Sus ojos aparecían en aquella tiniebla ficticia, la boca furiosa de la bestia pegaba un grito desgarrador y solo podían oirlo aquellos que le temían por eso, él, intentaba inutilmente tapar sus oídos mas aquel gemido era tan potente como un trueno, tan agudo como el infierno. ¿Qué hacer cuando el terror sobre pasa todo? Tomó aquella daga de plata antigua y sin medirlo cortó su oreja izquierda. Que dolor terrible que sintió... Los ojos de alguien le hacían parar el corazón cuando se aparecían, por eso determinó que debía sacarse un ojo, para ya no ver, entonces aquella filosa daga fue cortando su piel, desde la mejilla hasta la cien para dejarlo al fin sin un ojo. Al cabo de un rato murió y creyó haber escapado de todo, mientras que con su segundo ojo veía la danza interminable de los Diez Soles.
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