Tenía
los mejores ojos del planeta y una voz exótica, deseable, tanto más porque no
la usaba muy a menudo. Me dijo que estaba cansada de todos y yo creí que sentía
lo mismo que yo. En sus fiestas no habían invitados, según ella me dijo, pero
yo podía ir a verla si así lo deseaba alguna vez. No cumplía años, en realidad
sí lo hacía, pero nadie sabía la fecha.
Una
vez nos escapamos del mundo, es decir, fuimos a una laguna y no había nadie más
allí, solo nosotros, lo cual era lo más parecido a la idea de escapar del
mundo. Ella soñaba con tener alas de insecto, decía que no le molestaría correr
la misma suerte de Gregorio Samsa. Me dolía escuchar esas cosas, más que nada
porque podía percibir en ella un alma dulce y sensible. Era delgada, de cabello
corto, con una nobleza inmaculada y su aura azul-celeste. Esa tarde en la
laguna nos la pasamos acostados sobre el césped y hablamos bastante, fue la
primera vez que ella hablaba tanto. Pero, en fin, no me dijo mucho. No la
culpo, hay tantas cosas sonando por todos lados que un poco de silencio suele
ser luz o algo así. Lo que más recuerdo son sus palabras al describirme su
impresión sobre mí: "Parece que hablaras en blanco y negro", me dijo,
y no creo haber entendido la idea por completo, sin embargo eso nos dio pie
para seguir conversando.
Al
final de la tarde, cuando estaba a punto de oscurecer por completo, le pregunté
cómo hacía para soportar al mundo, siendo que me había confesado aquello sobre
las alas de insecto, Samsa y esas cosas. Su respuesta fue extraña, mas viniendo
de ella fue fácil aceptarla: "Grito a los muros", me dijo.
Por
algún motivo dejamos de vernos. No habían rencores ni nada por el estilo,
simplemente sucedió así. Una noche, solo en mi casa, solo en mi mundo, solo
solo, quise intentarlo, quise gritarle a los muros y fue grato lo que obtuve: a
mi pregunta, fue su voz la que me respondió.
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