jueves, 28 de noviembre de 2013

Sin escala


Sin escala







Abrí el grifo y dejé correr el agua como en una tormenta espectacular. No sabía, por ese entonces, en dónde estaba mi mente, no tenía noción de mi cuerpo ni de nada. Dejé correr el grifo, ya lo dije, y me quedé ahí, de cuclillas, contemplándolo en silencio. Fui a la calle, a donde viven los que escapan de todo o de algo, al menos de una sola cosa deben escapar. Mi mente se nublaba de espacios, se llenaba de símil alegría. Sangre seca en los anaqueles, sonidos de un espacial viaje. La ruta acompañada del placer eterno y yo allí, sin saber nada de mí.


Me detuve frente a una puerta ¿Quién viviría allí? Golpeé una, dos, tres veces: Nada. La miré fijo, los demás estaban con las nuevas ideas del mentalismo, yo no podía siquiera saber en dónde me encontraba. La puerta marrón se abrió de repente: Un viejo de piel seca y semi roído por el espacio – tiempo me observaba con la mirada recorriendo mi cuerpo actual. Lo miré, apenas podía creer que la puerta al fin se abriera, que existiera algo más allá de eso. Decidí darme la vuelta y marcharme. Una voz, otra más, luces destellantes sobre mi espalda; me quedé quieto como una piedra y me pregunté por qué las piedras están en donde están. La boca del viejo se abría como una fosa eterna, me desesperé y metí mi puño en ella, mientras tanto, todo se fundía en delicioso caos experimental. Los cerrojos vacíos eran una especie de augurio que yo había visto en sueños viejos, no quería recordarlos. <<Sal de aquí>> dijo el viejo con la voz temblorosa, yo me desarmé en un millón de partes, cada uno de mis átomos comenzó a arder de miedo o algo parecido. La bocaza se fue cerrando despacio hasta desaparecer entre la piel antigua.


Old Money, la chica de mis sueños, ella también estaba con eso del mentalismo. La invité a salir pero me encerró en su cuarto y entonces hicimos el amor como dos condenados a muerte. No recuerdo casi nada excepto el vai ven de sus piernas suaves. Se contorneaba en una danza sub acuática y yo, al fin, sentía que era un cardumen de esperanzas. Me detuve justo a tiempo, su millonario esposo llegó y ella se asustó un poco, apenas podía ponerse nuevamente su vestido. Me escondí en el baño y abrí el grifo, no podía dejar de hacerlo cada vez que veía uno. <<Querida ¿Qué es ese sonido?>> se escuchaba la voz de su marido como en un tono similar al del viejo, ¿Sería él? Quise salir, pero el grifo se quedaría solo y entonces yo no podría detenerlo, no podría verlo correr, no podría descubrir quién era yo. Las voces de los cielos se manifestaron en sus jadeos, él le estaba haciendo el amor nuevamente, ella solo estaba fingiendo, muchas veces me dijo que me amaba a mí. Mentira, ella no me amaba para nada y yo tampoco a ella, pero todos solemos jugar a eso de declararnos amores de nylon. Necesitaba salir, temía que el agua que corría se llevara mi cuerpo, que era lo único que me quedaba. Mi corazón de lanzallamas hacía arder todo mi interior y yo lo sabía más que nadie. En realidad nunca me había fijado en eso.


Minimalismo, debería haberlo aplicado cuando no lo hice y viceversa, todo esto podría resumirse a un sentimiento: Estoy solo, estoy perdido, no sé quién soy ¿Cómo se le llama a eso? Entonces sentía que volaba sobre una mariposa, acaso nunca fui gigante, nada de eso. Le arranqué las escamas, se prendió fuego y caía en picada, yo no quería detenerla. Me ví encerrado en su capullo por un largo tiempo, ya casi no podía respirar así que me dormí; al despertar lo único que vi fue a un horrible gusano que se tragaba una hoja de mi jardín - “Estoy en casa”- pensé. Pero ahora era demasiado pequeño y tenía hambre, mucho hambre. Me dejé caer y corrí hacia la entrada, cada paso que daba me volvía más y más gigante, pensé que estaba creciendo, que volvería a mi tamaño natural, pero luego de volver a mi estatura antigua, seguí creciendo y me vi en plena pelea con un escuadrón de hombrecitos que me disparaban directamente al pecho. Suerte que mi corazón era de acero por ese entonces.


Con cada disparo que me daban, yo me iba haciendo más y más pequeño. Tuve la idea de correr desesperadamente hasta algún lugar, qué importaba, y llegué a otra puerta. Esta vez la tiré abajo, podía pasar pero tuve que agacharme bastante. Corrí hacia el baño, me dolía todo el cuerpo, abrí el grifo y, cuando vi mi oportunidad, me trepé hasta la pileta y me dejé llevar por el agua. Aún no sé quién soy.


miércoles, 6 de noviembre de 2013

Y los dias se mostraban salvajes.

El agua de la lluvia escurría en el vidrio de su ventana como la resina de un árbol herido. No veía más allá de aquella realidad remota e indiferente. La voz de Cecilia le llegaba desde la otra habitación.  Lo invitaba a un ritual que él ya no soportaba, que no disfrutaba desde hacía mucho tiempo. Una luz pastosa inundaba el cuarto y las piernas de Cecilia eran un abrazo agotador, pertenecientes al pasado. Ya no la amaba.


La tarde estaba a punto de morir. Leonardo se preguntaba cuántas tardes mueren cada año, se preguntaba, también, qué era un año. Y las respuestas eran desafiantes, inconexas, surrealistas. La luna se iba apostando lentamente, dejando al sol en un sueño; la noche traía un manojo de llaves y monedas en el bolsillo, cigarrillos por la mitad y el espejo de todas las almas solitarias que rondan en el  planeta. Sin darse cuenta cómo y cuándo, Leonardo recordaba el momento en el que había conocido a Julio, su mejor compañía por ese entonces. Decidió ir a verlo, aún siendo tarde y teniendo que volver a casa.


Creo que esto es insoportable, Julio, Cecilia me tiene harto.


Julio lo miraba y lo entendía perfectamente.


Deberías hablar con ella, tiene que entender que te hace mal vivir así, que todos necesitamos comprensión.- Las palabras parecían salirle del pecho. Usaba un tono suave y calmo, aplastado y ligero.


No lo sé… es tan difícil hablar con ella…


Y conversaban, mientras la luna descendía sobre sus cabezas.  En el campo, muy lejos de ellos dos, las ranas estarían croando historias viejas; bajo sus pies, miles de ratas discutían la manera de cómo seguir gobernando al mundo. Mientras tanto, se hacía de noche en la ciudad más triste del mundo. La mesa de roble se había manchado con vino, y había quemaduras de cigarrillos en los bordes, cenizas en el piso. Las palabras brotaban sinceras y se reventaban en el aire espeso de la sala. Las miradas, los sentimientos de afecto mutuo, todo aquello ocurría allí y Cecilia estaría en la cama dando vueltas y vueltas, vociferando insultos a su marido, quien la recordaba, quien no la quería ver.


Su concepto de amor es…- Leonardo no sabía qué decir ¿Habría amor en su mujer?-  Antes, ella, tenía otro humor, me dejaba ser como yo soy- continuaba y su mirada se cristalizaba, se quedaba fija en un punto.- Ahora parece que me utiliza, que…


Silencio matinal, el sol comenzaba a calentar la hierba de aquel lejano campo, la tierra en donde las ranas comenzaban a ocultarse. Julio lo tomó del brazo y lo miró fijo, los rostros de los dos se quedaron quietos. Sentían que eran amigos de toda la vida, desde antes de la vida.


No tenés que volver… -le dijo con el tono más firme de toda la reunión.


Ambos rostros se desvanecieron. La luz entraba tímidamente por la ventana y les daba el mensaje: ES TARDE. Los dos comprendieron que en verdad, era todo muy prematuro.



Era sábado por la mañana, hacía una semana que Leonardo y Cecilia no peleaban. Irían de viaje al Sur, a la casa de unos amigos que se habían mudado del tumulto y la basura de la urbe. Fundido el corazón, el hombre conducía su auto por la ruta en silencio, la mujer miraba por la ventanilla, contemplaba el paisaje cada vez más bello, cada vez más puro. En la radio anunciaban productos nuevos y soluciones magistrales para todo. El silencio se prolongaba a espacios increíbles. Una nube se deshacía en el cielo, viajaba despacio y se rompía lentamente. Tal vez era un suicidio colosal, lleno de poesía, de magia. Y la ruta se iba desvaneciendo y luego crecía y se mezclaba con las ruedas. Ellos dos guardaban silencios verbales, pero en sus cabezas corrían las palabras, se chocaban con los muros de la impotencia y luego se desangraban mortíferamente, como si sus vidas no valieran nada.


Alejandro y Valeria eran constituían un matrimonio joven. Habían tenido a un hijo, Luciano, que contaba ya dos años. El pequeño era el orgullo y la satisfacción de los dos.


Un día, cuando tengan un hijo, van a ver como les cambia la vida, es maravilloso.- decía Valeria, claramente fascinada por su cría. Y Leonardo dibujaba una sonrisa estéril en su rostro deprimido, no quería que tal suceso se diera en su círculo infernal con Cecilia.


La tarde pasó despacio, agónica. Se estaba haciendo de noche. Alejandro preparaba la cena. Leonardo se quedó a su lado y platicaban de cosas banales, sin sentido. No le gustaba nada; antes, Alejandro, solía ser divertido, ahora ya no, o al menos a Leonardo ya no le causaba ninguna gracia. Como cambian las personas. Y en cada palabra vacía, el corazón de Leonardo jugaba una vuelta más y sorteaba una lágrima que él se guardaba para su interior, acaso nunca le había sido fácil llorar. Se adormecía, le pesaban los ojos, quería escapar. Una luz verdosa y tranquila se apostó en su inconsciente y le hizo dar vueltas y vueltas por una especie de laberinto. Cuando despertó, notó que  Alejandro seguía hablando.


…Este trabajo es así: O te pones firme, o te aniquilan…- incluso la voz le había cambiado con el tiempo, era ya otro monigote del mundo, uno más.


Yo me siento tranquilo con lo que hago.- respondió intuitivamente Leonardo.- Mi padre fue relojero y yo sigo con eso, creo que la herencia está viva…


Y tus hijos también lo van a ser.- Y la sonrisa estúpida otra vez.- Los hijos aprenden de ver a uno, Leo; por ejemplo, Luciano, ya me ve llegar y se sienta en el lugar que yo elijo en la mesa.- larga una carcajada de viejo.- ¡Es un fenómeno!.- ¿Sabría el significado de fenómeno?


Yo… bueno, yo no sé si quiero tener hijos.- replicó débilmente.


¡Pero mírala a Cecilia! Está encantada con la idea.


Otra vez Cecilia ¿Y él?


La verdad es que no quiero, al menos por ahora.- Se sentía aliviado por haber reparado la situación, al menos por un tiempo no tendría que volver a tocar el tema.


Es toda una decisión, Leo, es toda una decisión.


Otra vez las frases armadas e inútiles.


Dos días de visita, dos días lejos de sí mismo, perpetuando el asombro de cómo el tiempo puede cambiar a las personas y ¿Por qué? Cambiar para mal, para nada… Se terminaba, volvían a sus vidas, a la rutina de los enojos y los reclamos sin sentido. Amor, que mal me has hecho.


El lecho nupcial como una piedra rosa llena de luces incandescentes, de ceremonias ridículas. El pasado fue mejor en este caso, podría decirse, pero el pasado había sido un engaño. Todas farsas y máscaras por seguir  la vida como se ve en la televisión.


Fue muchas veces a visitar a Julio, a sentirse protegido por esas palabras de aliento y de advertencia. Esas palabras de amigo.


En una ronda de lamentos, el vino, néctar de los desposeídos, era la pólvora para disparar contra la situación, dejar todo atrás. Una lágrima caía de los ojos de Leandro y la mano, con tacto como de pétalo de Julio la secó. Sus labios se rozaron con temor ¡Eso está mal, está mal! Pero los ojos cerrados y la respiración suave. Se besaron y solo la mano de Julio tocó la mejilla de Leandro. Los dos se amaban, se necesitaban, se complementaban. Luego se miraron fijo, ninguno hizo más que eso. Leandro desapareció como una nube de humo en el aire.


Cecilia estaba recostada en un sillón. Los ojos rojos, la mirada fija en la botella. Se sentía sola, no había sabido proteger a aquel hombre que ella quería. Se sintió miserable, débil. Leandro lo advirtió en seguida, ella estaba destruida. Se sentó a su lado y la abrazó, apretándola contra su pecho. Ella quiso besarlo, pero el hombre la evitó. Prefería no volver a besarla.


Dormían ansiosos por despertar y hablarse. Ella le pediría perdón, él le diría adiós.


La noche siguiente, Leandro volvió a ver a Julio. Primero las caricias, luego los dos cuerpos desnudos entre las sábanas. Se sentían felices, eternos, uno al lado del otro. La espalda de Julio era blanca como el resto de su piel. Leandro hizo un movimiento y sus piernas se estremecieron.


martes, 5 de noviembre de 2013

Lo que vos pedís es morir cabalgando en un corcel de porcelana

Te diste un tiempo para parar, ron glop
armando filas equinas de la última, son dos
Fundido a Negro.

Lo que te pasó fue que te comieron la frente
y miraste a un costado para gritar nauseabundo

Y asi, igual, lo que vos querías era morir cabalgando en un corcel de porcelana

Tinta y 'mocha', reducido a nada; los ojos de la bestia se comieron tus señales.
Luna sacra, pavimento...
Y lo que vos deseabas era morir cabalgando en un corcel de porcelana
Fundido a Negro.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Perra

Un cielo crepuscular, la armonía de saber que siempre puede volver a amanecer, de que siempre existirán las rosas y los demás colores. Las nubes de aceite sobre la pantalla a la que llamamos cielo, esa materia inexacta, desconocida para nosotros. Y todos queremos volar, para convertirnos en gaviotas, mas no somos otra cosa que seres terrestres e inventamos aviones y cometas para llegar a tocar a Febo, no sabemos si es verdadera esa teoría de que el fuego quema.


El cigarrillo estaba calado hasta la mitad, la copa vacía y el sueño fuerte, agarrado como una llaga. En su asombro ya se habían vaciado algunas butacas y el espectáculo era siempre el mismo. La ira ya no tenía cabida, no existían fieras más tremendas que los recuerdos, que las anécdotas rotas de esperma histórico. Ella rompía con sus manos los gritos como si fueran almendras sacras, rosas rojas pontiacs. Dejó caer su cuerpo en el sofá, estiró las piernas y dió la última calada al tabaco, la sintió efímera y auténtica. Afuera un gordo volaba oliendo a ron seco y los hijos, sus hijos, lo miraban desde un ventanal. Rotas alfombras de fuego, heridas rotundas de aquellos rostros dramáticos y desfigurados. Podría verse todo desde cualquier lugar, pero el mundo decidía mostrarse ciego como un panóptico coreano. Eliza rompía el reloj una vez más, acaso no podía tolerar que todo pasara por aquellas agujas. Se desnudó y caminó meneando las caderas hacia la ducha, en su interior esto le causaba risa. Un Hollywood permanente de nosotros, eso han hecho los cerdos.


El agua corría sobre sus pechos suaves como flores de loto, sobre su piel rosada y tersa, para humedecer de a poco sus piernas poco comunes y terminar como la nada, a sus pies, como muchos hombres hicieron tantas veces. Suspiró y el escaso sonido se mezclaba con el vapor del agua templada, con el olor a plástico de la cortina ¿Cortinas para qué, si al hablar exponemos mucho más que nuestra desnudez? No sentía dolor en aquel momento, no experimentaba duelos internos. Olía el vino y deseaba dejarlo entrar una vez más; como sangre que fluye, como moneda corriente. En su mente una caravana de peces hambrientos se tragaban a mordidas feroces a otros más débiles, música flotando en el espacio, a veces hermosa, otras misteriosa. Todos los colores se enlazaban en un sin fin de especulaciones y cada comensal podía expresar lo que su gusto necesitase. Venían los mozos: Todos bien vestidos para un festín y se desnudaban sonriendo, alguien los coloca en una fuente de plata y ahí, los demás, se comían los torsos con gula. Ella, la gheisha, estaba sentada en un trono y tocaba el arpa, pero el trono estaba colocado en el patíbulo del espectral escenario, entonces ella se largaba a correr y perdía sus ropas en el camino. Los hombres la miraban, pero más la miraban las demás mujeres; todos deseaban aquella carne dulce, de diferentes formas, todos la buscaban en sus sueños. Despertó.


La cama suave la esperaba y era una cita recurrente, casi obvia por aquellos días. Es común  perder al amor. Entonces se dejó arropar por sus sueños otra vez. Y la noche pasaba como la dulzura del azúcar, tan fuerte y tan cruel. Pero esta vez no soñaría, esta noche se dedicaría al abandono de si misma. Después de todo, una perra es lo que es en este mundo. Los demás comen de la fruta cuando quieren, cuando buscan olvidarse de lo que son en verdad ¿En qué verdad?


El sol jugaba entibiando la hierba como cada mañana de septiembre, días antes de la negra primavera. Días antes de que todos se apareen. Así Eliza amaneció y vió como todo se limpiaba de la putrefacción de antes. Los días se jugaban su oportunidad cada vez que podían, se morían con el nacer de las estrellas, que explotaban para asesinarlos, y se curaban despacio con la luna.


El silencio de la mañana le sentía bien, la animaba bastante. Se arrimó a su vestidor y eligió un vestido con flores rojas estampadas, quería sentirse de colores. Su cuerpo desnudo se iba cubriendo lentamente, ¡Si solo supiera que se ve mejor desnuda! Se guiaba por la luz, ya dije que no usaba relojes, que ella no era absurda. Igualmente calculó el tiempo y se dió cuenta de que le quedaba mucho para ser libre. Quiso salir al aire que nos culmina, al espacio al que le temen los oficinistas y los obreros. Porque la noche es refugio de todos, es el único lugar al que podemos recurrir cuando sabemos demasiado y cuando no sabemos nada, es un club público y privado.


El cemento agrio y espeso no le significaba nada, era solo una senda de los hombres, de los industrializados y los anónimos. Caminó por ahí como si la vida fuera una chance extraña y una anécdota para contar después. Sus pies descalzos andaban y no sufrían heridas de ninguna clase. Respiró despacio y profundo. Vió a los chicos hamacarse y a los perros buscar la sombra; a la sombra protegiendo perros y a las hamacas jugando con los chicos en un vai ven de hermosura. Encendió un cigarrillo y su cuerpo descansaba en un banco de aquel parque una vez más. La brisa cruzaba su pelo negro y sentía respeto de sus ojos marrones, de su mirada intensa. Un ciclo fantástico, un momento para guardar. Si tan solo alguien pudiera amarla de verdad, los dos hubieran sacado fotografías de aquel momento, reirían de cualquier cosa, fumarían cigarrillos entre las flores - ahora ella fumaba sola. - y luego, cuando la noche dé la vuelta de ese viaje circular, los dos irían al lecho de amores y sombras. Circulos.


La puerta de su casa, un solo paso y estaría allí otra vez.


Un libro reposaba en la mesa; la radio andando sola otra vez, sin nadie que la escuchara, igual que a ella, y ahora si: El tiempo.


Humo de tabaco por el aire, mezclado al perfume del licor y las risas falsas de hombres adinerados. Hembras hermanas paseando desnudas con la risa rota pero fijada a sus rostros llenos de dolor. El menú nauseabundo era la única opción, los ojos recorriendo sus hermosas piernas como si fueran mercancía vacuna. El rock and Flor estremecía los muros, el barro en las suelas de las que recién llegaban y aquel demonio gritando tan furioso como ambicioso. Urnas repletas de reclamos y orgasmos sucios de ayer y de hoy. La mesa llena de polvo, el corazó hecho oyín y todo, absolutamente todo, en la ruina de la noche.


Se quedó parada en medio de todo, escuchando voces de todos lados, padeciendo una vez más la prisa, el tiempo, las puñaladas.


Vidrios rotos en derredor, el recuerdo de las hamacas meciéndose tempranas, "Perra" sonaba como en sus sueños. Visiones imperfectas y siniestras. Los ídolos y los caidos, los vacíos espacios de la multitud. Eliza no era Eliza en ese lugar, era La Perra.


Miró su cuerpo y el vestido había sido reemplazado por traje morboso.


El jadeo de un soberano del jarabe retumbaba en sus oidos y su piel se llenaba de saliba lasciva, de ácido corrosivo, de frustración. Ella se movía según la orden de aquel esperpento, según la espada del maldito rey. Cuando había un vacío en la visión del rey cerdo, ella cerraba los ojos, no por placer, sino por pena. Antes de la hora, volvía a ponerse las botas, tomaría un trago y volvería a entrar. Todo en la noche, en la cruel noche de una perra.



NINGUNA MUJER NACE PROSTITUTA. - SIN CLIENTES NO HAY TRATA. DIFUNDE EL MENSAJE.


jueves, 17 de octubre de 2013

Dos Buddhas de fuego y mucha cerveza

Entonces estàban ahì: Martin Cahais y su amigo Abel. Les habìan traìdo ya la cuarta cerveza cuando conversàban de cosas sin sentido, pero sin sentido para el mundo, no para ellos, aunque uno nunca sabe cuando decir "Esto tiene sentido, esto no." Simplemente porque todos somos una especie de neuròticos.

- Despuès de lo que me decìs. - Abel dudaba còmo seguir la frase, siempre le habìa costado dialogar con fluidez, pero ahora con toda esa cerveza en su cabeza, el trabajo le costaba el doble. - Deberìa matarte. Supongo que te das cuenta...
- Y yo supongo que sabès que no me voy a dejar matar asì de simple.

En realidad ninguno sabìa por què Abel amenazaba a Cahais. De pronto Abel gritò: <<!Traiga otra, señorita¡
La camarera se acercò. Tenìa el traje color rosa chicle algo gastado y una cinta le cubrìa las caderas para luego terminar con un moño por detràs. <<¿Ustedes traen para pagar todo esto? - preguntò la chica. - No quiero tener problemas con el dueño.  Cahais soltò su voz como si fuera un trueno de salòn.

- Tengo para pagar todo el local ¿Creès que soy un empleado sin dinero? - En realidad lo era. - ¡Disfrùtelo, señorita!. - Dijo Cahais y dejò en la mesa un rollo de billetes. Al rato la mujer les trajo otra botella.

Ahora los dos hablaban de la iluminaciòn y del Zen. En cierto modo los dos se sentìan una especie de Buddhas Urbanos.
Abel era el menos instruìdo en la materia.
- ¿Cuàl es el sonido de una sola mano que aplaude?. - Querìa demostrar que leyò algunos de los libros sobre budismo, aunque eran los màs bàsicos del mercado. Los habìa comprado en una tienda de descuentos.
- ¡No me vengas con eso! El conocimiento es mucho màs profundo que eso. La Vida es el camino, V-I-D-A. - Pronunciaba abriendo los ojos como si con eso la palabra sonara màs fuerte. - Puedo demostrarte todo si llegamos hasta el àrbol.
- ¿El àrbol? Son esas cosas absurdas otra vez. "El camino del àrbol", me suena a algo estupido.

Viajaban en el auto de Cahais. Abel se habìa recostado en el asiento, los pies apoyados en el tablero del vehìculo. El otro conducìa y se mantenìa en silencio, la mirada firme y una leve sonrisa sarcàstica en su rostro mal afeitado. Siempre sonreìa de ese modo, tal vez porque vivìa con el sarcasmo como si fuera una llaga horrible.

- Asì que... - Volviò a vacilar Abel. - Un àrbol.

Cahais no respondìa.

- Un àrbol... - Repetìa Abel varias veces para si mismo.

Las casas y los edificios iban desapareciendo y los reemplazaban esos carteles publicitarios enormes, los cableados interminables, àrboles gigantes como bestias prehistòricas y campos tan extensos que el ojo humano no comprende. Por ùltimo, la ruta, la inmensa ruta. Podrìa creerse que la ruta y sus componentes fue hecha por Eurimedonte cuando gobernò en este paìs, tal vez esas hayan sido sus ùnicas obras.

De pronto Cahais se detuvo.

- Necesito descansar... llevo una hora manejando. - Era a primera vez que decìa algo desde que los dos subieron al auto.
- ¿Acà? ¿En la ruta?
- Conozco a una mujer que vive en un pueblo, està a unos dos kilòmetros ¿Què te parece? Todavìa falta màs de la mitad del camino para llegar al àrbol.
- Creo que me estàs proponiendo ir a un cabaret...
- ¡Hombre, eso ya pasò! - Se quejò Martin.

Con el mismo silencio de antes, Cahais manejò su auto hasta llegar a una casa bastante distinguida en comparaciòn al resto. Habìa un portòn ostentoso, incluso màs que el jardìn lleno de jazmines. Cruzaron el portòn, que a Abel le pareciò una especie de portal sacro, y llamaron a la puerta. Los recibiò una mujer en silla de ruedas: Buen aspecto, ojos grandes y atractivos, el pelo rojizo; de unos cuarentaidos años. Entraron, la mujer los invitò a sentarse y pronto trajo una botella de vino y tres vasos perfectamente limpios.

- Veo que seguìs recibiendo bien a las visitas...

La mujer le guiño un ojo.

- Como siempre.

Entonces hablaban y, segùn se vaciaban las botellas, - A esa altura, ya no solo era vino, sino que estàban tomandose todo lo que habìa en la casa: Ron, Vodka, cerveza. - la conversaciòn tomaba rumbos extraños, a veces sombrìos, otras veces florales, corales, hermosos, desastrozos. Los dos Buddhas seguìan en su plan de sentirse dos grandes maestros.

- ¿Sabès, Abel? - Pronunciò Cahais. - No sos un Buddha todavìa, sos un capullo, un aprendiz, hasta que veas al àrbol.

Lo interrumpiò la mujer.

- Bueno, chicos... necesito ir al baño. Supongo que alguno va a ayudarme.

- Podrìas hacer como cuando estàs sola. - Sugiriò Abel. Cahais le respondiò como si le estuviera dando una lecciòn.

- No seas asì, amigo, acompañala.

Asì que el tipo tuvo que ir con la mujer al baño. <<Yo entro primero>> Le dijo ella y èl le abriò la puerta, era todo un caballero, aùn en el pèsimo estado en el que estaba. A un costado del inodoro habìa un pòster que retrataba a una pareja en pleno acto sexual. Cuando le preguntò por què tenìa una imàgen asì justo en el baño, ella le contestò que era pra masturbarse.

- Creo que ya terminè. Tomàmos bastante ¿Verdad?

Abel se habìa estado mojàndo la cabeza para refrescarse mientras la mujer orinaba.

- Me siento algo mareado. - Le dijo mientras la ayudaba a subir a la silla nuevamente. - Por cierto ¿Còmo es tu nombre?
- Kassandra. - Dijo con una voz seductora como la de las loutoras de radio. Su mirada recorriò por completo al tipo que se habìa sentido atraìdo.

Intentò abrir la puerta para llevarla al cuarto y hacer lo que tenìan que hacer, pero la supuesta Kassandra se lo impidiò.

- Acà mismo. - Ordenò ella y abriò las piernas...

Cahais estaba tomando un cafè y fumaba entre meditabundo y mareado. Tal vez pensaba en demonios o en un colibrì. Decidiò irse al auto y esperar allì a su compañero. Una hora màs tarde, Abel estaba sentado a su lado.

-¿Descubriste algo?

- Que algunas sillas de ruedas... algunas sillas de ruedas son pura excentricidad. - Y no perdìa el asombro de las cosas que esa mujer podìa hacer. Incluso le sorprendiò màs que aquella farsa de la silla de ruedas.

Ambos reìan mientras la ruta y su inmenso silencio volvìan a aparecer.

La noche gobernaba plenamente. Los grillos era apenas audibles por el ruido del motor y los paisajes parecìan narrar historias de fantasmas y perros degenerados. Y el auto comenzò a arder en llamas. Literalmente, el auto estaba prendido fuego, como Febo allà en la otra inmensidad. Los dos reìan, contàban anècdotas, fumaban. Estàban en calma, eran conscientes de lo que sucedìa, pero estàban en calma y a ninguno de los dos se les ocurriò pronunciar palabra alguno sobre el luminoso fuego que alumbraba aquella ruta acaso interminable. Cahais se detuvo otra vez.

- ¿Lo ves?

A la izquiera, un àrbol era iluminado por las llamas.

- Lo veo... - Dijo Abel. Y ahì comprendiò todo.

martes, 15 de octubre de 2013

Tarro lleno de mierda

Te percibo en relatos que nunca leí


Leo tu vida en sueños absurdos, en melancolicas noches junto al cine de la irreal realidad, me desvelo por nada.



En el regazo de la vida es en donde me quiero refugiar, pero no encuentro nada ahí... En ningún lugar encuentro algo que me acompañe... Nada.



Y es porque imagino que respiro, las flechas apuntan directamente sobre mi pecho ¿Las imagino yo? ¿Serán reales? No hay modo de saberlo, no lo hay.



Sombría fotografía que guardo en el cajón. Te tiene a vos, me tiene a mi, retrata al espacio, al aire, en ella se guardan partes del todo... Nos tiene como presos; la vemos, engañados, como un recuerdo... ¿Será así lo que yo digo?


lunes, 30 de septiembre de 2013

Killing Putana

El año de la rata había muerto. Ni siquiera el Buddha lleno de sangre podía creerlo. Radek buscaba señales en el mundo y sus dedos, amarillentos por el alquitrán, eran una señal, no del mundo, sino de su Apocalipsis. El pensaba, más bien creía, que los sueños son solo utopías vacías.


A las tres de la mañana el sucio barrio era ese escenario para actuar así, como un clown consternado. Mas las luces indemnes brillaban en los letreros del maldito neon que anunciaba a los bares y querían ser solemnes, lo buscaban desesperados, pero Radek lo sabía, comprendía bien que el cerdo entraba despacio y hambriento a aquellos chiqueros que los recibían tan concupiscentes. El que más detestaba era aquel de las luces violetas, ubicado al lado del café “Cass”. En Cass era diferente. Anarquistas fervorosos, los de la vieja escuela, los del Partido Comunista, Poetas y demás; se contaban historias de la juventud, se maravillaban de los recuerdos y soñaban. Pero Radek no creía en los sueños. El se sentaba junto a la ventana y fumaba sus minutos, acaso, tal vez, se fumaba los sueños a los que se negaba.


Héctor J.K. entro fingiendo ser un hombre de bien. Saludo con cumplidos a algunos clientes, le miró el culo a las dos o tres mujeres (las únicas) que allí estaban, y tanteó con la mirada para encontrar al solitario que lo aguardaba con un fastidio imposible de disimular.


- Tengo trabajo para vos. - Dijo Héctor. Era un mal bicho, un proveedor de narcóticos en la periferia de la ciudad. Había reclutado a Radek cuando este era adolescente.


Radek se sentía mal; no le gustaba ser cómplice de llevar mierdas así a Cass.


- No estoy más en el negocio, Héctor. –Su voz salía rasposa.


- ¿No estas más? ¡Imposible! Esto se vende solo, es oro puro.


- ¡Y que se venda solo entonces!


Héctor J.K. se levanto de su silla y, encolerizado, sacó un revólver que llevaba en su cintura. Apuntó a Radek con el arma. Le temblaba el pulso como en una película.


-Vos no te vas – pronunció el delincuente.


-¡Mierda! ¡Matame si queres, no me importa un carajo!


Todos se habían quedado duros, llenos de miedo. Una francesa de unos veinte años miraba desde atrás de una columna para protegerse de algún posible disparo.


- Buenos Aires.-dijo Radek despacio, vacilando un poco.-En Buenos Aires uno puede hacerlo todo, compadre. Uno puede matar, prostituir, vender droga, trabajar, robar; uno hace lo que quiere.-Siguió ya con un tono más firme.-Ahora… ¿Quién mierda elige dejar libre a los demás? Una vida no es nada más que una idea, hacer o no hacer la misma cosa. Matame de una vez, matame que ya no quiero ver, elijo no ver más nada. Mi vida esta muerta, sacame el cuerpo. Mi vida no fue nunca vida, ayúdame, matame. Buenos Aires… la puta y hermosa Buenos Aires ¡Estoy harto de Buenos Aires! Matame, somos uno; matame y será como un suicidio. Masacralos a todos y que se hunda la ciudad y después el mundo.


Entre atónitos y entupidos, los allí presentes habían quedado con la boca abierta. El amenazante tipo bajó el arma, insultó para sus adentros y se largó. Algo frío quedó entre los muros, dentro de las copas, en los cristales de los lentes, en la madera, en las almas… Radek se sentó y no pidió nada; la camarera había llorisqueado un poco con el alocado pero sentido discurso de ese hombre que siempre parecía un fantasma, por no decir que pocos lo notaban. Ella iba por las mesas y lo miraba cuando podía. Tal vez eso generaba Radek: Curiosidad... Solo eso.


Se sentía mejor. Ser un dealer es igual de sucio que ser un proxeneta o un violador.


En su casa tomó media botella de vodka, fumó hasta que le salieron llagas y, parado en medio de la sala, puso una pistola en su cabeza. I Sat anunciaba “La lista de Schindler”, le gustaba esa película, así que la vio.


No visitó el bar por tres meses, en cambio, deambulaba todas las noches por los suburbios, miraba a una sola de las lunas, la amaba y la maldecía al mismo tiempo. A veces le hablaba. << Si me dejaras en paz… Si no me observaras con esos luminosos ojos. Me gustaría amarte bien, pero le temo a muchas cosas; ¡Ay de nosotros que hemos de sentirnos solos cuando mi carne esta sangrando! Luna perra que me quisieras ignorar tu también, ¡Luna maldita! Mas hermosa eres, luna melancólica…>>


Cerveza, armas y pétalos. Por designio de algo infinito se convirtió en sicario.


Todos nacemos y estamos dotados para crear vida, todos morimos y estamos armados para dar muerte.


Si existiera Dios realmente ¿Qué mierda hizo? Nos envío a esta guerra que se llama mundo, universo, basura…Peleamos ciegos de miedo y dolor, sufrimos, buscamos ¡Y encima debemos adorarlo! ¿Para qué? Tan solo para gozar de una eternidad de la que no estamos seguros, para ser eternos asexuados, ángeles castrados y enfermos, neuróticos y desnudos.


Después de decir esto, Radek apretó el gatillo y acabó con el idiota que lo escuchaba asustado mientras se revolcaba en el suelo lleno de mierda. Murió al instante, igual que los brotes de cerezo al ser devorados por los pájaros, guerreros del cielo.


Tirado contra un muro de su casa, Radek, padecía de remordimiento. Él nunca hubiese matado, pero tenía que sobrevivir, por algo que no sabemos, todos hacemos algo para sobrevivir. En el suelo los billetes sangrientos y las botellas de cerveza vacías. En su mente el pobre gusano todavía rogaba piedad con su mirada. A Radek le habían pagado para matar y eso era lo que hacía: Matar a quienes le debían dinero a M.de.M. y él fumaba y fumaba, salía y mataba.


[Glorias y flores absurdas, Cristos horribles y nauseabundos]


No había lugar para el amor, lugar físico, porque, en su alma desgraciada la búsqueda y la necesidad de amor eran desgarradoras.


Volvió a Cass. Todas las noches se tomaba un trago, ahora podía pagarlos, y después iba a su casa y trataba de dormir. Dormir era como estar muerto y, ¡como le gustaba dormir!, no temía a la muerte, sabía que iba a morir pronto pero también pensaba mucho en el suicidio, tenia claro que lo haría en algún momento. Por ahora prefería seguir en el infierno de vivir así y no sabía por qué. Pero lo que más le dolía era eso de sentirse invisible ante los demás. Se sentía seguro al matar por que ni siquiera la ley y sus putos legistas lo observaban << ¡Al menos si el Diablo se interesara por mi alma!>> - se lamentaba-Pero nada. En el bar todos parecían haber olvidado el incidente con el sucio Héctor J.K. Aunque tomaba la misma mesa, todo el mundo lo ignoraba. Allí recordaba a su madre: los días en la provincia de Mendoza escondidos de alguien, el regreso a Buenos Aires, su padrastro y el maltrato a su pobre madre, su dolor, la muerte de su madre, la eterna soledad. Ahora era un asesino ¿Qué más da? Ya no buscaba nada, tan solo existía o al menos creía hacerlo.


Fue en ese lugar, al lado de Cass, de donde la vio salir. El cabello rojizo y abundante, el maquillaje barato pero bien usado, tacones rojos y un traje símil cuero color negro. Vio en los azulados ojos de la mujer una pena inmensa, tan grande como la propia. Decidió buscarla, no importaba que trabajara en el prostíbulo, él mismo era hijo de una vieja trabajadora de aquel lugar.
II


No siempre coger es amar, no siempre vivir es existir.


Entre viejos y horribles recuerdos, con el sonido de los disparos aún sonando y mas de diez pares de ojos que no se querían apagar, Radek era lo suficientemente fuerte para amar a Roxana y para que ella lo ame a él. Pero que dolor por las noches, cuando juntos llegaban al maldito lugar y se separaban.


El estaría en el bar hasta que el sol le avise que eran libres, ella en el prostíbulo, con los cerdos.


Radek bebía ron y fumaba y pensaba: <<Mi madre, la muerta, se pudre cada vez más en un cajón, enterrada en donde ya no se… Mi padre inexistente, mi dolor permanente, los hijos del tiempo y la lujuria, los últimos segundos y la vida pesa, hermano, la vida pesa mucho. Mira, todo se duerme, mira, todo se muere. El sol la coge también, el sol es el Diablo, el Diablo es Dios y yo soy mi Dios, por que el tal todopoderoso no se ve y yo soy invisible, soy algo si me ven, si me veo, mas en soledad ¿quién puede decir si soy o no soy algo?>>. Le dolía mucho vivir así. Acercando una mano a su cintura acarició su arma, se sonrió y dio un trago, pagó la cuenta y se fue a buscarla. Roxana volvería con él.


Abrió la puerta y se encontró con el proxeneta, un gordo lleno de cebo y dinero. Preguntó por Roxy Pussy –así se llamaba ahí- pero le dijeron que estaba “acompañada”. Empujó al marrano y fue a buscarla.


En el primer cuarto que abrió, un jovencito con cara de necio y perfumado estaba montado a su mujer. Radek se quedó en la puerta y los dos practicantes lo miraban y le decían que se fuera. << ¿Qué no escuchas, boludito? ¡Andate! – gimió el necio con voz chillona… Radek sacó su arma y entre los gritos de Roxy Pussy y el necio cerdo, disparó dos veces. La sangre manchó la hermosa cintura de la desnuda mujer que quedó tiesa. << Vamos>> pero la mujer temblaba << Era el hijo de M. de M >> pronunció Roxana con la voz interrumpida. Llegó el proxeneta junto a dos mujeres más y vieron la escena. Radek tuvo que matar este tipo también. Las dos mujeres huyeron mientras Roxana se vestía y luego quedarían ahí los dos cuerpos sin vida ni más efecto que el de la putrefacción.


M. de M. se enteraría pronto, había que huir lo antes posible de la ciudad. Tomaron dinero y se fueron, sabiendo aún que no sería fácil escaparse del mafioso.


Muchas veces Radek le ofrecía a Roxana que se escape sola, que haga una nueva vida, él se entregaría, pero ella lo amaba y lo seguiría hasta el final.


- ¿Por qué me amas?


- Porque somos uno. - Contestó ella.


- ¿Realmente lo creés?


- Lo sé.


- Vamos a morirnos…. ¡Van a matarnos!


- No lo sabemos.


Mientras se alejaban del lugar, Radek se extrañaba de sentir por vez primera nostalgias y de lamentarse por dejarlo. Algo de amor y de odio, tan clásico en los seres humanos. Con Roxana era todo nuevo: amor y renovación, en una sola mujer, puta la vida, miserable el...


Pero al ver los ojos de ella, mirándolo emocionados, aun en el fin del año de la rata, tenía la sensación de que algo cambiaría, de que su pasado se esfumaría, el tiempo correría con un vestido nuevo y la vida (¡Puta, la vida!), llena de la misma mierda, se libraría del rencor.


La orquesta de un tango sonaba a las dos de la mañana en el bar que los refugiaría. Tenían la certeza de que los seguían, de que la policía estaba al tanto de todo, porque el proxeneta era amigo de la parca azul y es así en todos lados. ¡Ay, si no fueran tan pobres! Y el tango “El llorón” seguía sonando, Radek quiso llorar, pero era débil, no podía hacerlo. “Mi caballo bayo” seguía orquestando la fuga. Roxana tomaba cerveza y se moría de frío.


<< Maldita la suerte perra que de repente me lo llevo (…) cuando una peste triste lo revolcó (…) pobre mi caballo bayo, como lloraba cuando murió (…) “. La abrazó y ella se poso en su pecho, pidiendo refugio << Pobre mi caballo bayo, como lloraba cuando murió (…) y yo con el alma rota le dije: Bayo, te lleve Dios” >> ¡Que bien que cantaba Bracati! ¿Saldría el sol en algún momento?


Como un rayo descompuesto y vomitivo, el sol acunaba a un nuevo día que los miraba caminar desde la noche vieja. Los ojos enrojecidos y el humo que, desde sus cigarrillos, acompañaba los pasos.


La mujer se quedó parada, no podía seguir, se cayó en medio de la calle y Radek tuvo que subirla al cordón. Un viejo los vio y llamó a la ambulancia que tardó casi tres cuartos de hora en llegar. Mientras atendían a Roxana, Radek estaba sentado en el pasillo. Como su cuerpo estaba también débil, cayó en un sueño profundo, casi como si se hubiera muerto.


Un gigante y de plata se levantaba frente a él. Apenas podía verlo, el lunatismo que lo colmaba y la poca luz eran complementos malditos.


La carcajada de Gotama lo estremeció y una luz fantasmal se encendió estúpida. El Buddha de plata reía y sangraba. Los chorros de sangre y plasma caían en el suelo que se iba completando cada vez más. << ¿Que queres? >> Inquirió asustado el pobre fugitivo. Pero el sangrante solo reía y sangraba y era plateado y enorme. Le pareció que oía algunas palabras pero el miedo lo confundía.


¡Ya no sangres sobre mí! ¿No me ves muerto de miedo? Si vas a matarme, hazlo ya mismo. El odio del mundo ha caído sobre mí. El amor nunca alcanza cuando la herida sangra aún ¿Vos sangrás por dolor? Podría ser que seas un suicida, que te desangres para matarme...

¡Pobre kamikaze plateado que sos! Yo… yo muerto he nacido ¡maldita la vida! Y si me sacan la vida, el cuerpo, lo mismo será…Yo, yo soy…


Lo despertó el médico de urgencias. Roxana estaba bien, se reponía en su cuarto.


Pasaron la noche en el hospital. Radek habló con el sereno hasta la madrugada. No le contó mucho, más bien escuchó las anécdotas banales del gordo tan soez como feo.


Contra las indicaciones del medico apuraban los dos una cerveza en la estación de trenes y prestaban atención al vago que cantaba “El ultimo organito”. <<Que fuma, fuma y fuma, sentado en el umbral…>> se despreocupaban un poco << Y allí molerá tangos para que cate el ciego (…) que fuma, fuma y fuma… sentado en el umbral >>


Llegaron los sicarios. Venían a vengar la muerte del pequeño cabron. Dos desconocidos y un policía de civil venían a buscar a Radek quien los quiso enfrentar pero bajo su arma cuando amenazaron con matar a su hermosa mujer. Los subieron en dos autos, los llevaban separados al mismo lugar.


En un galpón vacío los tenían atados a un poste, los dejaron allí, con vendas en los ojos y las bocas tapadas. Luego de una golpiza los sicarios se fueron dejándolos solos.


¡Que dolor horrible! ¿Qué sentirá Roxana? Saber que morirían así era una pesadilla.


Vio la poca luz y cuando se le aclaró la vista, diferenció frente de si a Roxana arrodillada en el suelo. El policía la miraba con una sonrisa de demonio y sacando un poco la lengua, miró a Radek, luego a la mujer y disparó seis veces. Luego se fue. Dos tipos que Radek no vio lo golpearon y le gritaban cosas que apenas podía entender, cuando quedó inconciente lo desataron. Al despertar, el pobre mal nacido estaba solo, no le quedaba ni su alma.
III


El hígado era ahora su corazón, porque los sentimientos necesitaban filtrarse para correr por su sangre. Eran negros y amargos, tan pesados y sólidos como su carne. Se emborrachaba y dormía. Robaba cervezas, a veces, en Cass, algún viejo anarquista lo invitaba a su mesa. Los tangos iban muriendo de a poco, callaban las milongas y los discos venían de afuera. Había oído que en Inglaterra todavía existían los piratas, que en el mundo reinaban las milicias, que el odio se traducía en bombas, que Argentina estaba a la intemperie una vez más, que la razón era de lo corruptos, las voces morían de a poco, como el tango. Pero él… seguía vivo en el mundo ¿Por qué no acabar con todo? ¿Por qué no mato a Roxana cuando los encontraron? Podría haberla matado y luego suicidarse. Se sentía un cobarde.


Andando por ahí fue que vio a una rata. Le faltaba un ojo pero estaba viva. << Si solo fueran mis ojos>>- pensaba.


Dicen que un nuevo dolor tapa un dolor pasado. Mientras miraba a la gente pasar con sus vidas y sus ojos, pensaba en su madre, pero el recuerdo de aquel sueño con el Buddha de plata que sangraba… Y esa sangre era también aquella sangre de su amada muerta. Faltaba la suya. ¿Cómo mierda seria morir? Con una navaja que se robó de uno de los comunistas se perforó un ojo. Ahora si, su sangre llovía desde una cuenca y la gente lo miraba aterrada.


<< ¡Soy el hijo y el bastardo! El final de todo, el comienzo de la muerte – y siguió- soy el criminal y soy crimen. Rían, sangren y lloren ¡No sean hipócritas! Comprendan que así, solo así puedo llorar para calmar mi dolor. Algún día, oh bicsus, sabrán como es esto, sabrán de qué se trata todo ¡todo! ¿Escucharon? - comenzaba a sentirse débil su cuerpo- porque estamos en el mundo ¡Si, el mundo! Y nadie sabe, oh bicsus, que mierda es el mundo.


Mas las sombras - barajaba el tano- las sombras y las putas son lo mismo: no les importan a nadie, todos las juzgan, oh bicsus, todos lo hacen, pero ¿alguien sabe algo de ellas? Andan penando por “el mundo” ¡maldito el mundo, si! Y nadie las escucha, prefieren escuchar a Dios ¡Dios, ¿Qué mierda es eso?! ¡Solo el conjunto de sus miedos, solo la bandera de la ignorancia!>>


Tal vez Radek hubiera deseado agregar algo mas, pero su cuerpo muerto ya había caído sobre el cemento, acunado por el sol que iba despacio, las miradas de la multitud y la sangre.



domingo, 29 de septiembre de 2013

La Niña

La niña... Tan fea era que yo la odiaba. Pero su padre le queria y mucho, wra su hija.
Le miré las piernas y sentí asco. Dieciseis años y no lograba exitarme ¿Vendría ella del pasado? Su padre, su padre... La amaba. Ella le tenía miedo. Creo que eso me dijo ella en la mañana, cuando yo le acariciaba las piernas.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Por la noche, un símbolo chino.

La monja susurró en mi oído y entonces supe lo que quería. Le arranqué el gris traje de sirvienta y vi su espalda tatuada, su secreto de dragón chino.
Aún recuerdo sus jadeos y sus piernas. Al verla desfilar con sus "hermanas" me río y también quiero vomitar ¡Maldita hipocresía! La santa bailó conmigo.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Mi risa en el pavimento.

Salí a ver el asfalto y me encontré con mi risa aplastada en él. Ya ni siquiera sangraba, era como esos sapos que mueren pisados por un camión.
El recuerdo de una mujer odiosa era la aplanadora, eso y un puñado de tragedias más. Me arrodillé y derramé una lágrima casi invisible. No podía llorar, de tanto dolor.
Fue en octubre, después de tu absurda primavera, cuando puse esa soga en el techo y ahora, ahora que estoy tan dolorido, la miro con amor, con el mismo amor con el que antes me reía.

El muerto y el perro.

Estaba muerto, tirado en el suelo. Parecía en un sueño, en una tormenta de paz. Pero la calma viene siempre detrás del fuego. Ardía aquel pasado, un perro solamente velaba su sueño sin preocuparse de que fuera eterno.
Mi padre, el cadáver era el de mi padre y un perro sucio y aniquilado lo protegía. Desde ese día sangro más que antes.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Todo lo que ella buscaba.

Todo lo que ella buscaba era mi amor y yo solo tengo una guitarra. Mi guitarra no tiene canciones de amor, no tiene amistad con esas chorradas.

Todo lo que ella buscaba era verme sangrar, yo sangraba solo, cuando nadie me veía. Que malditos somos...

Uno no quiere morir ahora.

Los locos marchan, se sienten partícipes de algo, nosotros corremos, somos iguales ¿No estaremos locos?

Alma vagabunda... y vi que era mi espacio el que se escapa, yo estaba sentado, el mundo es muy pequeño, más pequeño es el sol...

Quiero verte en un campo, nunca olvido al amor. Quiero verte entre las flores, viva o muerta, no me importa... Quiero amarte lúcida, la muerte es algo de ayer.

Mi alma es negra, tanto como mi corazón; mi vida es fuego y te amo y te odio... Dame un indicio de que, al menos, me quieres un poco... Te amo por ser quien eres.

Agua caliente, aire de campo, yo soy lo que tengo y tengo lo que soy. Soy suburbano, soy "reiki and roll".

Te amo. I love you. Je t'aime, mon amour.

sábado, 21 de septiembre de 2013

Poesia para una letra de rock.

Alumbra mi senda, te pido con la fuerza que me queda. Estoy tan herido que me es difícil hasta poder rogar.

No soy una estrella, soy un perdido. Quisiera desaparecer...

Un gag, tan solo eso y largo la risa; se va, me voy, no queda nada.

En la cima, los bastardos ya pudieron llorar. En la roca, los canallas pidieron libertad...

No quiero matarte, quiero aniquilarme; no puedo mentirte, pronto voy a irme.
Al fuego, al fuego me voy...

Ella debe estar contando los minutos, yo siento que estoy perdiendo mi tiempo, pero ¿Tiempo para qué? Si afuera no hay amor.

domingo, 25 de agosto de 2013

Conejos

Conejos suicidas y un solo pensamiento. Con cuerdas para ahorcarse y todo, lo tenían todo listo.
Eran unos diez, una decena de hijos de puta felices.

domingo, 18 de agosto de 2013

jueves, 15 de agosto de 2013

Por qué?

Por qué serás asi, como una flor voladora que no se queda quieta, que va de un lado al otro en mi mente?
Por qué será asi, que vivo de recuerdos y pienso solo en tres momentos?
Por qué será? Por qué?

Y si no hay espacio allí, voy a esperar fumando, dando vueltas como un reo al que no le importa nada.

Camiones

Que maravilla que son los camiones. Llevan toneladas de carga, van por las rutas más largas y solitarias del mundo... Todo con la fuerza del demonio, con la ira del valor y el empuje de la soledad. Yo cuando sea algo quiero ser un camión. No camionero, un camión.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Luciernaga odiosa

Una vez iluminaste mi camino, no es que estaba oscuro, solamente que yo era un necio
Hoy no te creo, luciérnaga gorda, porque sos tan falsa como la luz que te adorna

Me lleno de odio, lo hago para darte miedo, porque quiero que te vayas, lo deseo desde adentro.
Luciérnaga infame, cruel y pendenciera, no voy a creerte, no voy a quererte otra vez.

Prefiero mis días de amarga ironía, mis mierdas y todo lo que es mi vida
Pero a vos, luciérnaga, estúpida y blanda, te digo que te vayas, te escupo en la cara.

Primavera Danzarina 3

Mi corazón desciende, creo que se ha quebrado mi cuerpo
Estoy andando sin un rumbo, tan solo veo, paloma, tu dulce y calmado vuelo.

En los ojos carbón, en el alma un desvelo. Sentimientos culpables ¡Maldita sea, he vuelto a hacerlo!
Y cuando nace el embrión, los pétalos mueren. Pobre del corazón aquel al que nunca nadie comprende.

Mis cigarrillos son efímeros, pero no más que los amores. No saber controlarlo es un desafío a mi mismo.
Antenas de techo, un cuarto húmedo, las sábanas rotas y los cuerpos desnudos rodando salvajes ¡Inmundicia de primavera! Los locos y los salvajes te adoran, yo a veces me vuelvo muy loco, yo a veces me voy de lo establecido y como carne, robo lo que puedo... Mi cuerpo agobiado no lo esta más que mi mente.

lunes, 12 de agosto de 2013

Dame un rayo

Dame un rayo y tu locura, yo me estaba perdiendo en algo azul, en una especie de nube falsa o inventada.
No digo flores, no digo dios, solo pido un rayo que me ilumine, solo pido un rayo que venga de vos.
En la estación, como en los viejos tiempos, cerca de los trenes como en los mejores tiempos... Allí recibí tu luz pero yo quiero un rayo.
Luego el silencio, el frio es inevitable
Tal vez te olvides, tal vez fue muy poco para vos... Dame un rayo, de esa luz de soles, un sueño de los que te pesan, prestamelo que lo doy vuelta
La locura es siempre sana, peor es morirse en el pasado.
Las historias no son claras, a menos que me caiga un rayo.

viernes, 9 de agosto de 2013

Detenerse para no detonar


Después del trabajo, de una jornada bastante asbsurda, el ser, o lo que sea, se translada. El tren me parecía demasiado brutal, toda esa gente apurada, violenta y ciega que corre en las estaciones era mucho para mi esa vez. No era miedo, era una necesidad de detenerme para no estallar. Paré, me detuve, en un bar frente a la estación. Tal vez fuese porque parte de mi tenía esa ira del viajante moderno.


Me senté y pedí café, café negro. Encendí uno de mis cigarrillos aunque me había dicho a mi mismo que no fumaría hasta después de viajar. Fumé y tomé ese café en muy poco tiempo, pero miles de pensamientos y recuerdos se daban un espacio en mi cabeza; espacio que, tal vez, yo les daba sin darme cuenta. Sin saberlo me dije muchas cosas "Estás mal, muy mal. Pero vas bien". No sé si es verdad. Casi enciendo otro cigarro, casi pido otro café... Pero no, ya era suficiente, ya me había detenido. Ahora cruzaría la calle para meterme a la estación; evitaria la bestialidad de los demás, sería yo, ese que aprendí a ser en los escasos minutos que me llevó parar para tomarme un café y fumar.



19/06/2013


Margarita

A la sombra, margarita
a la sombra de aquel sol
Por las noches, madre mía, el amor nos dice adiós

Suenan ya los coches feos de chapa y de algodón, suenan ya odios y miedos, se los lleva el dolor.

Dime tu margarita por qué eres tan hermosa, te diré, margarita, yo te veo algo trola. Porque siempre te desarman como se hace en el amor, porque tu nunca te niegas, como será tu condición.

Besos blancos, riscos negros; besos llenos de dolor. Perdoname, margarita por haberme comportado como un necio el día de hoy.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Cristo Diablo

Después de sus piernas sirvientes estaba la cruz de su sexo, allí por donde nací
La besaría o la mataría, madre, puta y cruz
Me han llamado Cristo, pero tengo la carne roja
¡Yo soy el Diablo!, el hijo, el destructor, el maldito

En la eternidad los ciegos me amarán como al hijo de un Dios de amor, mas dios no es nada... Yo lo he escrito todo.

Y cada vez que te arrodilles, para rezar bajo mi cruz, esa cruz será mi sexo y tu dolor mi goce más puro
Pues Asmodeo soy yo, a quien tu rezas, ante quien te desnudas, el asesino de la hembra madre, perra de Dios, degollada de ni ganado.

A los demonios y las flores

Insomnio, es en verdad mi miedo de que la noche termine porque es por la noche cuando los demonios me poseen y me vuelco en el cuaderno, igual que lo hago en los bares, a los que acudo para simular que es de noche

Y pensar que quiero morirme, pero me falta valor y hay cosas que necesito terminar antes del final

Estoy solo, lo se, como el sol pero ni luz me queda ya, no tengo nada
Muerte y demonios con flores me vienen a buscar ya


Radek - Cahais

jueves, 1 de agosto de 2013

Adios, mundo cruel.

Estaban los dos parados en medio de la habitación de Lucas, quien tenía el arma es sus manos, apuntando a su sien. Diego esperaba mientras meditaba un poco, tenía miedo. Los dos se miraban y, cada tanto, sonreian. Estaban dudando mucho, pero era lo que siempre habían querido hacer.
Sono el disparo y la cabeza de Diego se rompió, junto a su cuerpo su historia y su dolor. Ahora le tocaba a Lucas. Volvió a poner el arma en su cabeza, cerró los ojos...

miércoles, 31 de julio de 2013

Historias de Crimenes y criminales

Mi hermana y yo habíamos heredado dos diamantes cuando falleció nuestro tio paterno. Yo vendi el mio para sacar a mi mejor amigo de prision y Susana, mi hrmana, cnservo su joya.
Mi amigo se entero del diamante y al otro dia el diamante... Desaparecio. Ambos supimos que habia sido el, asi q comenzamos a interrogarlo pero no daba el brazo a torcer. Una madrugada, Su' me llamo x telefono y me dijo q fuera a su ksa. Yo tenia la llave, asi q entre. Vi el diamante con una note de Su': "Llevatelo". Entre al cuarto y ambos estaban desnudos en la cama... Tome el diamante y me fui de allí.

El amor que das

Miraré bailar a un dios
Voy a ver como baila un dios...
Hasta ser un demonio en un espejo azul...

En donde juegan las fieras
Se desangra mi mente otra vez
Y cuando mi mente vuela otros se aprenden a arrastrar...

La libertad tiene un precio, un precio que nadie es libre de pagar.
Y el amor que das se mide en flores amor y funeral...

Para irme

Me siento como un ave figurada de angustia como un espejo, como un bajo nivel
Y soy el agua seca, la lágrima me humedece, me vuelvo humo y muero en la pared.

La gente encerrada, los finos carteles, promociones de una vida mejor, pero no matan al humo, no espantan a las ratas, saben que la vida se forma de eso y de amor.
Muerta, muerta esta la primavera y sus flores y todo,
el canto rellena las voces de angustia y esa primavera asi fue como murió.

-
"De los viejos cuadernos".
2012

Historias de crimenes y criminales 4

Yo viajaba en el colectivo, me habia sentado solo y miraba las luces de los edificios brillando en la oscuridad.
Subio una mujer hermosa. Sus Largas piernas estaban cubiertas con unas finas medias negras, y su falda roja, sus botas cortas y su blusa sangre, se veían hermosos junto a su cabello castaño y sus ojos verdes. Yo estaba hipnotizado y no pude evitar mirarla con deseo.
Se sentó a mi lado y comenzó a coquetearme. Me hablaba, sonreía, me rozaba cn sus piernas y hasta se levantó un poco la falda para mostrar sus muslos. Yo estaba encendido, le propuse que bajemos, conocía un hotel por ahi; ella aceptó y bajamos. Creo que no llegamos a hacer dos cuadras y yo ya estaba apuntando mi revólver contra ella para quitarle todo su dinero... Si, soy bastante apuesto.

viernes, 26 de julio de 2013

Conejo Negro


La humedad de las paredes emanaba un vapor que apenas lograba asperjar el aire de la habitación de Octavio. Desde la pared, en un anaquel flojo, la fotografía de su abuelo parecía observarlo con un aire seco, severo, que contrastaba con el ambiente desordenado ¿Qué podía hacer? Sin impacientarse, pocas veces lo hacía, se limitó a fijar su vista en el escritorio y luego tomó mecánicamente un sobre cerrado que tenía inscriptas las palabras de su madre muerta: “Para mi hijo”. No se atrevía a abrirlo, una especie de culpa y pánico actuaban en conjunto en su interior. <<No debo, no es para mí>> dijo como si el sonido de su solitaria voz sirviera para convencerse a si mismo. De manera casi violenta, pero también como acto reflejo del miedo y el dolor que lo invadían, Octavio se levantó de su silla y caminó hacia la siguiente habitación de la casa; la cocina y el comedor eran el mismo ambiente, tan solo el baño y dos alcobas estaban separados del resto. Los elementos de cocina estaban en una mesada llena de moscas las cuales el joven espantó con un movimiento torpe de su brazo izquierdo. Apartó de la mesa una de las tres sillas y ahí se quedó sentado largas horas.

Era la mañana de un domingo poco prometedor. La luz del sol entraba como una espionne por la ventana pero de nada servía; Octavio, con su cuerpo desnudo, aún dormía. Antes de que la espía mirase su pecho, los párpados enrojecidos abrieron paso a su mirada y el joven comenzaba a reconocer al mundo, empezando desde las maderas rotosas del techo que cedían a la humedad. Como si fuera algo onírico, un perfume floral atravesó la habitación, pero murió en menos de un segundo y en ese momento Octavio despertó. Otra vez no había nada para él en el mundo.

Sabía que Eugenia estaría en su casa. El día no prometía nada, igual que el anterior, no tenía dinero y le quedaban pocos cigarrillos. Era ideal para hacerle una visita. Tomó un saco, lo agitó para sacarle el polvillo y se lo puso sobre los hombros. Con lo último que le quedaba compró una botella de vino en el camino y siguió su rumbo: Él, su alma y su cuerpo de veinticuatro años.

Los árboles se mecían despacio con sus hojas doradas y rotas por el viento. Algunos perros pasaban y parecían tener un destino al cual dirigirse, un camino casi marcado, por ellos mismos tal vez, al contrario de aquel solitario y perdido ser cuya sombra ya iba desapareciendo, según el sol se escondía. Le hubiese gustado descalzarse y sentir el cemento en sus pies para después andar por el pasto, volver al cemento y, si decidía tomar el camino corto, humedecería sus pasos el sucio barro incrustado de piedritas. Desistió de sus ideas y cuando dejó de divagar se encontró a una cuadra de la casa de Eugenia.

-Siempre igual vos, ¿Eh? – Acusaba Eugenia con un tono oscuro. - ¿Qué voy a hacer? Sabéis como es esto, criarse solo. – mientras daba su argumento, Octavio miraba al suelo con amargura.


Eugenia descorchó el vino. Un perfume cálido inundó el ambiente y pasando el pico de la botella por sus narices, cerró los ojos como si quisiera atrapar cada partícula.

Igual que un actor de teatro under, Octavio se quitó el saco y lo tendió en el sofá, en el mismo que Eugenia estaba sentada y ya sirviendo el vino en los vasos de vidrio azul esmerilado.

Quiero trabajar – Octavio se escuchaba sincero y tímido a la vez. – De verdad.

Roque se quedó solo en el taller, si queréis le hablo.

Está bien. Dame un beso.

Ahora no, Octavio, ahora no…


La mecánica no era del agrado de Octavio. Había trabajado tiempo antes en un taller de calzado y eso no había prosperado mucho tampoco. De todos modos fue y trabajó en el taller de Roque. Roque era el mecánico del barrio, todos lo conocían y aunque le confiaban bastante, no eran pocos los que sabían que era un chanta más.

Al llegar a su casa la soledad aparecía nuevamente. Aunque no le agradaba el trabajo prefería quedarse en el taller. Solía sentarse a fumar callado, solo, sentado con el torso desnudo, mirando a la nada; a veces la iba a ver a Eugenia y pasaba ahí la noche. Algunas veces tenían sexo pero la mayor parte de las noches solo miraban televisión y se dormían con el resplandor frío de la pantalla.

La mujer tenía cuarenta y dos años. A los doce había quedado huérfana y tuvo que mudarse a la casa donde habitaban sus dos abuelos maternos a quienes ella debía cuidar, ya que la precaria salud de los viejos los tenía casi inmóviles. Tuvo un hijo a muy corta edad, antes de los veinte, con un tipo mayor de quien ella se había enamorado, pero el hombrecito solo buscaba un aventura con una joven para mitigar la fatiga que le causaba el matrimonio. Tuvo que criar a su hijo al mismo tiempo que sus abuelos agonizaban.

Cuando lo viejos murieron se quedó con la casa como herencia pero no tenía con qué alimentar al pequeño José que tenía unos dos o tres años y debió entregarlo en adopción a una vieja conocida de sus padres. Según dicen, la mujer murió cuando José tenía ocho años y las autoridades lo dieron a Mabel, una mujer de Rosario, para que se hiciera cargo. Eso era todo lo que sabía Eugenia de su hijo. José estaría, tal vez, creciendo con otra familia en la ciudad de Rosario.


¿Nunca te fijaste en Elizabeth? Ella siempre pregunta por vos Octavio.

Pero no me hace efecto… - las palabras de Octavio parecían banderas blancas destruidas.

Digo que, hace dos años que nos conocemos y siempre estamos así… No te veo hacer nada por vos, por mí no tenéis que hacer nada, ya estoy vieja para vos. Además, yo busco a mi hijo, un chico que debe tener tu edad. ¿Podrías estar tranquilo si lo encuentro? ¿Podrías seguir viniendo acá y coger conmigo como si nada, sabiendo que en el cuarto de al lado está mi hijo de tu misma edad?

No me importaría.

¿No?

¿No me queréis ver más?

Si, te quiero ver. Yo te amo, nene; pero, como te amo, quiero que hagas una vida. Yo soy vieja para vos.

Callate. Ya está.


Y luego, cuando Octavio terminó su cigarrillo, se metieron entre las sábanas frías de la cama y con el calor de sus cuerpos las fueron entibiando lentamente. Se besaron despacio, como con cierta timidez, casi sabiendo que algo estaba por suceder; aún así durmieron tranquilos porque suele pasar que las cosas nunca suceden; que el olvido derrota a la esperanza mientras los seres viven como en un sueño, creyendo en algo y a su vez sabiendo que nada va a suceder. Como mirar un reloj sin pilas o pescar en un vaso de vodka.


Voy a dejar el taller en dos meses, Eugenia. Junto algo, ahorro lo que puedo y listo.

¿Qué vas a hacer?

Me voy… acá no tengo vida.


Así vivió los dos meses anunciados, con una angustia que él mismo se esforzaba en disfrazar de libertad, esperanza, todas esas cosas.

Por el lado de la mujer, la tristeza era inmensa e inconmensurable. No veía a Octavio sino los sábados y se la pasaba sola, en una mano la foto de José de pequeño, en la otra un cigarrillo, hábito que tomó de Octavio: fumar cuando estaba triste, fumar siempre.


II

Conejo Negro II
En Pigûe se refugiaba, sin saber de qué se alejaba en verdad. Había llegado dos días antes y no tenia empleo. Dormía en una capilla. Le parecía una ironía refugiarse en ese lugar, él, que siempre renegó de la religión, estaba cenando junto al Padre Laureano y dos refugiados más: Natalia y Marcelo. Eugenia siempre hablaba de Dios, era de esas personas que moldean el catolicismo según sus gustos, sus miserias y la voluntad que pueden poner. Cada vez que Octavio veía una cruz recordaba a Eugenia. La imagen de Cristo lo molestaba, el hijo, Cristo era José, el que lo alejaba de ella: Su mujer.

- Vamos a comer, Octavio. –La voz de Natalia era como una gota de agua en aquel desierto.

Los comensales se sentaron alrededor de una mesa de roble en donde estaban servidos cuatro platos nada ostentosos. Luego de que el Padre diera las gracias, comenzaron a comer. Octavio no dejaba de mirar a Natalia, los ojos negros y el cabello castaño rizado de esa mujer lo encantaron. Buscaba siempre la ocasión para encontrar un cruce de miradas a la cual ella respondía, no sin una dosis de timidez, de miedo, de la prohibición de Dios...

Octavio colaboraba en los bautismos, al igual que Natalia y Marcelo. En verdad no le gustaba, pero era lo único que podía hacer allí, en un pueblo tan chico era difícil conseguir trabajo, más si uno no quiere trabajar. Después de que todos se fueron de la capilla, Octavio salió a fumar, Natalia estaba ahí.

- ¿Hace mucho que fumás?
 –No me acuerdo ¿querés uno?
-No gracias.
- ¿Damos una vuelta? - Le propuso Octavio.

Durante el paseo se contaron cosas de sus vidas, hablaron de religión, política, música, cigarrillos, de la vida, la vida misma.
El sintió una conexión, ella callaba con la voz del silencio, ese silencio que también es una voz, la que calla a todas las otras voces que tenemos adentro. Una semana después, Octavio y Natalia se pasaban mucho tiempo juntos y ayudaban con más entusiasmo al Padre Laureano quien no aprobaba mucho esta cercanía de los jóvenes. Veía en Octavio un ser oscuro, muy misterioso para ser humano, según las creencias que seguía en su vida.

Llamo por teléfono a Eugenia, no la había olvidado, para contarle que estaba bien pero que no sabía si iba a volver. Le contó de Natalia y sobre cómo se comportaba el Padre desde que los dos se hicieron amigos. La mujer fingía interés pero él se dio cuanta de la mentira y se despidió fríamente, acaso sin saber que era la última llamada.
III

Conejo Negro parte 3
Siete meses después de haber llegado, Octavio no encontraba su rumbo. Varias noches las pasaba en vilo, fumando en la oscuridad, a los pies de la cama, pensando qué hacer. Las respuestas nunca llegaban, se iban igual que los minutos: díscolos e indómitos. Pero Natalia  era una razón. Esa mujer única y tan preciosa era un motivo no solo para quedarse en Pigûe, era una razón para vivir ¿O sería, tal vez, una tautología que él usaba inconcientemente para negarse a todo lo demás? Octavio optaba por creer una vez más en la esperanza, eso que estaba vivo dentro suyo, por más que todo a su alrededor fuera muerte, había una esperanza todavía circunstante en él.
-Se ve que al padre no le gusta que salgamos a pasear…
- A mi ni me dijo nada.
 – Pero cuando pregunta en donde estuvimos, el escuchar la respuesta, se pone serio, más que otras veces.
 –Bueno, dejalo. –Natalia se ponía cada vez mas incomoda.
-¿No te gusta hablar de esto, no?
 – No.
 -¿Por qué?
Debían pasar a otro tema. La verdad, a veces, se debe esconder de nosotros, sus demonios, para seguir viviendo y, en el momento que ella crea adecuando, salir a la luz. A Octavio le dio vueltas por la cabeza esa situación durante varias semanas, cada vez que hablaba con Natalia sentía una necesidad enorme de preguntarle por qué no quería hablar del cura, pero tenía mucho afecto como para hacerla pasar al menos un solo segundo de dolor o miedo. Prefería desviar las charlas en contarle como era la Ciudad de Buenos Aires, esas historias de avenidas, calles emblemáticas, cafetines, tango y rock, hacían deslumbrar a la chica que soñaba desde muy pequeña con abrazar al Obelisco Porteño.
Una tarde, cuando el ocaso amenazaba con menoscabar, los dos se detuvieron frente a un árbol y sin mirarse ni pronunciar palabra alguna, se tomaron de la mano hasta que ella, dando un giro con su cintura, tomó a Octavio con ambas manos y lo besó. En el mismo silencio contemplativo se miraron y creyeron que todo el dolor podía acabar, sintieron que una buena parte del pasado había muerto ya.
El padre Laureano se mostró muy severo. Les prohibió volver tan tarde alegando que “las tareas aquí no se hacen solas”. Octavio no lo soportó y abrió la boca.

-¿Por que le molesta, padre, que seamos amigos?
Los ojos del religioso se llenaron de furia, se marcaron sus arrugas naso labiales como nunca antes lo había visto Octavio y su voz fue un grito horrible cuando le pronunció su deseo: “¡Quiero que te vayas ya mismo de este lugar!”. El joven tomo su bolso y se fue. Ya a dos cuadras de la capilla encontró a Marcelo, que volvía de hacer un recado, pero lo esquivó, así como si lo considerase un traidor.
Igual que en la puta ciudad, era otra vez un vagabundo.
Se fue a la provincia de La Pampa y trabajó dos meses como ayudante en el campo. Todos los dias se levantaba como el sol y se moría cuando se apagaba la última vela. Aprendió a jugar al truco y se conmovió cuando vio como mataban a un cerdo, desde ese día pidió que sus tareas sean con la tierra pero se lo negaron, entonces tuvo que irse. Tenía algunos ahorros pero igual creía que no le iba a durar mucho. Y robó, de sus empleadores, tres cajas de cigarrillos rubios, fósforos, dos botellas de vino mendocino y un conejo negro al que llevaba abrazado mientras deambulaba en la noche fría y sinuosa, alejándose del campo, buscando el calor del maldito cemento… como si de algo le sirviera.
Contar lo mal que la paso Octavio en la calle sería morboso. La gente se burlaba que un hombre llevase un conejo negro en sus brazos. Nunca lo dejó, lo cuidaba como si tuviera un significado. Tal vez nos hace creer que somos fuertes cuando debemos proteger a uno más débil, el ejercicio del poder nos hace una jugada psicológica, la cual nos cambia, por espaciados momentos, la visión del juego y nos llegamos a sentir fuertes. El frío, el sueño, el hambre y la abstinencia de todo placer mundano, convertían a Octavio en un desgraciado. Más de una vez soñaba con cruces y cristos, con las piernas de Eugenia abriéndose para que él la penetrara y luego nazca José, con cara de Cristo. Soñaba también con Natalia, muchas veces la tenía presente en sus sueños, pero todo el tiempo la tenía viva en sus recuerdos y pensamientos, ni siquiera los padecimientos más dolorosos podían superar la melancolía que le causaba aquella mujer. ¿Cómo estaría? ¿Lo extrañaría también? Estas son las cosas más leves que tuvo que soportar. Aunque todos cargamos con la cruz en nuestros hombros, él parecía cargar con dos. Al menos el calor del pequeño mamífero en sus manos era un alivio; y el sabor seco y amargo del tabaco, en sintonía con su situación, le daba un ligero pero hermoso placer que intentaba prolongar lo más posible. Al contrario de la vida, un cigarrillo era solo eso, un placer finito.

Ni siquiera sabía en donde estaba. El paisaje del pueblo le llamaba moderadamente la atención. Algunas húmedas luces amarillas apostadas a los costados de una calle pavimentada parecían ser la única salida y por ese camino fue; parando cada tanto para que el conejo comiera - momento que él aprovechaba para fumar y descansar las piernas.- Observó con sorpresa que el animal lo seguía, entonces no tuvo que cargarlo ya.
Fue un camionero quien lo ayudó. El gordo Charly, como se hacía llamar, era un cordobés que transportaba desde Córdoba a Buenos Aires.
-¿Podes dejarme en Pigûe?- preguntó Octavio. El hombre le dijo que no pasaba por ahí pero que en seis horas lo dejaría a doce kilómetros del pueblo, si eso le servía. Aceptó, ya sabía caminar. Podría decirse que uno aprende a caminar de adulto solo si dedica un tiempo de su vida a vagar por cualquier camino, así como el viento, sin importarle a donde ir o tal vez buscando algo, sin saber que, como el perfume de los rosales o las hojas que se desprenden de los árboles en otoño, todas ellas amarillas, muchas de ellas rojizas.
Charly le contó sus aventuras, de las prostitutas, de sus hijas, de su esposa, más historias de prostitutas; hasta que Octavio se quedó dormido y soñó con el campo en el que había trabajado cuatro meses antes. – Acá llegamos. Es una pena que no te pueda llevar, pero voy con retraso. Al bajar del camión, Octavio vio como Charly se detenía en un prostíbulo apostado al costado de la ruta. No tenía sentido gesticular o pronunciar reproches, los conejos no comprenden.
No sabía si confiar en su reloj, el tiempo a la intemperie podría haberlo destruido; además, cuando uno vive como él vivió, el tiempo es lo que menos importa. Volvió a ponerse en marcha, sentía el aroma de aquel pueblo cada vez más cerca pero sabía que faltaba mucho para llegar. Dos perros lo interceptaron y no lo dejarían pasar sin llevarse al conejo, pero Octavio lo sujetó fuerte y les tuvo que cocear los hocicos cuando, entre gruñidos, los dos se le acercaron amenazantes. Había hecho unos cuatro o cinco kilómetros cuando se desvaneció en el suelo y perdió el conocimiento.
Se llamaban Chela y Mateo, eran dos campesinos que lo encontraron tumbado entre el pastizal, volando de fiebre y delirando. Lo primero que hizo fue preguntar por el conejo, pero la pareja de ancianos le dijo que no había ningún conejo cuando lo encontraron, le devolvieron el bolso y le preguntaron su nombre. Octavio les resumió su historia.
- ¿Al pueblo?- dijo Mateo con vos tranquila-
 Si queres te llevo, pero mañana, hoy no tengo que ir. Come algo, date un baño y descansa, estas débil, padre.
 –Muchas gracias…A los dos.

Pudo afeitarse y arreglar su cabello, se limpió y se lavó sus ropajes. Los campesinos le dieron cigarrillos, whisky y fósforos, y le servían comida. Al amanecer, Mateo lo despertó temprano y los dos salieron en la vieja camioneta Ford.
- Bueno, acá llegamos. ¿Qué vas a hacer ahora?
 – Acá pertenezco – mintió Octavio.
–Buena suerte y pasa cuando quieras. A la Chela le caíste bien.
Octavio volvió a agradecer y se despidieron. Le hubiese gustado abrazarlo pero no se sentía con ánimos. Fue a una plaza (las conocía bien) y ahí se quedó viendo a las nubes llegar lentamente, como si de pronto anocheciera, como tantas veces las vio llegar.

La garua mojaba sus hombros; observó como la gente apuraba el paso para que no los atrape la tormenta que estaba próxima. Entre las caras de los desconocidos logro divisa a algunos que asistían a misa los domingos, cuando el vivía en la capilla; y fue así que vio a Marcelo y a Natalia, corrían entre todos los demás con el mismo fin: estar a salvo. Sintió que resucitaba, volvió a recordar la cruz y al hijo, pero esta vez el era el cristo, el hijo que se sacrifico y volvió luego a la vida, es más: Era Dios, y todo el mundo le pertenecía.

No se puede fumar bajo la lluvia, pero se puede pensar, cerrar los ojos y pensar. No era muy complicado lo que había que hacer. Como un ladrón se metió a la capilla. Los blancos muros colmados de altares eran como un cementerio de santos: Una virgen, a la que imagino desnuda, una imagen de San Cayetano, Jeremiah, San Jorge y Cristo, el maldito Cristo en la cruz. Co el pelo y el ropaje calados abrió la puerta del cuarto de Natalia. –He vuelto-pronuncio con fuerza, pero en la voz baja para no ser advertido.

Ella, que no esta dormida, sino rezando un rosario, dejo caer las cuentas al suelo y se acerco a su hombre que la esperaba con lo brazos abiertos. Entre besos y caricias de desesperación, las mujercita le pronunciaba pocas palabras: “te amo, te extrañaba”. Y el viajero, con media alma resucitada y la otra rota, guardaba silencio y solo hablaba con suspiros profundos producidos por aquella agónica espera y que ahora con su regreso, que el mismo sentía como una resurrección, la agonía había muerto. Cada vez más desnudos, los dos fueron avanzando sin darse cuenta – o al menos eso parecía- hacia el cementerio de santos; bajo los ojos de maderas moldeadas y la desaprobación de todo Dios, si es que lo hay, se desnudaron completamente. Fue bajo el altar mas grande y mundano, a los pies de aquella figura crucificada y del carmesí que brotaba de sus heridas, de aquel Cristo que parecía estar gritando de dolor aun dos milenio después de haber pasado su calvario, en donde Octavio, el resucitado, la penetro y el jadeo de la mujer se esparció por el lugar como una blasfemia diabólica, mas seria cruel el hecho de culparlos por que Dios dice ser amor y el amor, en ese momento, era eso: dos cuerpos desnudos llenos de pasión, haciendo lo que ese Dios les ordenase a sus dos primeras creaciones.

“…Comerás mi carne…

-Y Octavio y Natalia se comían la carne con sus besos-

…Y beberás mi sangre”.


- Mas aquel amor no precisaba violencia, era amor… sin sangre.

_

“Entonces los declaro: Marido y Mujer”. Como una sentencia de les sonaron a las dos palabras del padre Laureano. Ahora la paz y el amor verdadero tendrían un espacio en sus vidas.

Sola, en un rinconcito de la ciudad, Eugenia lloraba lágrimas diminutas, como piedritas de sal. No tenía más que la esperanza de volver a ver a su hijo algún día, mas desconfiaba ya de todo. La esperanza a veces no renace, la esperanza, a veces, ni siquiera esta.

Sin saber que suerte corría Octavio, la pobre mujer hacia lo mismo, cuando el sol alumbraba ella desvestía las veredas con sus pasos, y era por la noche cuando se desarmaba en mil pedazos y no veía mas que su triste recuerdo, pero con los ojitos cerrados, ella veía en su memoria.

La casa no estaba mal. Octavio trabajaba como carpintero y Natalia hacia mermeladas y conservas. Eran felices, así de simple. Todos los domingos, Natalia visitaba la capilla para asistir a la misa que brindaba el padre. Se sentaba lejos del Cristo, algo la hacia sentir culpa por allí. Siempre que terminaba el sermón. El padre Laureano interrogaba a Natalia sobre la vida con su marido. Hay que decir que el padre había intentado convencer varias veces a Natalia de que Octavio no era para ella; así y todo, la mujer sabía eludir al religioso y contestaba con las palabras justas.

El amor no les cabía en el cuerpo, así que hicieron un hijo y lo llamaron Lucio, como el abuelo de Octavio. Y los tres reían entre los robles del taller y la plaza del pueblo. Se amaban y se ilusionaban con el futuro.

Octavio quiso contarle todo a Eugenia pero no se sentía listo así que decidió esperar: habían decidido ir a Capital Federal cuando Lucio tuviera cinco años para que disfrutara como se debe, ahí visitarían a Eugenia. Cuando el chico cumplió los cuatro comenzaron a ahorrar.

El cigarrillo estaba casi por chamuscarle los dedos. La pobre mujer se sentía miserable. Ya sus ojos estaban siempre húmedos y heridos, casi no hablaba y comía una vez al día.

- ¡Mi nene! Te necesito-balbuceo con amargura. A su lado José estaba sentado y la abrazaba, mas ella no lo sentía, de alguna forma, ella no lo quería.

El tres de Octubre de 1994 Octavio fue asesinado a sangre fría de un tiro en la espalda. Algunos dicen haber visto por ahí a un policía retirado, mano derecha del comisario Rojas, quien, a su vez, era íntimo amigo del padre Laureano; otros creen que los motivos podrían a ser otros, pero el más plausible es el primero, para los investigadores. En los que todos concuerdan, cuando cuentan el relato, es que en el cementerio, cerca de la tumba de Octavio, un conejo negro se pasea todos los días, incluso cuando llueve.