martes, 5 de agosto de 2014

Mario Bross... La historia de las dos mujeres de nombre Lucía

Lucía soplaba burbujas de jabón con un alambrecito enroscado que su mamá le armó. Su mamá era mi hermana, Lucía también. Le puso su propio nombre porque su marido la abandonó y entonces dijo: <<De este ni el apellido, y para que sepa que es mía -sí, así dijo:"mía"- le pongo hasta mi nombre>>. Pero lejos del rencor de su madre, Lucía era encantadora y risueña. Me pedía crayones y caramelos y me decía que los caramelos del papel eran los crayones y que por eso ella solo dibujaba manchas, <<porque es como cuando te manchas los dientes, ¿sabés?>>. Pero la terapeuta nos dijo que los dibujos de las manchas eran una representación de sus problemas, que Lucía necesitaba estar vigilada. Yo creo que los terapeutas hablan demasiado en ciertas ocasiones y que los niños solo necesitan amor y juegos, pero bueno, me había equivocado, porque Lucía había comenzado a pintar solo manchones negros sobre el papel y estaba cada vez más tímida. Le pregunté qué le pasaba, pero ella no decía nada. Más tarde me enteré que la pequeña había visto a su madre desmayada en el baño luego de haberse tomado no sé cuántas pastillas de un frasco. Lucía me lo había ocultado, pero una noche se quebró y debilitada me lo confesó entre llantos e insultos que, imaginé, eran para su antiguo marido.
Recuerdo cuando éramos más chicos y Lucía me cuidaba a mí. Ella es mi hermana mayor, tiene cuatro años más que yo, y siempre me llevaba a andar en bicicleta o me compraba caramelos. Con el tiempo se fue alejando de mí, pero ahora ha vuelto porque me necesita, y yo siento que, de algún modo, le estoy pagando todo ese amor que me dió cuando niños. A veces me gusta sentarme y fantasear con que si tal vez Lucía no hubiera cambiado los dulces por los cigarrillos, los dos hubiésemos sido niños toda la vida y nada hubiera cambiado. Daría todo por volver a esas épocas y disfrutar una tarde de invierno de los dos juntos jugando al Mario Bross. Ahora tabaco y píldoras para la depresión, píldoras para dormir... píldoras para soñar, qué pena que no hayan de esas.
<<¿Vas a seguir a esa burbuja?>>, le pregunto a Lucía que me mira y se ríe porque ahora soy yo el que sopla el jabón. Hace como que lo piensa y entonces corre por la sala para atraparla <<¡Tío, la burbuja se rompió!>>, dice riéndose. <<¿En dónde está mamá?>>. Trato de distraerla, qué mal que ya no pueda jugar al Mario Bross, aunque no sé si le gustaría a esta Lucía tanto como a la otra. Vamos a dar un paseo. La subo a mis hombros y corro entre unos niños, ella se ríe, se ríe con ganas; es la reina del lugar, todos la miran y ella es la niña más hermosa. Si mi hermana no se hubiera vaciado nuevamente los antidepresivos la noche anterior, esta tarde no estaría internada y podría ver a su hija reír ¿por qué nunca le prestaría atención? La quería mucho, pero estaba tan metida en sus problemas que ignoraba la belleza de su pequeña. Es hora de regresar. La recuesto en su cama y la arropo con su frazadita de estampado de luciérnagas. Duerme que da placer verla, es una verdadera luz esa niña.
Suena el teléfono, es alguien del hospital: mi hermana ha muerto. Digo que pasaré al día siguiente. Siento un gran dolor, un terrible dolor. Vuelvo a ver a la niña y pienso en que tal vez la suerte haya sido injusta con mi hermana, que yo debería haber sido el mayor y no ella, porque así habría podido protegerla a tiempo. Sinceramente no soporto el dolor y se me caen algunas lágrimas, luego otras, etcétera... la vida es como un gran etcétera. No sé cómo se lo diré a Lucía, quien sigue dormida y sus cabellos rubios enrulados parecen flotar sobre la almohada. La vida le había quitado a su madre muy temprano, pero me había dado a mí una nueva oportunidad de cuidar a Lucía.

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