, que no había que pensar en el cielo a partir de lo que se ve, sino que es mejor ir hacia adentro del cielo y conocerlo. Eso cuando teníamos seis años, porque diez años más tarde, Eve me pidió que la lleve al cielo. Como no era verdad que yo sabía volar, le dije que se quedara al lado mío cuando estuviera oscureciendo y que se quedara hasta el amanecer. Los dos nos pasamos la noche en la misma cama, nadie más que nosotros lo sabía. Sentí el perfume de Eve, era floral y dulce, una delicia. Me incliné para sentir mejor su perfume y, sin darme cuenta, comencé a acariciarla muy despacio, con miedo y placer. Ella  me tomó de la mano y me dijo si la iba a hacer volar en ese mismo momento. No sé si sus alas estuvieran preparadas, pero apenas podía pensar, me sentía extasiado con su perfume y la suavidad de su cabello que caía sobre el almohadón de plumas. Desde el cielo, si alguien observara desde el cielo, vería que debajo de las sábanas algo estaba sucediendo.
    Al día siguiente, Eve me preguntó si lo que habíamos hecho durante la noche fue volar. No supe qué responderle, pero ella dijo que de todos modos le había parecido fantástico. Volvimos a volar muchas veces más, hasta que me dijo que estaba enamorada. Yo no sabía cómo era estar enamorado, había leído sobre eso en las novelas pero no entendía bien qué debía uno sentir. Sin embargo me puse feliz, supongo que eso es el amor. Y cuando quise inclinarme para besarla, Eve me dijo que no estaba enamorada de mí, sino de otro chico. Me sentí muy mal pero traté de disimularlo, no sé si lo logré. Ella se quedó viéndome durante un momento y luego sonrió con picardía. Algunos meses más tarde me escribiría diciéndome que cómo podía yo pensar que podríamos haber sido novios, si nisiquiera la llevé a volar, que había roto mi promesa. Esa tarde anduve con la cabeza caída, el mentón me tocaba el pecho, apenas levantaba mis pies del suelo y todo el tiempo tenía unas ganas de llorar que no sé por qué no podía aplacar, pero tampoco lograba llorar como necesitaba... supongo que eso, también, es el amor.
    Dos días y tres noches hace que estoy aquí sentado, esperando a que se dejen ver las Luces Azules. Quiero llevárselas y que se enamore de mí. Dicen que si un hombre le lleva las Luces Azules a la mujer que ama, entonces ella se dará cuenta de lo que él siente y lo amará también. Yo no sé si es verdad, puede que sí, como también puede resultar que pierda otros veinte años sentado en el mismo lugar, frente a esta laguna llena de mosquitos y arañas, sin poder encontrar nada. Mi esposa me dice que estoy loco -claro que ella no sabe qué estoy haciendo aquí, es decir, para qué estoy aquí-, que todo sobre las Luces Azules no es más que una simple y tonta fábula para hacer que las mujeres se acuesten con los hombres y para que los hombres se vuelvan tontos como yo. Me dijo también que, si quería ganar dinero -Sí, eso cree la muy tonta, que estoy intentando ganar dinero-, debería ponerme a buscar trabajo y no quedarme durante tantas horas mirando una sucia laguna en la que ni se puede pescar ni se puede nada. Yo voy a seguir esperando, pues cada vez que cae la noche, especialmente en verano, cuando la luz de la luna tiene más ganas de reflejarse sobre el agua, veo dos Luces Azules que parecen estar emergiendo desde lo más profundo de las tranquilas aguas.
    Tengo sueños con Eve, hermosos sueños con Eve. Solemos estar sentados en la laguna esperando a que las luces aparezcan. Su voz es la misma que me pedía que la lleve a volar, solo que ahora me preguntá qué es lo que hacemos allí, y yo le digo que debe esperar un poco más, que cuando las Luces Azules aparezcan lo entenderá todo.
    Pero entonces me despierto: la misma mujer de siempre, la misma casa medio destruída y mi zarrapastroso traje marrón que una vez compré para salir a pasear los domingos de enero. A menudo me dan ganas de volar como lo hacía antes, pero ya no puedo. Cierro los ojos y comienzo a correr, entonces contraigo el abdomen y salto... antes lo hacía así y volaba, pero ahora me caigo de bruces contra el suelo y me siento amargado, me siento terriblemente solo. Nadie me ve hacerlo, nadie sabe tampoco que antes volaba.
    Esta es la segunda botella de vino, y hoy es mi cumpleaños. Nadie lo recuerda, tal vez mi esposa, pero ella me dejó hace dos años cuando encontró un dibujo que yo hice de Eve en uno de mis cuadernos. Recuerdo que entré a la habitación después de haberme pasado toda la tarde en la laguna. Había regresado a casa a comer algo para después volver al mismo lugar. Mi esposa estaba sentada en la cama, los ojos fijos en el dibujo, llenos de lágrimas. Creí que me iba a gritar como un demonio, pero se limitó a mirarme con sus ojos color café y a decirme que lo lamentaba mucho, Le agradecí por su comprensión y le dije que me iría, pero que no debía sentirse mal, que también la quise. Sin decir nada tomó un bolso que aparentemente había estado preparando antes de que yo llegara. Supongo que cuando encontró el dibujo comprendió todo y fue en ese preciso momento en el que decidió marcharse. Sigo agradecido por eso, pero hoy me siento solo y la recuerdo con ternura. Me gustaría que hubiésemos seguido siendo amigos. Tengo casi cuarenta años y estoy solo. Lamento no haber tenido hijos, aunque, por un lado, siempre los imaginé con los rasgos de Eve y de nadie más. Sería muy difícil quererlos si no fueran hijos suyos y míos.
    Un día la encontré. Había salido al parque, era verano y los grillos cantaban porque la noche estaba ya muy próxima. Trataba de esconderme de la gente, de que no me vieran, pero era imposible. Y entre toda la masa de almas que no sabían qué decir ni qué hacer, encontré a Eve. Estaba rosada y femenina como si conservara sus dieciséis años aún. Tenía el pelo lacio y castaño como antes, parecía haberse conservado en el tiempo. Me acerqué a saludarla y mientras cruzábamos alguna que otra palabra, pude notar que el tiempo la había marcado, pero que sin embargo seguía siendo hermosa. Me dijo que se había casado con un sujeto que conoció en la ciudad, ahora ella vivía en la ciudad del smoke, ya no en los suburbios como antes, como yo. Ella no recordaba las lagunas ni los cerros, no recordaba a los corderos con sus madres ni a los carros tirados por caballos con caras largas, ahora era una especie de dama y eso. Le dije que la amaba, que debía ayudarme a encontrar las Luces Azules para comprenderme. <<¿Todavía con eso? -me dijo con una sonrisa irónica que me partió al medio- No puedo dejar a mi marido. Lo amo.>> Yo creí que ella me habría amado a escondidas y le dije que no debía tener miedo de hacer lo que sentía. <<En verdad amo a mi esposo. El me regaló alas de mariposa; ahora puedo volar>>, me dijo. Me enseñó las alas de mariposa. Eran dos pequeñas alitas atravesadas con un alfiler que ella guardaba en una especie de monedero. <<Están muertas -le dije- ¿cómo puedes volar con esto?>>. No me contestó, solamente me mostró sus hermosos y blancos dientes en una tierna sonrisa. Después me dijo que debía irse.
    Han pasado seis meses desde aquella vez, y todos los días paso por el parque para tratar de encontrarla. Cuando la veo, siempre está acompañada de su marido, un sujeto por demás afortunado. Yo me escondo detrás de un árbol y tapo mi ojo izquierdo para que solo su figura quede en mi rango de visión. Luce tan hermosa como antes, como el día en que me pidió que le enseñe a volar. Por la noche, cuando todos dejan el parque y se van a sus casa a hacer sus cosas, a comer y a descansar para estar listos al día siguiente, yo me dirijo a la laguna con la esperanza de encontrar aquellas malditas Luces Azules que tantos problemas me están causando.


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