<<Es
como cuando deja de llover, y vos ya habías cancelado todos tus planes: te
sentís como el culo... encima queda todo húmedo y pensás que no puede haber
algo peor>>, me decía. Le corté una flor silvestre y me devolvió una
sonrisa. Buen negocio. Fuimos a un café y pedimos cerveza. La mujer nos trajo
un cenicero de muy mala gana porque Vanesa dejó caer ceniza al suelo y yo
malabareaba para no hacer lo mismo. <<¿Vos fumás? Qué tarada, no sé por
qué te pregunto si...>>. No dije nada. Tomábamos la cerveza y yo miraba
por la vidriera, ella no sé que jueguito hacía con los dedos sobre la mesa de
madera. <<Me molesta cómo queman las mesas con los cigarros... bueno,
¿vas a decir algo vos, o voy a hablar sola?>>. Intercambiamos algunas
palabras que no recuerdo, tengo la mala suerte de olvidarme las conversaciones
en las que participio. Siempre recuerdo las charlas ajenas, así que solía
prestar especial atención a las conversaciones que Vanesa mantenía consigo
misma mientras estaba en el baño escondiéndose de mí cuando la aburría
demasiado o se sentía presionada, o cuando simplemente me quería hacer enojar.
Le pregunté por qué siempre hablaba sola en el baño cuando yo la visitaba en su
casa, pero estaba muy concentrada en lo suyo.
Una vez me
dijo que tenía la manía de simular que la superficie era un tablero de ajedrez,
le encantaba aquel juego, y que imaginaba movimientos posibles; mi asombro, por
así decirlo, fue cuando me dijo que solo se imaginaba al caballo, ninguna otra
pieza más. Quise saber por qué y respondió rápidamente que no sabía. Luego de
mi insistencia y exposición de mi teoría, la que argumentaba que el movimiento
del caballo es, de alguna manera, el más complejo,
y que siendo ella una persona de una mente compleja... bueno, que siendo suya
una mente así era normal que tuviera
esa manía. <<Pero se me va de las manos -decía-. Cuando empiezo con el
asunto, se me hace imparable y no lo puedo manejar... además, no solo lo hago
con superficies que tienen cuadraditos o algo así, sino que en superficies
lisas, como esta mesa también me pasa...
la imaginación me domina. Y en el suelo pedregoso, cada agujerito o cada protuberancia mayor que las demás, es equivalente a un
casillero, ¿se entiende?. Sí, así es. Y sin importar la distancia, todo sirve
para que se mueva el caballo>>. Me dejaba deslumbrado con aquello. Ni qué
decir de lo que hacía con sus pómulos y la nariz: esta manía -de la que también
asegura estar agotada y que <<es imparable>>- tiene por objetivo la
cuenta de movimientos del rostro, es decir que apretaba los músculos faciales
de un pómulo y contaba uno, luego del otro y contaba dos, entonces venía el
tres, pero para eso fruncía el ceño y así podía seguir la cosa, ya sea
contrayendo la nariz, las orejas o la nuca, y los movimientos podían ir
desplazándose por todo el cuerpo, según el nerviosismo del que padeciera ella
en ese momento. Así y todo me gustaba mucho, pero no se lo podía decir, porque
éramos amigos.
Nos
pasábamos mucho tiempo hablando de sus manías y las posibles causas de estas, y
aunque estaba ya algo cansado del tema, me apegaba a eso porque era lo único
que nos acercaba por aquel entonces. Incluso llegué a leer en varios libros
sobre el tema y todo lo que lograba memorizar iba a parar a los oídos de
Vanesa, quien escuchaba con atención, pero nunca hacía lo que los especialistas
recomendaban para controlar las manías. Una tarde estábamos en el café de la
vez anterior y no pude contenerme, así que tuve que decirle que me gustaba y
todas esas cosas, a lo que ella respondió que tenía una nueva manía: Enamorarse
por un corto tiempo y luego odiar a sus ex amantes. Me entusiasmé, porque
estaba tan loco por ella que creía que en ese tiempo podría cambiarla y lograr
que no me odiara. Ahora se viene lo verdaderamente malo, al menos para mí,
porque Vanesa me dijo que yo no era de su tipo, entonces se fue del café y yo
me quedé formando pirámides con las baldosas cuadradas del suelo: primero
contaba seis, luego cinco, cuatro, etcétera. Las baldosas no debían estar
ocupadas por las patas de las sillas o de las mesas, no podía haber alguien
parado para que sea digna de la pirámide, a excepción de un gato. Tampoco
podían tener manchas, eso las anulaba, según mi criterio y, por último, tenían
que tener todas el mismo tono, porque suele suceder que las baldosas de un
mismo suelo a veces tienen diferentes tonos de un mismo color... eso las
anularía también.
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