I Fuga.
Se encuentra con sus esperanzas perdidas cada vez que deja de lado al
presente. Como en una caja de Pandora, sus alivios están encerrados y algo no
los deja salir. Será que le duele pensar en cualquier cosa o algo por el
estilo. Un montón de flores adornan la casa del tipo en cuestión. Sus ojos de
cuervo, los pómulos picudos y la frente amplia lo hacen similar a los maniáticos
criminales de las primeras planas de la sección de crímenes de los periódicos.
Pero él solamente es un ser más bajo la mortecina luz de la vida y todo el
significado que esto pueda tener.
Su esposa, mujer emblemática y corriente, jamás se ha enterado sobre
las aventuras de su marido durante aquellas noches. Ella solo se sabe la parte
aburrida de la historia de la vida de Luis: Hombre casado, dos hijos, trabajo
aparentemente normal y estable, bastardo y solitario hombre lee libros de
historia y juega a las damas con su hermano los viernes a la noche. Nunca lo
vio con un cigarrillo en la mano, no sabe que hubo noches que Luis bailó hasta
el amanecer después de haberse refugiado en piernas de otra mujer; que una vez
chocó su auto y junto a la mujer que lo acompañaba terminó haciendo el amor a
la orilla de un lago. Nada de eso, la esposa de Luis solo se sabía parte de la
letra de la canción, nada del estribillo, por así decirlo. Pero no lo
soportamos, la vida sin riesgos es como un árbol seco que sigue creciendo. Si
lo hubiesen visto cómo taconeaba al compás de los acordes de My Bonnie cantada
por McCartney en aquel club nocturno un viernes en el que no quiso jugar a las
damas con Faustino, la percepción de su esposa habría cambiado y entonces no lo
engañaría con Esteban para sentir más vértigo en su vida, pues sabría que Luis
era un loco más andando por el camino.
Todo comenzó una tarde en la que Luis estaba preparándose para ir a la
casa de su hermano. Era un viernes de lluvia y enormes cordones de nubes se
prolongaban en el firmamento anunciando su larga estadía. Otra vez el pobre
hombre se sentía ínfimo ante tal espectáculo, una ficha más del juego bajo la
mano enorme del cielo y sus ostentosas nubes. Esperanza, aquello no se parecía
en nada a la esperanza con la que soñaba. Y de tanto soñar se dijo a sí mismo
que en realidad no la soñaba, sino que estaba esperando el momento indicado para
atacar a la vida por la espalda, luego se percató de la cobardía que
significaba atacar por la espalda y se decidió a atacar de frente, pero con un
salto tan salvaje que la vida se asustaría de él por primera vez. Basta de
soñar con las tetas de Sophia Loren y arriesgarse al menos a morder los muslos
de una bailarina de cabaret, tomarse unos tragos y fumar, fumar y fumar hasta
que la vida se prendiera un tabaco también.
Encendió el motor, su viejo automóvil largaba una humareda asquerosa
pero eso lo ponía en marcha, eso lo ayudaba a escapar de la rutina. La radio
para hacer de fondo durante el viaje, aunque no le prestaría atención al necio
del locutor que hablaba como un androide pasajero. Conducía a la velocidad
permitida y ese permiso no era más que otra prohibición ¿para qué hacen que los
autos alcancen velocidades que están prohibidas hasta en las autopistas? La
luna se acercaba a paso ligero y el cielo se oscurecía todavía más. Las sombras
se volvían ficticias porque de ficticias luces estaban hechas y cualquiera que
las observara un poco podría fácilmente creer que en cualquier momento se
moverían independientemente de los cuerpos y las luces que las creaban. Todo se
convertía al llegar la noche, incluso Luis.
Vaso de ron con coca, tabaco ardiendo entre los dedos y la mirada
puesta en la mina que bailaba esa música tan eléctrica como negra. El mismo rey
del baile se alucinaría con aquel cuerpo pura y fibra y pura seda.
- ¿Miras y no compras? -le preguntó el cara de sapo de la barra.
- Esas minas no son para mí, son fuego puro...
- ¡Entonces apagala, flaco!
- Vos no sabes nada... -dijo Luis deseando en silencio que el tipo lo
dejara en paz.
- Hace como quieras...
Y seguía la danza de los demás, pero Luis, aunque sin movimiento
visible, estaba inquieto como una liebre y su sangre hervían de ganas de saltar
de su asiento, mezclarse con la locura del viernes y terminar extasiado como
los demás. Por momentos pensaba en su esposa teniendo sexo con su amante, sexo
nada más porque su amante no la quería ni un poco y ella no lo quería a él,
ella no quería a nadie, solo buscaba vivir por esa adicción de vivir y hacer
sin sentido que tienen las personas comunes. Pero poco le importaba, en
realidad nada, si le importara estaría gritando cosas mientras lo sorprende en
bolas en su propia habitación o platicando con Mario, su hermano, mientras
movían las piezas del juego de damas. Una dama, una de verdad, se acercó a Luis
y lo miró con ojos seductores.
- ¿Cómo te llamas? -le preguntó.
- Luis... ¿Vos?
- Invítame un trago, hablemos un rato y tal vez lo adivines...
-contestó ella invitándolo a jugar.
Pidieron dos vasos de ron con coca, luego dos más y más tarde la barra
estaba toda mojada por los casi veinte vasos que habían vaciado entre los dos.
- ¿Siempre podes tomar gratis? -preguntó Luis.
- Casi, cuando encuentro boludos como vos que pagan los tragos.
- Qué bueno, tenis suerte.
- ¿Y vos? ¿Sos de tener suerte?
- Yo no, soy más bien como un perro... pero sé jugar bastante bien a
las damas.
- ¿Al juego?
Luis y la mujer se miraron un rato y luego se rieron con ganas.
Ninguno había adivinado la intención de las palabras del otro, pero tampoco les
importó. Estaban con ganas y eso los hacía hablar entusiasmadamente, reírse y
mirarse sin vergüenza. Cuando los tapujos se quebraron, Luis puso un freno al
flujo de su billetera. Totalmente descalabrados y desencajados de la realidad,
sentados mientras las otras almas bailaban y el mundo de afuera se asemejaba
cada vez más a un inodoro. Cuando los teléfonos sonaban desesperados en casa de
esas mujeres que abandonan y al otro lado la borracha voz de un hombre
mendigando un poco de amor funcional. Nada más importaba, solo el momento y era
un
- ¿No hay más happy hour? -preguntó ella en tono irónico.
- ¿Me vas a robar o qué?
La mujer largó una risa aun más irónica y le dijo que no hacía eso con
los tipos buenos. Entonces le propuso un duelo en el asiento de atrás del auto
y Luis aceptó. Allí se dieron sus nombres y apellidos, sus historias y sus
risas sin pensar en nada ni nadie, eran ellos dos después de varios tragos y
larga vida. Pensar que su esposa ya estaría dormida y todavía le quedaban ganas
de bailar otro rato. Los malos amantes son como un cigarrillo húmedo: apenas
uno puede fumarlos, se siente muy poco del sabor y te dejan más ganas que
antes.
- Vos no sos de acá, ¿no?
- Yo qué sé...
- ¿Quién sos, Luis?
Amanecía y el sol inquietaba a los que salían del club. Quedó en su
auto un anillo de plata que Luis guardó para devolverlo si es que alguna vez la
volvía a encontrar. Y no tenía ganas de verla otra vez, solamente había sido el
momento, no pretendía que algo en su vida se pareciera a la rutina que tenía
con su mujer. Sábado y nada, descanso total, después el Domingo y más domingo
sobre la ciudad. Los sentimientos quedaban aplastados por esa melancolía
apagada y despierta que caracteriza a esos días. Como fumar de los cigarrillos
que no son los que acostumbramos, como
apenas probar un bocado del manjar que deseamos, eso es el domingo. Se fue a
jugar a las damas, esta vez sí.
- ¿Vas a trabajar mañana? Dicen que
es feriado. -le dijo su mujer cuando llegó a su casa.
- ¿Feriado de qué?
- Qué se yo, feriado, Luis, feriado.
- Y... si es feriado voy a ver a mi Mario.
- ¿No te aburrís de jugar a las damas?
- Nunca -dijo Luis, y en su cabeza venía el recuerdo de la última
noche alocada que pasó en el club.
- ¿Y vos?
- ¿Yo qué?
- ¿Haches algo?
- No sé.
Silencio.
- ¿Ahora fumas?
- A veces... -contestó Luis.
Durante la semana la vida seguía tan plana como podía ser.
Algunos momentos la tensión crecía y
solo se soportaba la existencia guardando silencio, como para que nada se
moviera de su lugar así las cosas quedaban como en un cuadro hecho por un
pintor sin sangre.
II La India.
- ¿Esta noche pensas ganar como la otra vez? Fuiste un perro con mucha
suerte con la flaca esa.
- Suerte tienen los perdedores -contestó Luis.
- Acá hay un tipo que te consigue las mejores minas de Buenos Aires,
pero las mejores de verdad, yo te digo porque...
Luis lo interrumpió:
- Si voy a pagar, que sean tragos, a lo sumo un telo, no ando con esas
cosas yo.
- Es el chino, si alguna vez andas sin suerte te lo presento.
- Gracias. Servirme un...
- Ron, siempre ron vos.
Y esa noche no vino la misma mujer, esa noche había menos baile que la
semana anterior. Por eso los ojos se le nublaban más rápido, porque se tomó los
veinte vasos de ron él solo y porque fumaba de una manera compulsiva mientras
iba llegando más gente de todos lados. En el tumulto que se armó comenzó el
baile, recién ahí se dio cuenta que había ido más temprano que la última vez y
entonces se alivió, fue al baño a lavarse la cara y volvió a su lugar, pero
cuando quiso sentarse encontró otro culo posado en su asiento. Se trataba de
una hembra única, de pelo negro y vivo, ojos profundos como océanos salvajes e
inquietos, la piel morena como un tatuaje místico y una boca que parecía arder
como la sal en la carne viva. Naturalmente se sentía intimidado por el aura de
esa mujer. Todos la miraban y fueron muchos los que se acercaron a cortejarla,
pero ella los rechazaba de una manera que dejaba atrás toda esperanza para los
vulgares homo sapiens que la rodeaban. Así todos se fueron alejando de ella y
buscaron otros paraísos en donde refugiarse, pero aquel oasis era un sueño en
sí mismo y él buscaba eso, no le importaba perder, entonces arriesgó.
Con astucia nunca antes practicada, se acercó palabra a palabra a
aquella mujer perfecta. Cada verbo, cada adjetivo y cada una de sus miradas
eran una caricia sutil en el cuero de esa india que respondía con frases cortas
y eficaces, tan sutiles como potentes pero siempre dando lugar a los disparos
que él se encargaba de mejorar a cada instante. Nunca tuvo que ser tan cauteloso,
tan metódico y despiadado al mismo tiempo, esta vez no había margen de error,
todo tenía que ser perfecto.
- ¿Entonces? -dijo Luis apurando al fin la cuestión.
- No sé... sinceramente no lo sé -decía ella esquivando el cruce de
miradas. Y sus ojos verdes parecían estallar de belleza, casi que eran dos
luces más en aquel salón tremendo.
Ni la belleza de París, ni el misterio de Berlín podían asemejarse a
lo que emanaba ella. El sueño de los perdedores, la codicia de los afortunados,
ella era todo, una india sureña con unos pies que podrían flotar, una carne de
barro puro moldeado para la perfección más perfecta, esa que solo se logra con
la imperfección sutil. Los dos se ponían de pie y salían del lugar lentamente.
- Te olvidas de pagarme los últimos tragos. -gritó el gordo de la
barra cuando lo vio irse.
Luis volvió y le dejó el dinero junto a una propina exagerada.
- Me hiciste caso... Pero ¿en qué momento hablaste con el chino?
- ¿Es una mina del chino? No me dijo nada...
- Entonces tené cuidado, mirá que al tipo no le gusta un carajo que no
lo consulten.
Luis no hizo caso y salió junto a la mujer a la que todos seguían
mirando. Antes de salir, buscó entre la gente al chino, al verlo sentado en una
mesa se sintió confiado y al fin salió. Afuera lo esperaban dos soldados
enviados por el chino para partirle la cara. No volvería a ver a su india por
un largo tiempo.
- ¿Qué te pasó en la cara, Luis?
- Me afanaron.
- ¡Pero qué te hicieron! Tenés la cara destruida.
- Se cura, no te hagas problema.
Y las heridas se curan, llevan un tiempo, causan un mal dormir y
ciertas dificultades, sin contar las preguntas redundantes de los demás. Pero
lo que más le dolía a Luis era pensar que no volvería a verla de nuevo y sentir
que todo había sido un error. Comenzó a cuestionarse por qué no trató de salvar
su matrimonio en vez de irse a un club como un pendejo lujurioso y así se fue
comiendo la cabeza él solo, igual que un adolescente que no sabe qué hacer con
su vida. Le daba miedo todo, porque ahora tendría que volver a jugar con su
hermano y soportar el engaño de su esposa sin poder hacer nada. Ya no esperaba
los viernes a la noche para escaparse de la rutina, sino que solo podía pensar
en movimientos de fichas iguales en un tablero menos complejo que su cabeza.
Y volver al lugar de siempre le significaba darse la cabeza contra la
pared. El solo hecho de saber que allí había navegado el encanto de esa mujer,
que la oportunidad de amarla, de hacer lo más puro del mundo, que según su
filosofía era hacer el amor con una india, y aunque esta india fuera una mezcla
de razas, sangre indígena y europea, era la dama de sus sueños, esa que con
solo haberla visto una vez le robó el corazón, la cabeza y todo lo que alguien
pueda perder por amor. Su aliento, su voz, el perfume de sus cabellos y la
suave piel, eran talismanes para este desafortunado. Y el maldito chino, que
tampoco era tan chino, impidiéndoles unirse. Tal vez ella estuviera con otro
hombre, uno que le había pagado y no la sentía como él podía sentirla, una
escoria más. India, si te pudiera ver, pensó. Y allí estaba, sentado frente a
su Mario, tablero de por medio. Reír o matarse, no importaba más nada. Sacó
dinero del bolsillo y lo dejó en la mesa.
- ¿Vamos a apostar? -dijo su hermano.
- Anda vos, búscala y después que se venga conmigo.
- ¿A la mina? ¡Pero ni loco!
- Dale, hacerme el favor, no tenés que hacer nada. La buscas a ella,
no la podés confundir porque es totalmente diferente a las demás, si está ahí,
entonces busca al de la barra y le preguntas por el chino, a ese le preguntas por ella y te va a pedir
guita... Con esto te alcanza, dale.
- No voy a hacer eso, ni loco lo hago.
- Si me dejas así me muero esta misma noche, necesito verla; si entro
ahí y me ven, me van a matar.
Al final su hermano aceptó de mala gana. No importaba, que se maten
todos, Luis tendría al fin una oportunidad.
Mario entró al club y enseguida sus sentidos se excitaron por el ambiente
asfixiante de allí adentro. Era un sitio al que él no estaba acostumbrado, por
eso sentía una especie de sudor frío causado por la vergüenza. Entonces la vio
y si no fuera porque su hermano le había dicho tantas cosas de ella, inclusive
que sentía haberse enamorado, él también se hubiese rendido a los pies de ella.
Estaba ahí, sentada con los ojos fingiendo miradas, la blusa blanca y una falda
de cuero tan salvaje como sus exquisitos rasgos. Se sentó cerca y le pidió una
cerveza al gordo de la barra.
- ¿Y ella? -inquirió Mario señalando levemente con la mirada a la
india.
- Esa labura. -respondió el gordo.
- ¿Es de acá?
- Sí, todas las putas son de acá, sino no las dejamos laburar. Pero
tenés que hablar con el chino. La otra noche un flaco se quiso hacer el vivo y
lo cagaron a trompadas. Anda, dale, habrá con él.
Se acercó disimulando la repulsión que le causaba la situación que
estaba viviendo y alimentando. Le preguntó al chino "cuánto". Y
después de dejar el dinero se acercó a ella tratando de que el de la barra no
escuchase nada. Salieron juntos y subieron a su auto, en donde los esperaba
Luis.
- Mara... Hola, Mara.
- ¿Luis?
- Sí, soy yo...
- Te ruego que me perdones por lo de la otra vez. No pensé en lo que
podía llegar a pasar.
Mario salió del auto dejándolos a solas para que hiciesen lo que
quisieran, no sin antes asegurarse que no hubiera ningún espía, según las
indicaciones de la mujer. Luis y Mara viajaron un rato hasta llegar a un hotel
y allí pasaron la noche juntos. Una velada que, aunque se relatara cada
segundo, cada movimiento, las palabras no podrían alcanzar nunca el grado de
placer, encanto y felicidad que los dos experimentaron. Todos los viernes
hicieron el mismo plan, siempre contando y abusando de la compasión de Mario.
Al tiempo de este romance le cayó la cara de la verdad; siempre tan
dolorosa pero justa que tratamos de evitarla todo el tiempo. Si pudiéramos
vivir en un sueño de seguro que pasaríamos todo ese tiempo rezando para no
despertar, puesto que la verdad es la verdad, lo que vemos y lo que pensamos.
Por la cabeza de este hombre pasaban tantas cosas que realmente no había una
verdad cierta, lo que sí podía notarse era que sus fantasías no cuadraban en la
rutina, que su esposa estaba cansada de él y a su vez, Luis se cansaba de sí
mismo. Pero nunca de ella, de la india. Y ese amor, tal vez amor, tal vez
capricho, le había nacido de manera sublime y arrasadora. Cualquier sujeto que
no tuviera un candado en la garganta, como sí lo tenía Mario, le hubiese dicho
que abandonara todo, le hubieran aconsejado el divorcio, pero nunca meterse en
algo tan complicado, y que ya había jurado amar a su esposa, no a esta india
del club nocturno. A estas cosas, que
siempre pensaba ensayando conversaciones imaginarias con personas que
desconocían el caso, él respondía con un pensamiento el cual no sabía si era
propio o producto del enamoramiento: A veces -decía Luis en sus soliloquios-
uno ama a quien tiene más a mano, dado que necesitamos amar, sentirnos
confiados y acompañados, aunque nos estemos engañando conscientemente. Los que
somos de complicar las cosas buscamos al amor ideal. Y esto no siempre resulta
bien, es decir, Luis sabía que aquella aventura estaba próxima a llegar a su
fin, pero ¿qué se pierde con vivir la vida como queremos vivirla? Acaso nunca
se dan oportunidades tan deliciosas como para andar derrochando momentos como
si el reloj nos esperara hasta que dejemos de tambalear. No, Luis no era un
necio, solamente estaba enamorado, más bien, quería sentirse vivo al menos una
temporada. En uno de esos encuentros casuales con su ángel prohibido, tuvieron
una conversación bastante animada en la que hasta se atrevieron a cambiar
palabras llenas de ternura juvenil y ninguno de los dos sabía hasta qué punto
el otro estaría creyendo, tampoco cuánta mentira inocente salía de la boca del
otro y, lo que es peor, de la propia. Sin embargo lo dijeron ¿qué son las
palabras, más que los símbolos de los sentimientos? En todo caso los
sentimientos pueden ser tan efímeros como la existencia, pero no por eso
falsos.
- Alquilame un cuarto, uno chiquito, lejos de acá. -le pedía ella con
esa voz que parecía descender de una montaña.
- ¿Será nuestro escondite?
- Será nuestro lugar.
Fue lugar, escondite, templo e infierno al mismo tiempo. Ya no
esperaban a los viernes, ya no usaban al hermano para llevar a cabo sus
fantasías, sino que tenían un lugar y no estaban obligados a amarse cada vez
que se veían. Los días parecían llenos de encanto y la vida diaria pasaba como
si nada, Luis no se daba cuenta de que todos a su alrededor percibían algo. El
pobre estaba tan endulzado que solo miraba a sus recuerdos. Mas una tarde, su
esposa lo increpó en medio de la sala:
- Hace dos meses que estás trayendo menos plata... Estamos endeudados
y pareciera que no te das cuenta de nada.
- Es Mario, tiene problemas y me pidió prestado. Le paso algo por mes,
no es mucho.
- No es mucho me decís, no es mucho... -repetía y vacilaba al mismo
tiempo.- ¿Te pensas que hago magia yo?
Él sabía bien de las aventuras de su esposa, también sabía que el
amante le pedía dinero algunas veces y que hasta le habían sacado algo de ropa
porque el muy desgraciado andaba en harapos. Pero nada, el precio de la india
era el más alto y no importaba nada en absoluto. Sus dos hijos, hacía mucho que
ni siquiera les hablaba, pero a decir verdad tampoco le importaban en este
momento. Todo su mundo, su amor y su dinero se iban con la india y así también se perderían sus
ilusiones.
El plan de la mujer era demasiado simple, tanto que se hacía complejo:
Robarían el auto de Luis, su amante conocía un desarmadero que le pagaría buen
dinero por el automóvil. Pero el plan trajo consecuencias trágicas que no se
pudieron enmendar jamás. Y aunque Luis estaba a punto de vender el auto a
escondidas de la esposa (seguramente también planeaba decir que sufrió un
robo), esta le ganó de mano y no solo en eso, sino también en poner en
evidencia el engaño. Resultó ser que el amante se las ingenió para entrar al
vehículo durante la noche. Antes de ponerlo en marcha realizó una requisa para
verificar si había algo de valor que se pudiera vender también y en eso fue que
encontró el anillo de plata que la primera mujer del club había perdido en el
auto de Luis. Estaba metido en la guantera y cubierto con unos folletos, todo
para que pasase desapercibido, aunque no fue así. De este modo, los dos
estuvieron de acuerdo en que lo mejor sería poner en evidencia a Luis, pedirle
el divorcio y así sacarle dinero, además de echarlo de la casa. Y así sucedió,
aunque el anillo no fuese de su amor prohibido y sí pertenecía a una aventura
de paso, no había nada qué decir. Luis estaba fuera de juego.
Con los gastos de la manutención para los hijos, los abogados y los
trámites de divorcio, Luis estaba ajustadísimo con las cuentas, motivo por el
cual era imperante prescindir del cuarto que alquilaba para su amante. Esta
última tuvo que volver a los aposentos del chino, quien le prohibió volver a
acercarse a Luis, amenaza de por medio. Y es así como se termina una ilusión, o
tal vez varias al mismo tiempo.
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