Se llamaba así, pero nunca dijo su nombre a nadie. ¿Se llamaba así? No lo
sé. Su casa, un templo laico. Las paredes formaban un espacio tan enigmático
como imperfecto, que, en su inapropiada forma, era suficiente y perfecta, en
fin, encantadora.
A la primera pared le correspondía un cuadro, una imagen, no sé cómo
decirlo en realidad. Retrataba a una mujer joven, sentada de frente, desnuda y
con la cabeza agachada. Su negro cabello era lo que el artista le dio como
rostro.
- La he colgado ahí -me decía mirando el cuadro, siempre pensativo y con
mirada contemplativa- porque quiero verle los ojos... es lo que espero del
futuro.
- ¿La conoces? -pregunté curioso y entusiasmado.
- Es ella... es ella y tiene ese
encanto que busqué siempre en... -se detuvo, prefirió guardarse un secreto, uno
más.
Ofreció café y sin dejarme dar una respuesta corrió, casi desapareció
flotando de la sala. Al rato volvió con dos tazas humeantes. Imaginé que habría
estado esperándome desde mucho antes de la hora pactada de la cita. Luego tomó
asiento y me miró soñador, parecía estar esperando que le diga algo. Solamente
le agradecí por el café. Su puso a fumar y entonces le cambiaba el semblante:
tenía, ahora, ante mí, a un hombre meditabundo, mucho más que antes. Esa droga
que tanto lo calmaba en el acto, pero que lo accionaba más tarde. Sujetaba su
sien izquierda con la palma de la mano y apenas parpadeaba.
- Voy a decirte algo, pero debe quedar entre nosotros, más bien, no debe
salir nunca de esta casa, ni siquiera lo menciones ante mí, si es que nos
entrevistamos fuera de este lugar -me dijo, casi suplicándome silencio.
- Te escucho.
- He matado a una mariposa... sí, la asesiné brutalmente. Y no funcionó,
sigo aquí...
Me asombraba lo fatuo de su confesión, mas no lo podía imaginar cometiendo
tal acto. Ni siquiera podría pensar en que alguien asesinara a una mariposa;
pero ahora, ante la evidencia de que aquello era posible, reflexionaba ante la
imagen del hecho y sus consecuencias.
- Dices que <<no funcionó>> ¿A qué te refieres?
- Creí que así tendría su belleza, mas no era eso lo que me preocupaba;
sino, su libertad.
- Eso no es posible, eso es...
- ¡Sí que lo es! -gritó, aunque conservando aun la calma- Solamente la
muerte de una mariposa libera la mana del universo, la belleza real; nada las
supera, es... ¡Oh, Dios me entienda, sí, él lo comprenderá bien! Al fin y al
cabo, es su creación y nosotros... oh, nosotros... ¿qué somos nosotros?
Nunca antes me había nombrado a Dios, al parecer, ya no era el mismo, es
decir, no pensaba igual.
- Dejémos eso de lado, ha sido un error tuyo y...
- ¡Mío! ¡¿Dices que el error fue mío?!
Pero si yo he actuado según la verdad, cometí un asesinato, sí, ya lo confieso,
pero nunca -la palabra "nunca" la dijo con un tono sombrío y
demencial- lo hice con malicia. Soy un hombre bueno, un alma sensible, bien lo
sabes tú. Me calumniaron, se cansaron de mí y ahora estoy como recluido en
estas paredes abstractas.
Se detuvo de inmediato. Parecía haber visto un fantasma. Luego volvió su
mirada hacia mí con la serenidad del principio y encendió otro cigarro.
- Espero que me disculpes... es muy difícil superar lo que me sucede en
este momento.
Al cabo de unos cuantos minutos más me despedí de él, no sin antes
prometerle una pronta visita. Me fui caminando con el cuerpo, pero mi mente se
elevaba, cada vez que visitaba al poeta olvidado, mi mente daba algunas vueltas
por el cielo.
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