Dos
rebeldes y endemoniadas pendejas. Adolescentes y perversas, odiaban, decían ellas,
a todo lo que tuviera que ver con el mundo. Se dice que ningún hombre las
desnudó jamás, por eso el sueño estaba intacto. Solo ellas dos se vieron el
sexo y creyeron amarse mutuamente. Mas nada de amor había en esas dos hembras
que recientemente habían descubierto sus impudicias. Cabe decir que todos
estaban enloquecidos, llenos de rumores que las infamias inventadas los
regocijaban a más no poder. Eran los de afuera los miserables que espiaban el
placer emanado por los dos cuerpos salvajes con almas negras.
Reposo
el mío, como un sapo negro en Berlín. Mi alma estaba triste. Dicen que el gran
dolor de mi vida no es para tanto, eso es porque no me ven. Si la sangre es
vida, yo por vida tenía mugre.
Paso
a contar mis agonías, siendo yo hijo de mi abuela y hermano de mi padre, quien
lea estas negras páginas podrá adivinar que nunca he sido feliz. ¿Es un diablo
peor el que siempre está en el medio de la vida y el dolor?
Me
criaron en ese misterio insistente de la destrucción. Con voces calladas,
mintiendo, siempre mintiendo. Una abuela distante, una madre que nunca existió,
la misma carne para ambas, la misma calumnia. Tan solo verla ahí: Una imagen
austera y muda. Apenas balbucea. No creo que reconozca a los hijos que tuvo en
el vientre. La bañan dos enfermeras y se caga encima. Tengo ganas de matarla,
de que su sangre en el suelo me pague el dolor… Pero yo no soy así. Además me
regocijaba verla como en estado de putrefacción. Sostiene una cruz entre las
manos ¡Ja! una cruz, como si eso pudiera hacer que la perdonen, como si
quisiera dar lástima. Y el tarado que te cuida, te paga todas las necesidades…
A
todo esto que yo digo, nadie comprende por qué la leyenda de las colegialas ha
dado inicio a todo esto. Ellas tan sangrientas y yo tan desdichado, algo nos
puso en la misma senda a pesar de la diferencia de edad. Es que el destino es
así, hace lo que quiere con nosotros. Cómo dos niñas han llegado a mi vida o
cómo habré llegado yo a la de ellas, eso nadie lo entiende, ni siquiera
nosotros tres. No fue un romance, ni siquiera una pasión. Fue algo que sucedió
como puede suceder en esta vida cualquier cosa. Todos somos presos de la vida
hasta que algo nos libera, aunque eso no quiere decir que la vida, para
algunos, no pueda ser hermosa. Y yo solo conocí un tiempo de felicidad dentro
de mis fantasías, es que ante tanto dolor solamente me quedaba eso: la fantasía
de creer y soñar. Aunque ese sueño tuviera un fin, un despertar.
El
cielo nervioso comenzaba a sollozar, debajo de su poderío estaba yo sentado en
un banco de plaza. Un libro entre mis manos pero ni siquiera había pasado dos
páginas, me importaba muy poco lo que pudiera pasarle al doctor Rieux.
Recordaba la secuencia que me había contado mi padre – hermano entre lágrimas y
suplicas de perdón:
“Una
noche la vi llorar y hacia ella fui. Me abrazó y me pidió que no la dejara, que
me quedara a su lado. En ese momento, no sé cómo explicarlo, pero todos mis
miedos brotaron al mismo tiempo y me abracé a ella, quien me sostenía y luego,
sin darme cuenta del preciso momento, los labios de mi madre tocaban los míos…
y me dejé llevar…”
Un
cerdo. Toda una basura ¿Acaso esa explicación podría mitigar mi dolor? Nada de
eso, sentí asco por los dos, asco por mí y una furia incontenible contra el
mundo. Entonces mi procedencia me llenó las venas y salté como un loco del
asiento al verlas pasar. Corrían para refugiarse de la lluvia, corrían riendo
como dos locas que eran. Les extendí mi paraguas con una sonrisa y me miraron
con ojos soñadores. Hermosas las dos, hermanas de sangre, hermanas de verdad,
hermanas que se amaban y jugaban con los demás. Yo me sentía una rata y las
veía como un paraíso, no lo pensé, solo esperaba a mi muerte y nada más me
importaba. Me quedé parado frente a ellas y las dos me seguían sosteniendo la
mirada hasta que una comenzó a reír.
-
¿Vas a quedarte ahí toda la tarde?
-
¿Cómo se llaman?
-
Carolina. -dijo una.
-
Y yo Alexia… ¿Vos?
-
Alejandro.
Volvían
a sonreír las dos al mismo tiempo. Una sombra les cruzó el rostro y entonces
las gotitas de lluvia me mojaban los zapatos y sus caras de porcelana.
-
Somos indias – dijo Carolina riéndose como la chiquilla que era.
-
¿Indias?
-
Indias – insistió.
-
Cuéntenme más.
-
Contanos algo vos.
-
¿Yo?
-
Nos aburrís – se quejó Alexia.
-
No se vayan, déjenme conocerlas por favor.
Pero
llovía demasiado y entonces me agradecieron por el paraguas y se fueron. Antes
de desaparecer entre las demás personas una de ellas se volvió hacia mí y me
gritó: “Mañana te lo devolvemos, esperanos”.
Y esperé
ese momento como no se imaginan. Ni siquiera había dormido, sentía que era la
última chance de mi vida. Toda la noche pensando en lo que me dijo el
desgraciado que dormía en el cuarto de al lado, al mismo tiempo me imaginaba a
la vieja que nunca pudo decirme nada, que tampoco pudo pedirme perdón; la misma
vieja que estaba en una habitación custodiada por la enfermera que vivía con
nosotros para cuidar de ella. Hasta a la pobre mujer la había condenado esa
maldita, ningún sueldo paga el asco y el fastidio que causa aquella tarea. Me
imaginé una solución improbable: matarlos a los dos. Pero, insisto, yo no era
así. Además la pobre enfermera no tenía que soportar una situación así.
Llegó
el sol y con él los quejidos de la vieja. Todas las mañanas comenzaba a gritar
como si estuviera agonizando y solo se calmaba cuando Lola, la enfermera, le
daba sus pastillas. Yo me tapaba los oídos como un niño para no escuchar nada.
Mi padre corría a ver el espectáculo y Lola, muy tranquila, se hacía notar, tal
vez pretendía un aumento de sueldo. Hay que decir que no estábamos mal
económicamente. Mi abuelo había muerto hacía mucho tiempo, no llegué a
conocerlo, y había dejado una importante herencia. Los malditos vivían de
rentas y nunca hacían nada más que controlar a los deudores. Yo no quería
seguir sus pasos y había estudiado abogacía en la universidad, aunque tuve que
dejar luego de dos años y ahora vivía como un parásito más. En cierta forma, lo
único que yo esperaba era que los dos murieran para quedarme con su fortuna,
nada más. Y ahora sí, lo confieso, tal vez no los mataba por eso, por mi propia
seguridad… yo sí era así.
Llegué
a la plaza. Todo húmedo, la lluvia nos había dado lugar para la cita y eso me
tranquilizaba. Nunca llegué a pensar que estuviera mal tener citas con
adolescentes. Ellas no fueron y me quedé sentado en un banco, esperando a que
algo sucediera, algo fuera de lo común. Me daba lo mismo si tenían que morir
unos cuantos o si tenían que cortarme la cabeza, quería que suceda algo.
Entonces me masacraba pensando si ellas se estarían burlando de mí, tal vez
alguien las vio esconderse a mi llegada y entonces las dos se reían burlándose
de mi demonio sentado. Me enfurecí y comencé a observar por todos los rincones,
miraba a cada uno de los que estaban allí y nadie reunía las características de
ellas dos. Pero no, no quería regresar a donde vivía. El solo hecho de pensar
que mi padre estaba allí me hacía arder la carne del cuerpo. Naturalmente, como
hacen todos los hombres solitarios, me largué a caminar durante horas, llegando
así a estar frente a avenidas que nunca antes había visto, iglesias en las que
nadie rezaba y rodeado de rostros, no personas, de eso no estoy seguro, que tal
vez ni siquiera tuvieran voz propia. En eso pude distinguir entre tantas
sombras a un correcto ser, a decir
verdad, luego descubrí que este aparentemente tipo “correcto”, era un
desfachatado sin escrúpulos, algo peor que yo.
Tan solo una mirada y el desafío sería
permanente. tampoco yo dije esta boca es mía, pero nos acercamos lentamente uno
hacia el otro.
-
Está aburrida la ciudad, ¿No le parece?
-
Demasiado… la verdad es que ya no me interesa esta ciudad.
-
Dese una vuelta a la manzana, tratando de estar aquí nuevamente dentro de diez
minutos.
-
¿Para qué?
-
Pensé que estaba aburrido, además lo veo sin auto… podría ser interesante, ¿No
le parece?
-
No lo sé…
-
¿Cómo quiere saberlo si aún no lo ha intentado? Dígame una cosa, ¿Alguna vez
hizo esto?
-
Doy muchas vueltas – contesté.
-
Me refiero a hablar con un desconocido. –dijo con tono serio.
-
Creo que es usted el primero –mentí.
-
¿Acaso no somos todos desconocidos?
Y
viendo lo que me decía, analizando brevemente sus palabras, decidí que sería al
menos interesante seguirle el juego, ver hasta dónde quería llegar. Si
resultaba ser un ladrón (porque a estas alturas yo ya no lo veía como a un
hombre correcto), no habría problemas, además yo estaba deseando que algo
sucediera y por primera vez lo que pedía en silencio se estaba dando. Así que
comencé a caminar lentamente, tratando de no exceder los diez minutos apenas
pautados con el misterioso caballero. Debo decir que esa vuelta a la manzana
fue absolutamente debeladora para mí. Las luces de la calle se mezclaban con
los rostros desfigurados de transeúntes llenos de historias y yo era uno más de
ellos, por primera vez en la vida me sentí como uno más. Iba ya por la segunda
cuadra cuando lo vi que pasaba por la vereda de enfrente, entonces adiviné que
él también había dado una vuelta y supuse que me contaría lo que vio, esperando
que hiciéramos una comparación de ambas observaciones. Pero no fue así,
solamente me quedó mirando mientras pitaba un cigarrillo y me preguntaba qué me
había parecido aquel juego. Le conté lo que había observado y mis impresiones
le causaron risa. Sinceramente no sentí miedo alguno y nos estrechamos la mano.
Dos hombres desconocidos, adultos, pero jugando como niños a dar vueltas por
cualquier lugar. No me venía nada mal, porque por primera vez alguien me
preguntaba qué me había pasado, cómo me sentí, y todas esas cosas.
Volviendo
a casa en el taxi solamente podía pensar en los extraños sucesos que había
entrado mi vida. primero las dos chicas que se aparecían en el parque a las que
tuve que acercarme yo y que luego me traicionarían haciéndome esperarlas en
vano; por último estaba aquel juego con el desconocido y todo el estúpido
misterio que lo envolvía. Mi hermano, o mi padre, o lo que fuera, me esperaba
con la cena servida. Después de aquel día en que me confesó todo, no habíamos
hablado. Ahora me esperaba en silencio, con el televisor apagado y la vieja
dormida.
-
Estuve pensando mucho durante estos días –me dijo con voz grave.- Y he resuelto
que así no podemos vivir.
-
¿Alguna vez pensaste que esto es vivir?
-
Hijo, yo sé que…
-
¡Hijo nada! –le grité- Hijo las pelotas, hijo de mi hermano y de mi abuela ¿Qué
carajo me decís hijo?
-
Tratemos de hablar tranquilos los dos, que ya hay suficiente alboroto acá y
esto no nos ayuda de nada.
Por
primera vez mi padre trataba de hacer bien las cosas. Al menos eso me pareció a
mí, aunque luego mis impresiones se desvanecían al escuchar las palabras que el
desgraciado estaba emitiendo:
“Vamos
a matarla, está todo arreglado con Lola.”
-
¿Cuándo?
-
Cuando la podamos hacer firmar, Lola me pidió un tiempo para lograrlo.
-
¿Y eso para qué va a servir?
-
Te doy tu parte, me agarro la mía y vida nueva los dos ¿Qué te parece?
-
Me parece bien. –le dije y mi cabeza se disparaba a la deriva, armando planes
aún más tremendos que podrían dejarme en la ruina, pero con el alma llena de
sensación de justicia.
La
cena terminó en silencio y cuando Lola se presentó, nadie dijo nada. Actuábamos
según lo acordado: guardar el más absoluto silencio. El plan estaba armado y,
aunque yo no participaría, tenía una parte en el asunto: callar.
La
tarde siguiente volví a la plaza. Esperaba que las hermanas se aparecieran. Un
poco de esperanza existía en mí y además necesitaba una presencia grata,
alguien a quien no despreciara.
-
Vos nos querés para coger, ¿No? –me dijo una vocecita desde atrás.
-
Las dos aparecieron inmediatamente y la sorpresa fue tan grande que me quedé
mudo.
-
Miralo, no dice nada… quiere coger con nosotras – decía Alexia sonriendo. –
Pues no vamos a acostarnos con vos nunca, sos muy feo.
-
Sí, ya sé que soy horrible, chicas, pero no es eso, no quiero acostarme con
ustedes.
-
¿Entonces por qué nos venís a esperar?
-
Ustedes tienen algo… algo que me hace sentir menos mal.
-
¿Qué tenemos?
-
No lo sé… -dije pensativo.
-
Tu amigo no nos gusta para nada, ¿sabes?
-
¿Me vieron?
-
Te vimos.
-
¿Por qué no me saludaron?
-
No te conocemos…
-
¿Ahora vinieron a verme?
-
Y…, si vos nos estuviste llamando.
-
¿Cuándo?
-
Anoche –me dijeron al mismo tiempo.
Me
quedé deslumbrado, aquello no tenía explicación alguna. Elegí creer,
sinceramente tenía miedo que mis dudas las alejaran, que resolvieran que yo no
estaba a su altura.
- De verdad –dije.- no pretendo acostarme con
ustedes.
Y se
fueron.
Ellas,
tan hermosas, llenas de tanto misterio y generadoras de sentimientos tan
extraños. Dos hermanas tan preciosas y aún así no formaban parte de mis deseos
ni mis perversiones. Dos gemas en la noche más pobre del mundo. Dos… solamente
dos.
“Hijo
de puta”, pensé horrorizado, y la imagen del hombre de la tarde anterior se
acercaba a mí. Me miraba con esos ojos llenos de rencor y de miedo, no era como
yo lo recordaba. Los demonios en su piel, en todo su ser. Su alma negra,
melancólica. Venía con unos naipes de póker en sus manos, barajando los ases y
las picas, los corazones y los tréboles… otro juego, una vez más. No sé por qué
sentía yo tanto miedo, si antes habíamos vivido cosas tan buenas los dos
juntos.
- No
quiero jugar –le dije.
-
¿Por qué?
-
Porque mis amigas no te quieren.
- ¿Y
ellas qué tienen que ver?
-
Ellas son buenas conmigo…
-
¿Sí?
-
Sí. –contesté con firmeza.
Entonces
se fue vociferando palabras ininteligibles, maldiciones tal vez. Por mi parte
no tenía más que hacer. Estaba llegando la luna lentamente, casi con timidez y
las estrellas merodeaban los portales de la noche para aparecer bailarinas una
vez que su reina les diera la orden.
De
la plaza a mi casa, de mi casa al mismo banco de la plaza para esperar a las
mismas personas. Sin saber por qué, mi amigo ahora me generaba miedo y todo
porque a ellas no les gustaba ¿qué pasaba? Alguien tenía que ayudarme y nadie
lo hacía. Pero yo estaba en medio de dos mundos, uno con dos reinas liberales y
malditas; un solo diablo el otro… un diablo lleno de juegos.
II
-
¡Ya entiendo tu artimaña, joker burlón, todo ha sido una de
tus
bromas!
-
¡Uh, me atrapaste!
-
¿Me toca ahora a mí ser el joker?
-
Naturalmente…
-
Quiero saber algo más.
-
Seguí jugando…
Esa
fue la última charla que tuvimos aquel hombre misterioso y yo. Me daba su trono
ante su obvia derrota. Me tocaba ser a mí el macabro y no tenía intención de
quedarme quieto y callado. El plan de mi progenitor se había puesto en marcha,
Lola ya tenía la firma de la vieja luego de inducirla. La matarían, el hijo y
amante de la maldita vieja sería también su verdugo. Tenía todo en su sucia
cabeza y contaba con mi palabra de silencio… qué necio, qué confianzudo el
viejo.
Nos
reunimos las dos chicas y yo. Vestían de colegialas y sus ojos parecían tener
la misma mirada. Me sonreían, se acercaban como jugando y luego se alejaban.
-
Vamos a terminar seduciéndote si no tomas las medidas correctas, ¿lo sabías?
-
Eso nunca, no me interesan de ese modo.
-
¿Entonces?
-
Solo quiero que sean mis amigas, que me escuchen, que se rían conmigo y que ya
dejen de burlarme…
-
Contános qué te pasa.
-
Quiero matar a mi padre…
-
Nosotras lo haremos.
-
¿De verdad?
-
Nunca mentimos…
-
¿Y por qué lo harían?
-
Por nada, no sentimos culpa de nada… y te debemos un paraguas, ¿no es cierto?
–y echaron a reír.
-
Me cuesta creerles…
-
Malo, sos muy malo, muy malo, sí.
-
Yo no soy malo –dije tímidamente.
-
Querés matar a tu padre… eso te hace malo. –dijo Carolina.
-
Sí, muy malo. –dijo después Alexia.
-
Entonces no me ayuden, ustedes no son malas.
Volvieron
a reírse.
-
Nosotras somos lo que queremos, y no queremos ser malas, pero sí ayudarte.
-
Y… ¿No creen en Dios?
-
Acá el loco sos vos, nosotras no.
Pasaron
varios días, ya he perdido la cuenta y la fecha se acercaba. Mi progenitor
haría cadáver a su madre esa misma noche. Al menos eso tenía en mente, pero lo
que no sabía el pobre diablo, era que dos adolescentes malditas de belleza
radiante y malicia igualmente calificada, iban tras sus pasos.
Según
el plan, yo debía quedarme en un hotel lejos de mi casa a la espera de un
llamado que me daría aviso cuando la vieja pasara del otro lado. Pero lo que yo
en realidad esperaba era el anuncio de mis dos sicarios. Ya imaginaba al
mendigo muerto y a Lola asustada, ahora ella sí merecía pasar por algo
horrible, maldita codiciosa que buscaba dinero a cambio de muerte. Intuí que
fue ella quien urdió el plan, pues ahora las pagaría. Si bien ella no estaba
anotada en los cuadernos de la muerte, aquella miseria jamás se borraría de su
recuerdo… y yo, yo me revolcaba en el placer de saberla herida.
“Un
llamado para usted”, dijo el encargado del hotel. Atendí el teléfono, esperaba
la voz de las mocosas, pero no, era el triste tono de mi progenitor: “Todo
listo”, me decía.
¿Qué
había salido mal? Me quedé con la boca abierta y colgué. Traté de recomponerme
para pensar, esperaba que las dos macabras me llamasen para decirme qué había
pasado, pero nada de eso, durante toda la noche estuve despierto y nadie más
llamó. No lograba explicarme el silencio de esas dos. Luego pensé que una vez
más me habían engañado, que seguían burlándose de mí. Nadie mata a otro solo
porque se lo digan, es estúpido creerle a un sicario que se ofrece así como
así. Yo era el necio, no merecía el bastón del joker.
-
¿Ellas eran buenas?
-
Ya no quiero saber nada de eso, se terminó.
-
Sigo siendo dueño de…
-
Lo sé, no estuve a la altura –le dije.
-
Naturalmente.
Lola
y yo nos casamos al poco tiempo del hecho. Esta decisión no había sido llamada
por los sentimientos, mucho menos por dinero, sino porque ninguno de los dos
tenía a dónde ir. Con iguales partes de nuestra indebida herencia compramos una
pequeña casa al sur de la ciudad. Vivíamos como una pareja que llevaba más de
treinta años de casados y no hacíamos nada juntos, ni siquiera para ser
felices. Seguramente ella tendía un amante, porque no hubiese soportado mi
indiferencia de no ser que se apoyaba en alguien más. Aunque no es justo
considerarla como infiel, ya que ninguno de los dos se expuso ante el otro
sentimentalmente, todo fue una especie de conveniencia, de apariencia, nada
más. Los detalles del homicidio me los guardo por si alguna vez soy llamado a
declarar, aunque el plan había sido bien trazado y no se levantaron sospechas
contra Lola y yo.
Una
tarde yo me dedicaba a contemplar las cenizas de un cigarrillo y diagramaba
historias y siluetas en el cenicero cuando sonó el timbre de casa. Si bien
habían pasado varios meses sin ver a las chicas, tuve la intuición de que se
trataba de alguno de ellos. Abrí la puerta con ansiosas expectativas, en cierto
modo me alegraba de que vinieran a verme, a pesar de que hayan fallado en su
misión. Al ver a la persona detrás de la entrada, mi corazón tuvo que
contenerse las ganas de abrazarla. Se trataba de Alexia, que no respondió
cuando le pregunté por su hermana.
-
Vengo a despedirme de vos y a pedirte disculpas por lo sucedido, no fue nuestra
intención.
-
Pero ¿por qué han desaparecido tanto tiempo?
-
Nosotras –comenzó diciendo Alexia cuando la voz de Lola se oyó a mis espaldas.
-
¿Con quién hablas?
Y al
volver la vista hacia adelante, Alexia ya no estaba allí. Quise decir algo pero
no salían palabras de mi boca, entonces Lola agregó:
- No
es la primera vez que te escucho hablar solo… ¿seguro que estás bien?
Tampoco
pude decir algo. Al lado de ella estaba el joker vestido con un traje azul y
barajando sus naipes una vez más.