lunes, 25 de agosto de 2014

La India




I Fuga.

Se encuentra con sus esperanzas perdidas cada vez que deja de lado al presente. Como en una caja de Pandora, sus alivios están encerrados y algo no los deja salir. Será que le duele pensar en cualquier cosa o algo por el estilo. Un montón de flores adornan la casa del tipo en cuestión. Sus ojos de cuervo, los pómulos picudos y la frente amplia lo hacen similar a los maniáticos criminales de las primeras planas de la sección de crímenes de los periódicos. Pero él solamente es un ser más bajo la mortecina luz de la vida y todo el significado que esto pueda tener.
Su esposa, mujer emblemática y corriente, jamás se ha enterado sobre las aventuras de su marido durante aquellas noches. Ella solo se sabe la parte aburrida de la historia de la vida de Luis: Hombre casado, dos hijos, trabajo aparentemente normal y estable, bastardo y solitario hombre lee libros de historia y juega a las damas con su hermano los viernes a la noche. Nunca lo vio con un cigarrillo en la mano, no sabe que hubo noches que Luis bailó hasta el amanecer después de haberse refugiado en piernas de otra mujer; que una vez chocó su auto y junto a la mujer que lo acompañaba terminó haciendo el amor a la orilla de un lago. Nada de eso, la esposa de Luis solo se sabía parte de la letra de la canción, nada del estribillo, por así decirlo. Pero no lo soportamos, la vida sin riesgos es como un árbol seco que sigue creciendo. Si lo hubiesen visto cómo taconeaba al compás de los acordes de My Bonnie cantada por McCartney en aquel club nocturno un viernes en el que no quiso jugar a las damas con Faustino, la percepción de su esposa habría cambiado y entonces no lo engañaría con Esteban para sentir más vértigo en su vida, pues sabría que Luis era un loco más andando por el camino.
Todo comenzó una tarde en la que Luis estaba preparándose para ir a la casa de su hermano. Era un viernes de lluvia y enormes cordones de nubes se prolongaban en el firmamento anunciando su larga estadía. Otra vez el pobre hombre se sentía ínfimo ante tal espectáculo, una ficha más del juego bajo la mano enorme del cielo y sus ostentosas nubes. Esperanza, aquello no se parecía en nada a la esperanza con la que soñaba. Y de tanto soñar se dijo a sí mismo que en realidad no la soñaba, sino que estaba esperando el momento indicado para atacar a la vida por la espalda, luego se percató de la cobardía que significaba atacar por la espalda y se decidió a atacar de frente, pero con un salto tan salvaje que la vida se asustaría de él por primera vez. Basta de soñar con las tetas de Sophia Loren y arriesgarse al menos a morder los muslos de una bailarina de cabaret, tomarse unos tragos y fumar, fumar y fumar hasta que la vida se prendiera un tabaco también.
Encendió el motor, su viejo automóvil largaba una humareda asquerosa pero eso lo ponía en marcha, eso lo ayudaba a escapar de la rutina. La radio para hacer de fondo durante el viaje, aunque no le prestaría atención al necio del locutor que hablaba como un androide pasajero. Conducía a la velocidad permitida y ese permiso no era más que otra prohibición ¿para qué hacen que los autos alcancen velocidades que están prohibidas hasta en las autopistas? La luna se acercaba a paso ligero y el cielo se oscurecía todavía más. Las sombras se volvían ficticias porque de ficticias luces estaban hechas y cualquiera que las observara un poco podría fácilmente creer que en cualquier momento se moverían independientemente de los cuerpos y las luces que las creaban. Todo se convertía al llegar la noche, incluso Luis.
Vaso de ron con coca, tabaco ardiendo entre los dedos y la mirada puesta en la mina que bailaba esa música tan eléctrica como negra. El mismo rey del baile se alucinaría con aquel cuerpo pura y fibra y pura seda.

- ¿Miras y no compras? -le preguntó el cara de sapo de la barra.
- Esas minas no son para mí, son fuego puro...
- ¡Entonces apagala, flaco!
- Vos no sabes nada... -dijo Luis deseando en silencio que el tipo lo dejara en paz.
- Hace como quieras...

Y seguía la danza de los demás, pero Luis, aunque sin movimiento visible, estaba inquieto como una liebre y su sangre hervían de ganas de saltar de su asiento, mezclarse con la locura del viernes y terminar extasiado como los demás. Por momentos pensaba en su esposa teniendo sexo con su amante, sexo nada más porque su amante no la quería ni un poco y ella no lo quería a él, ella no quería a nadie, solo buscaba vivir por esa adicción de vivir y hacer sin sentido que tienen las personas comunes. Pero poco le importaba, en realidad nada, si le importara estaría gritando cosas mientras lo sorprende en bolas en su propia habitación o platicando con Mario, su hermano, mientras movían las piezas del juego de damas. Una dama, una de verdad, se acercó a Luis y lo miró con ojos seductores.

- ¿Cómo te llamas? -le preguntó.
- Luis... ¿Vos?
- Invítame un trago, hablemos un rato y tal vez lo adivines... -contestó ella invitándolo a jugar.

Pidieron dos vasos de ron con coca, luego dos más y más tarde la barra estaba toda mojada por los casi veinte vasos que habían vaciado entre los dos.

- ¿Siempre podes tomar gratis? -preguntó Luis.
- Casi, cuando encuentro boludos como vos que pagan los tragos.
- Qué bueno, tenis suerte.
- ¿Y vos? ¿Sos de tener suerte?
- Yo no, soy más bien como un perro... pero sé jugar bastante bien a las damas.
- ¿Al juego?

Luis y la mujer se miraron un rato y luego se rieron con ganas. Ninguno había adivinado la intención de las palabras del otro, pero tampoco les importó. Estaban con ganas y eso los hacía hablar entusiasmadamente, reírse y mirarse sin vergüenza. Cuando los tapujos se quebraron, Luis puso un freno al flujo de su billetera. Totalmente descalabrados y desencajados de la realidad, sentados mientras las otras almas bailaban y el mundo de afuera se asemejaba cada vez más a un inodoro. Cuando los teléfonos sonaban desesperados en casa de esas mujeres que abandonan y al otro lado la borracha voz de un hombre mendigando un poco de amor funcional. Nada más importaba, solo el momento y era un

- ¿No hay más happy hour? -preguntó ella en tono irónico.
- ¿Me vas a robar o qué?

La mujer largó una risa aun más irónica y le dijo que no hacía eso con los tipos buenos. Entonces le propuso un duelo en el asiento de atrás del auto y Luis aceptó. Allí se dieron sus nombres y apellidos, sus historias y sus risas sin pensar en nada ni nadie, eran ellos dos después de varios tragos y larga vida. Pensar que su esposa ya estaría dormida y todavía le quedaban ganas de bailar otro rato. Los malos amantes son como un cigarrillo húmedo: apenas uno puede fumarlos, se siente muy poco del sabor y te dejan más ganas que antes.

- Vos no sos de acá, ¿no?
- Yo qué sé...
- ¿Quién sos, Luis?

Amanecía y el sol inquietaba a los que salían del club. Quedó en su auto un anillo de plata que Luis guardó para devolverlo si es que alguna vez la volvía a encontrar. Y no tenía ganas de verla otra vez, solamente había sido el momento, no pretendía que algo en su vida se pareciera a la rutina que tenía con su mujer. Sábado y nada, descanso total, después el Domingo y más domingo sobre la ciudad. Los sentimientos quedaban aplastados por esa melancolía apagada y despierta que caracteriza a esos días. Como fumar de los cigarrillos que no son los que  acostumbramos, como apenas probar un bocado del manjar que deseamos, eso es el domingo. Se fue a jugar a las damas, esta vez sí.

- ¿Vas a trabajar mañana? Dicen que  es feriado. -le dijo su mujer cuando llegó a su casa.
- ¿Feriado de qué?
- Qué se yo, feriado, Luis, feriado.
- Y... si es feriado voy a ver a mi Mario.
- ¿No te aburrís de jugar a las damas?
- Nunca -dijo Luis, y en su cabeza venía el recuerdo de la última noche alocada que pasó en el club.
- ¿Y vos?
- ¿Yo qué?
- ¿Haches algo?
- No sé.

Silencio.

- ¿Ahora fumas?
- A veces... -contestó Luis.

Durante la semana la vida seguía tan plana como podía ser. Algunos  momentos la tensión crecía y solo se soportaba la existencia guardando silencio, como para que nada se moviera de su lugar así las cosas quedaban como en un cuadro hecho por un pintor sin sangre.


II La India.

- ¿Esta noche pensas ganar como la otra vez? Fuiste un perro con mucha suerte con la flaca esa.
- Suerte tienen los perdedores -contestó Luis.
- Acá hay un tipo que te consigue las mejores minas de Buenos Aires, pero las mejores de verdad, yo te digo porque...

Luis lo interrumpió:

- Si voy a pagar, que sean tragos, a lo sumo un telo, no ando con esas cosas yo.
- Es el chino, si alguna vez andas sin suerte te lo presento.
- Gracias. Servirme un...
- Ron, siempre ron vos.

Y esa noche no vino la misma mujer, esa noche había menos baile que la semana anterior. Por eso los ojos se le nublaban más rápido, porque se tomó los veinte vasos de ron él solo y porque fumaba de una manera compulsiva mientras iba llegando más gente de todos lados. En el tumulto que se armó comenzó el baile, recién ahí se dio cuenta que había ido más temprano que la última vez y entonces se alivió, fue al baño a lavarse la cara y volvió a su lugar, pero cuando quiso sentarse encontró otro culo posado en su asiento. Se trataba de una hembra única, de pelo negro y vivo, ojos profundos como océanos salvajes e inquietos, la piel morena como un tatuaje místico y una boca que parecía arder como la sal en la carne viva. Naturalmente se sentía intimidado por el aura de esa mujer. Todos la miraban y fueron muchos los que se acercaron a cortejarla, pero ella los rechazaba de una manera que dejaba atrás toda esperanza para los vulgares homo sapiens que la rodeaban. Así todos se fueron alejando de ella y buscaron otros paraísos en donde refugiarse, pero aquel oasis era un sueño en sí mismo y él buscaba eso, no le importaba perder, entonces arriesgó.
Con astucia nunca antes practicada, se acercó palabra a palabra a aquella mujer perfecta. Cada verbo, cada adjetivo y cada una de sus miradas eran una caricia sutil en el cuero de esa india que respondía con frases cortas y eficaces, tan sutiles como potentes pero siempre dando lugar a los disparos que él se encargaba de mejorar a cada instante. Nunca tuvo que ser tan cauteloso, tan metódico y despiadado al mismo tiempo, esta vez no había margen de error, todo tenía que ser perfecto.

- ¿Entonces? -dijo Luis apurando al fin la cuestión.
- No sé... sinceramente no lo sé -decía ella esquivando el cruce de miradas. Y sus ojos verdes parecían estallar de belleza, casi que eran dos luces más en aquel salón tremendo.

Ni la belleza de París, ni el misterio de Berlín podían asemejarse a lo que emanaba ella. El sueño de los perdedores, la codicia de los afortunados, ella era todo, una india sureña con unos pies que podrían flotar, una carne de barro puro moldeado para la perfección más perfecta, esa que solo se logra con la imperfección sutil. Los dos se ponían de pie y salían del lugar lentamente.

- Te olvidas de pagarme los últimos tragos. -gritó el gordo de la barra cuando lo vio irse.

Luis volvió y le dejó el dinero junto a una propina exagerada.

- Me hiciste caso... Pero ¿en qué momento hablaste con el chino?
- ¿Es una mina del chino? No me dijo nada...
- Entonces tené cuidado, mirá que al tipo no le gusta un carajo que no lo consulten.

Luis no hizo caso y salió junto a la mujer a la que todos seguían mirando. Antes de salir, buscó entre la gente al chino, al verlo sentado en una mesa se sintió confiado y al fin salió. Afuera lo esperaban dos soldados enviados por el chino para partirle la cara. No volvería a ver a su india por un largo tiempo.

- ¿Qué te pasó en la cara, Luis?
- Me afanaron.
- ¡Pero qué te hicieron! Tenés la cara destruida.
- Se cura, no te hagas problema.

Y las heridas se curan, llevan un tiempo, causan un mal dormir y ciertas dificultades, sin contar las preguntas redundantes de los demás. Pero lo que más le dolía a Luis era pensar que no volvería a verla de nuevo y sentir que todo había sido un error. Comenzó a cuestionarse por qué no trató de salvar su matrimonio en vez de irse a un club como un pendejo lujurioso y así se fue comiendo la cabeza él solo, igual que un adolescente que no sabe qué hacer con su vida. Le daba miedo todo, porque ahora tendría que volver a jugar con su hermano y soportar el engaño de su esposa sin poder hacer nada. Ya no esperaba los viernes a la noche para escaparse de la rutina, sino que solo podía pensar en movimientos de fichas iguales en un tablero menos complejo que su cabeza.
Y volver al lugar de siempre le significaba darse la cabeza contra la pared. El solo hecho de saber que allí había navegado el encanto de esa mujer, que la oportunidad de amarla, de hacer lo más puro del mundo, que según su filosofía era hacer el amor con una india, y aunque esta india fuera una mezcla de razas, sangre indígena y europea, era la dama de sus sueños, esa que con solo haberla visto una vez le robó el corazón, la cabeza y todo lo que alguien pueda perder por amor. Su aliento, su voz, el perfume de sus cabellos y la suave piel, eran talismanes para este desafortunado. Y el maldito chino, que tampoco era tan chino, impidiéndoles unirse. Tal vez ella estuviera con otro hombre, uno que le había pagado y no la sentía como él podía sentirla, una escoria más. India, si te pudiera ver, pensó. Y allí estaba, sentado frente a su Mario, tablero de por medio. Reír o matarse, no importaba más nada. Sacó dinero del bolsillo y lo dejó en la mesa.

- ¿Vamos a apostar? -dijo su hermano.
- Anda vos, búscala y después que se venga conmigo.
- ¿A la mina? ¡Pero ni loco!
- Dale, hacerme el favor, no tenés que hacer nada. La buscas a ella, no la podés confundir porque es totalmente diferente a las demás, si está ahí, entonces busca al de la barra y le preguntas por el chino,  a ese le preguntas por ella y te va a pedir guita... Con esto te alcanza, dale.
- No voy a hacer eso, ni loco lo hago.
- Si me dejas así me muero esta misma noche, necesito verla; si entro ahí y me ven, me van a matar.

Al final su hermano aceptó de mala gana. No importaba, que se maten todos, Luis tendría al fin una oportunidad.
Mario entró al club y enseguida sus sentidos se excitaron por el ambiente asfixiante de allí adentro. Era un sitio al que él no estaba acostumbrado, por eso sentía una especie de sudor frío causado por la vergüenza. Entonces la vio y si no fuera porque su hermano le había dicho tantas cosas de ella, inclusive que sentía haberse enamorado, él también se hubiese rendido a los pies de ella. Estaba ahí, sentada con los ojos fingiendo miradas, la blusa blanca y una falda de cuero tan salvaje como sus exquisitos rasgos. Se sentó cerca y le pidió una cerveza al gordo de la barra.

- ¿Y ella? -inquirió Mario señalando levemente con la mirada a la india.
- Esa labura. -respondió el gordo.
- ¿Es de acá?
- Sí, todas las putas son de acá, sino no las dejamos laburar. Pero tenés que hablar con el chino. La otra noche un flaco se quiso hacer el vivo y lo cagaron a trompadas. Anda, dale, habrá con él.

Se acercó disimulando la repulsión que le causaba la situación que estaba viviendo y alimentando. Le preguntó al chino "cuánto". Y después de dejar el dinero se acercó a ella tratando de que el de la barra no escuchase nada. Salieron juntos y subieron a su auto, en donde los esperaba Luis.

- Mara... Hola, Mara.
- ¿Luis?
- Sí, soy yo...
- Te ruego que me perdones por lo de la otra vez. No pensé en lo que podía llegar a pasar.
Mario salió del auto dejándolos a solas para que hiciesen lo que quisieran, no sin antes asegurarse que no hubiera ningún espía, según las indicaciones de la mujer. Luis y Mara viajaron un rato hasta llegar a un hotel y allí pasaron la noche juntos. Una velada que, aunque se relatara cada segundo, cada movimiento, las palabras no podrían alcanzar nunca el grado de placer, encanto y felicidad que los dos experimentaron. Todos los viernes hicieron el mismo plan, siempre contando y abusando de la compasión de Mario.

Al tiempo de este romance le cayó la cara de la verdad; siempre tan dolorosa pero justa que tratamos de evitarla todo el tiempo. Si pudiéramos vivir en un sueño de seguro que pasaríamos todo ese tiempo rezando para no despertar, puesto que la verdad es la verdad, lo que vemos y lo que pensamos. Por la cabeza de este hombre pasaban tantas cosas que realmente no había una verdad cierta, lo que sí podía notarse era que sus fantasías no cuadraban en la rutina, que su esposa estaba cansada de él y a su vez, Luis se cansaba de sí mismo. Pero nunca de ella, de la india. Y ese amor, tal vez amor, tal vez capricho, le había nacido de manera sublime y arrasadora. Cualquier sujeto que no tuviera un candado en la garganta, como sí lo tenía Mario, le hubiese dicho que abandonara todo, le hubieran aconsejado el divorcio, pero nunca meterse en algo tan complicado, y que ya había jurado amar a su esposa, no a esta india del club nocturno. A estas cosas, que  siempre pensaba ensayando conversaciones imaginarias con personas que desconocían el caso, él respondía con un pensamiento el cual no sabía si era propio o producto del enamoramiento: A veces -decía Luis en sus soliloquios- uno ama a quien tiene más a mano, dado que necesitamos amar, sentirnos confiados y acompañados, aunque nos estemos engañando conscientemente. Los que somos de complicar las cosas buscamos al amor ideal. Y esto no siempre resulta bien, es decir, Luis sabía que aquella aventura estaba próxima a llegar a su fin, pero ¿qué se pierde con vivir la vida como queremos vivirla? Acaso nunca se dan oportunidades tan deliciosas como para andar derrochando momentos como si el reloj nos esperara hasta que dejemos de tambalear. No, Luis no era un necio, solamente estaba enamorado, más bien, quería sentirse vivo al menos una temporada. En uno de esos encuentros casuales con su ángel prohibido, tuvieron una conversación bastante animada en la que hasta se atrevieron a cambiar palabras llenas de ternura juvenil y ninguno de los dos sabía hasta qué punto el otro estaría creyendo, tampoco cuánta mentira inocente salía de la boca del otro y, lo que es peor, de la propia. Sin embargo lo dijeron ¿qué son las palabras, más que los símbolos de los sentimientos? En todo caso los sentimientos pueden ser tan efímeros como la existencia, pero no por eso falsos.

- Alquilame un cuarto, uno chiquito, lejos de acá. -le pedía ella con esa voz que parecía descender de una montaña.
- ¿Será nuestro escondite?
- Será nuestro lugar.

Fue lugar, escondite, templo e infierno al mismo tiempo. Ya no esperaban a los viernes, ya no usaban al hermano para llevar a cabo sus fantasías, sino que tenían un lugar y no estaban obligados a amarse cada vez que se veían. Los días parecían llenos de encanto y la vida diaria pasaba como si nada, Luis no se daba cuenta de que todos a su alrededor percibían algo. El pobre estaba tan endulzado que solo miraba a sus recuerdos. Mas una tarde, su esposa lo increpó en medio de la sala:

- Hace dos meses que estás trayendo menos plata... Estamos endeudados y pareciera que no te das cuenta de nada.
- Es Mario, tiene problemas y me pidió prestado. Le paso algo por mes, no es mucho.
- No es mucho me decís, no es mucho... -repetía y vacilaba al mismo tiempo.- ¿Te pensas que hago magia yo?

Él sabía bien de las aventuras de su esposa, también sabía que el amante le pedía dinero algunas veces y que hasta le habían sacado algo de ropa porque el muy desgraciado andaba en harapos. Pero nada, el precio de la india era el más alto y no importaba nada en absoluto. Sus dos hijos, hacía mucho que ni siquiera les hablaba, pero a decir verdad tampoco le importaban en este momento. Todo su mundo, su amor y su dinero se iban  con la india y así también se perderían sus ilusiones.
El plan de la mujer era demasiado simple, tanto que se hacía complejo: Robarían el auto de Luis, su amante conocía un desarmadero que le pagaría buen dinero por el automóvil. Pero el plan trajo consecuencias trágicas que no se pudieron enmendar jamás. Y aunque Luis estaba a punto de vender el auto a escondidas de la esposa (seguramente también planeaba decir que sufrió un robo), esta le ganó de mano y no solo en eso, sino también en poner en evidencia el engaño. Resultó ser que el amante se las ingenió para entrar al vehículo durante la noche. Antes de ponerlo en marcha realizó una requisa para verificar si había algo de valor que se pudiera vender también y en eso fue que encontró el anillo de plata que la primera mujer del club había perdido en el auto de Luis. Estaba metido en la guantera y cubierto con unos folletos, todo para que pasase desapercibido, aunque no fue así. De este modo, los dos estuvieron de acuerdo en que lo mejor sería poner en evidencia a Luis, pedirle el divorcio y así sacarle dinero, además de echarlo de la casa. Y así sucedió, aunque el anillo no fuese de su amor prohibido y sí pertenecía a una aventura de paso, no había nada qué decir. Luis estaba fuera de juego.
Con los gastos de la manutención para los hijos, los abogados y los trámites de divorcio, Luis estaba ajustadísimo con las cuentas, motivo por el cual era imperante prescindir del cuarto que alquilaba para su amante. Esta última tuvo que volver a los aposentos del chino, quien le prohibió volver a acercarse a Luis, amenaza de por medio. Y es así como se termina una ilusión, o tal vez varias al mismo tiempo.

La historia del tal vez



Pidió Coca Cola, la muy desvergonzada se sentó ahí, en medio del bar, y se pidió una Coke. Y entre las voces melodramáticas de los rockeros de otras épocas que sonaban a beat, no solo por sus guitarras, sino, también, por sus letras, él estaba alejado de aquel cuerpo esbelto, joven y moreno. Sus ojos centelleaban, no de furia, sino de presunta ingenuidad, acaso por perseguir a un tipo, a alguien como él que, aun siendo un simple ser, indiferente ante las miradas de los demás y con ambiciones improbables e imperdonables, le llamaba la atención. Decir que era hermosa sería mentir, pues ella era... ¡Ay! si existiera la palabra que pudiera definirla; tenía un encanto juvenil que iba más allá de las demás, una gracia que era, incluso, torpe, pero una escencia de mujer tan arraigada que cualquier hombre caería rendido a sus pies, claro, cualquier hombre que no tuviera la avidez a flor de piel, pues para admirarla como se debe, uno no puede menos que dejarse llevar por el viento, beber del néctar de las flores, masticar una nube y meditar bajo un nogal hasta que este dé sus frutos tres veces... sí, así es el proceso por el que se debe pasar.
En fin, ella estaba ahí, la botellita de vidrio mojada y el vaso por la mitad; él apostó a que no se tomaría ni siquiera la mitad, lo llenaba de ternura saber que había usado el dinero de mamá para comprar esa botella al elevado precio que la vendían en el bar con el solo propósito de verlo. Se levantó, caminó hacia la mesa que la jovencita ocupaba, hizo un leve movimiento amagando a sentarse junto a ella, mas la eludió, siguió de largo, no le daría el gusto de verlo rendido. Así era la historia entre ellos dos: miradas al pasar, miradas volteándose el uno y el otro luego de haberse cruzado por la calle, miradas en el autobus, miradas en el bar... miradas, nada más que eso. Y uno debia tomar la iniciativa que, según ciertas tradiciones, pertenece al caballero, mas no, nada de eso, era como si ambos se hubieran resignado, por así decirlo, a que todo quedara así, como dos principiantes que le temen al otro sexo. Y pasaban de la mano de otros amores, incluso se cruzaban acompañados cada uno por personas con las que tenían, al parecer, vínculos fuertes, con vistas al futuro, pero no podían, más bien no querían, dejar de mirarse. Imagino, cuando pienso en ellos dos, que tal vez dejaban todo para otro momento, no otra vida, no la vejez que, siendo ellos tan jovenes, la consideraban punto menos que como la misma muerte, sino para un futuro incierto. Los ojos, esos ojos tan claros de ella, tan perrunos de él, eran también labios con los que se hubieran querido besar en cada mirada; eran manos con las que se deseaban acariciar cada vez que sus caminos se encontraban. Pobres, pobres silenciosos; desdichados temerosos que no decían nunca nada. Y ella lo había seguido hasta el bar, lo vió pedirse una cerveza y de algún modo lo acompañó aquella tarde agonizante pidiendo una Coca Cola a elevado precio.
Deduzco, fantaseo con que quizás era un juego, algo que ellos sabían bien, en el que solo podían permitirse el contacto visual. Tal vez sea porque hayan sido muy inteligentes, muy precabidos o muy temerosos o, tal vez, porque no querían perder la ilusión que tan poco tiempo dura. Claro, porque él bien podría haberse acercado con toda su valentía, declararle algunas travesuras y hacerla sonrojar, mientras que ella, sin dejarse embrollar, hubiese podido seducirlo, hacerlo sudar con solo rozarlo con sus manos en el autobús, entonces así animarlo a soltar alguna palabra. Pero solo quisieron que sea así, que todo quedase en las miradas del uno y del otro, quizá sea más divertido, habría que probar qué se siente.
No tomarían el mismo tren, no se aprenderían los horarios del otro, nunca intentarían buscar conocidos en común ni ver hacia dónde van cuando se cruzan; solo esa vez, solo aquel pequeño desliz de ella que lo vió entrar al bar y no aguantó, entonces también cruzó la puerta.
Me gustaría no dejar al lector con la desabrida impresión que ha de estar sintiendo ahora, pues se me antoja pensar que esperaba un desenlace romántico o trágico en el que uno de los dos rompe con el silencio, se lanza a los brazos del otro poniéndose al desnudo y diciéndo algo así como: <<¡Te estoy esperando, amor mío, ya dejémonos de misterios y unámonos los dos!>> o algo por el estilo, pero la cosa no sucedió así, ninguno de ellos habló jamás, supongo que esperarán otro tiempo, aunque puede que también no. Tal vez Elvis no haya muerto, tal vez el hombre jamás ha pisado la luna, tal vez ellos no hubieran durado más de dos meses y seis días... tal vez por eso prefirieron guardar el misterio.