Lucía
soplaba burbujas de jabón con un alambrecito enroscado que su mamá le armó. Su
mamá era mi hermana, Lucía también. Le puso su propio nombre porque su marido
la abandonó y entonces dijo: <<De este ni el apellido, y para que sepa
que es mía -sí, así dijo:"mía"- le pongo hasta mi nombre>>.
Pero lejos del rencor de su madre, Lucía era encantadora y risueña. Me pedía
crayones y caramelos y me decía que los caramelos del papel eran los crayones y
que por eso ella solo dibujaba manchas, <<porque es como cuando te
manchas los dientes, ¿sabés?>>. Pero la terapeuta nos dijo que los
dibujos de las manchas eran una representación de sus problemas, que Lucía
necesitaba estar vigilada. Yo creo que los terapeutas hablan demasiado en
ciertas ocasiones y que los niños solo necesitan amor y juegos, pero bueno, me
había equivocado, porque Lucía había comenzado a pintar solo manchones negros
sobre el papel y estaba cada vez más tímida. Le pregunté qué le pasaba, pero
ella no decía nada. Más tarde me enteré que la pequeña había visto a su madre
desmayada en el baño luego de haberse tomado no sé cuántas pastillas de un
frasco. Lucía me lo había ocultado, pero una noche se quebró y debilitada me lo
confesó entre llantos e insultos que, imaginé, eran para su antiguo marido.
Recuerdo
cuando éramos más chicos y Lucía me cuidaba a mí. Ella es mi hermana mayor,
tiene cuatro años más que yo, y siempre me llevaba a andar en bicicleta o me
compraba caramelos. Con el tiempo se fue alejando de mí, pero ahora ha vuelto
porque me necesita, y yo siento que, de algún modo, le estoy pagando todo ese
amor que me dió cuando niños. A veces me gusta sentarme y fantasear con que si
tal vez Lucía no hubiera cambiado los dulces por los cigarrillos, los dos
hubiésemos sido niños toda la vida y nada hubiera cambiado. Daría todo por
volver a esas épocas y disfrutar una tarde de invierno de los dos juntos
jugando al Mario Bross. Ahora tabaco y píldoras para la depresión, píldoras
para dormir... píldoras para soñar, qué pena que no hayan de esas.
<<¿Vas
a seguir a esa burbuja?>>, le pregunto a Lucía que me mira y se ríe
porque ahora soy yo el que sopla el jabón. Hace como que lo piensa y entonces
corre por la sala para atraparla <<¡Tío, la burbuja se rompió!>>,
dice riéndose. <<¿En dónde está mamá?>>. Trato de distraerla, qué
mal que ya no pueda jugar al Mario Bross, aunque no sé si le gustaría a esta
Lucía tanto como a la otra. Vamos a dar un paseo. La subo a mis hombros y corro
entre unos niños, ella se ríe, se ríe con ganas; es la reina del lugar, todos
la miran y ella es la niña más hermosa. Si mi hermana no se hubiera vaciado
nuevamente los antidepresivos la noche anterior, esta tarde no estaría
internada y podría ver a su hija reír ¿por qué nunca le prestaría atención? La
quería mucho, pero estaba tan metida en sus problemas que ignoraba la belleza
de su pequeña. Es hora de regresar. La recuesto en su cama y la arropo con su
frazadita de estampado de luciérnagas. Duerme que da placer verla, es una
verdadera luz esa niña.
Suena el
teléfono, es alguien del hospital: mi hermana ha muerto. Digo que pasaré al día
siguiente. Siento un gran dolor, un terrible dolor. Vuelvo a ver a la niña y
pienso en que tal vez la suerte haya sido injusta con mi hermana, que yo debería
haber sido el mayor y no ella, porque así habría podido protegerla a tiempo.
Sinceramente no soporto el dolor y se me caen algunas lágrimas, luego otras,
etcétera... la vida es como un gran etcétera. No sé cómo se lo diré a Lucía,
quien sigue dormida y sus cabellos rubios enrulados parecen flotar sobre la
almohada. La vida le había quitado a su madre muy temprano, pero me había dado
a mí una nueva oportunidad de cuidar a Lucía.
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