Pidió
Coca Cola, la muy desvergonzada se sentó ahí, en medio del bar, y se pidió una Coke. Y entre las voces melodramáticas
de los rockeros de otras épocas que sonaban a beat, no solo por sus guitarras, sino, también, por sus letras, él
estaba alejado de aquel cuerpo esbelto, joven y moreno. Sus ojos centelleaban,
no de furia, sino de presunta ingenuidad, acaso por perseguir a un tipo, a
alguien como él que, aun siendo un simple ser, indiferente ante las miradas de
los demás y con ambiciones improbables e imperdonables, le llamaba la atención.
Decir que era hermosa sería mentir, pues ella era... ¡Ay! si existiera la
palabra que pudiera definirla; tenía un encanto juvenil que iba más allá de las
demás, una gracia que era, incluso, torpe, pero una escencia de mujer tan
arraigada que cualquier hombre caería rendido a sus pies, claro, cualquier
hombre que no tuviera la avidez a flor de piel, pues para admirarla como se
debe, uno no puede menos que dejarse llevar por el viento, beber del néctar de
las flores, masticar una nube y meditar bajo un nogal hasta que este dé sus
frutos tres veces... sí, así es el proceso por el que se debe pasar.
En
fin, ella estaba ahí, la botellita de vidrio mojada y el vaso por la mitad; él
apostó a que no se tomaría ni siquiera la mitad, lo llenaba de ternura saber
que había usado el dinero de mamá para comprar esa botella al elevado precio
que la vendían en el bar con el solo propósito de verlo. Se levantó, caminó
hacia la mesa que la jovencita ocupaba, hizo un leve movimiento amagando a
sentarse junto a ella, mas la eludió, siguió de largo, no le daría el gusto de
verlo rendido. Así era la historia
entre ellos dos: miradas al pasar, miradas volteándose el uno y el otro luego
de haberse cruzado por la calle, miradas en el autobus, miradas en el bar...
miradas, nada más que eso. Y uno debia tomar la iniciativa que, según ciertas
tradiciones, pertenece al caballero, mas no, nada de eso, era como si ambos se
hubieran resignado, por así decirlo, a que todo quedara así, como dos
principiantes que le temen al otro sexo. Y pasaban de la mano de otros amores,
incluso se cruzaban acompañados cada uno por personas con las que tenían, al
parecer, vínculos fuertes, con vistas al futuro, pero no podían, más bien no
querían, dejar de mirarse. Imagino, cuando pienso en ellos dos, que tal vez
dejaban todo para otro momento, no otra vida, no la vejez que, siendo ellos tan
jovenes, la consideraban punto menos que como la misma muerte, sino para un
futuro incierto. Los ojos, esos ojos tan claros de ella, tan perrunos de él,
eran también labios con los que se hubieran querido besar en cada mirada; eran
manos con las que se deseaban acariciar cada vez que sus caminos se encontraban.
Pobres, pobres silenciosos; desdichados temerosos que no decían nunca nada. Y
ella lo había seguido hasta el bar, lo vió pedirse una cerveza y de algún modo
lo acompañó aquella tarde agonizante pidiendo una Coca Cola a elevado precio.
Deduzco,
fantaseo con que quizás era un juego, algo que ellos sabían bien, en el que
solo podían permitirse el contacto visual. Tal vez sea porque hayan sido muy
inteligentes, muy precabidos o muy temerosos o, tal vez, porque no querían
perder la ilusión que tan poco tiempo dura. Claro, porque él bien podría
haberse acercado con toda su valentía, declararle algunas travesuras y hacerla
sonrojar, mientras que ella, sin dejarse embrollar, hubiese podido seducirlo,
hacerlo sudar con solo rozarlo con sus manos en el autobús, entonces así
animarlo a soltar alguna palabra. Pero solo quisieron que sea así, que todo
quedase en las miradas del uno y del otro, quizá sea más divertido, habría que
probar qué se siente.
No
tomarían el mismo tren, no se aprenderían los horarios del otro, nunca
intentarían buscar conocidos en común ni ver hacia dónde van cuando se cruzan;
solo esa vez, solo aquel pequeño desliz de ella que lo vió entrar al bar y no
aguantó, entonces también cruzó la puerta.
Me
gustaría no dejar al lector con la desabrida impresión que ha de estar
sintiendo ahora, pues se me antoja pensar que esperaba un desenlace romántico o
trágico en el que uno de los dos rompe con el silencio, se lanza a los brazos
del otro poniéndose al desnudo y diciéndo algo así como: <<¡Te estoy esperando,
amor mío, ya dejémonos de misterios y unámonos los dos!>> o algo por el
estilo, pero la cosa no sucedió así, ninguno de ellos habló jamás, supongo que
esperarán otro tiempo, aunque puede que también no. Tal vez Elvis no haya
muerto, tal vez el hombre jamás ha pisado la luna, tal vez ellos no hubieran
durado más de dos meses y seis días... tal vez por eso prefirieron guardar el
misterio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario